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Miguel Blay, 150 años del artista total en el Prado

  • Fue uno de los escultores más destacados de finales del siglo XIX
  • El museo reúne una veintena de sus obras más significativas

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Eclosión (1905).  Miguel Blay y Fábrega. Madrid, Museo Nacional del Prado
Eclosión (1905). Miguel Blay y Fábrega. Madrid, Museo Nacional del Prado

Con la exposición de una veintena de sus piezas más significativas, el Museo del Prado celebra desde este martes el 150 aniversario del nacimiento de Miguel Blay (Olot, 1866 – Madrid, 1936), uno de los escultores más destacados del panorama artístico español de finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX.

Bajo el título de Solidez y belleza, que resume su ideario artístico, la exposición recoge 19 piezas que hacen un recorrido por la trayectoria del artista catalán reflejo de las diversas corrientes de la escultura de su época, fundamentalmente del Realismo, Modernismo y Simbolismo. Podrá visitarse hasta el 2 de octubre en las salas 60 y 47 del edificio Villanueva.

Las esculturas, dibujos, medallas y una pequeña agenda de notas que forman la colección que posee el Prado muestran a Blay "como un artista total. Era un excepcional dibujante, y estos dibujos permiten reconstruir su evolución", según la comisaria Leticia Azcue, jefe de Conservación de Escultura y Artes Decorativas del Prado.

Artista al que le interesaba transmitir "la sensibilidad y el sentimiento", su evolución se desarrolló por los caminos de la expresión modernista, simbolista, realista y naturalista.

Selección de esculturas

Estudió en París y posteriormente viajó a Roma, donde diseñó Los primeros fríos, un grupo, según la comisaria, "de concepción dramática y conmovedora, dentro de la expresividad del realismo social imperante en aquellos momentos". La Niña desnuda (1892), que conserva el Prado, es un fragmento individualizado de este grupo, una práctica habitual de Blay, que hacía versiones de fragmentos de sus obras.

"Ensayó las figuras desnudas para comprobar cómo resultaban más expresivas y para trabajar bien la anatomía que luego modelaría bajo los ropajes. Dado el éxito de estos estudios anatómicos y animado por los artistas españoles que visitaban su taller, decidió dejar las figuras sin ropa", señaló Azcue.

Dominando la sala 60 se encuentra Al ideal (1896), obra en escayola que Blay realizó a su regreso a París, ciudad en la que desarrolló una destacada carrera y donde se casó. "En este grupo demostró que era capaz de realizar obras alejadas del realismo".

Junto a estas obras se exhibe un busto de Miguelito, el quinto hijo que nació cuando el artista ya se había trasladado a vivir a Madrid, en 1906, y que falleció cuando tenía siete años.

Miguel Blay en el Museo del Prado

Miguel Blay en el Museo del Prado

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  • Miguel Blay en el Museo del Prado

    Al ideal (1896). Miguel Blay y Fábrega. Museo Nacional del Prado

  • Miguel Blay en el Museo del Prado

    Niña desnuda (fragmento de Los primeros fríos) (1892). Miguel Blay y Fábrega.

Rodeando estas esculturas se encuentran los dibujos de Miguel Blay que conserva el Museo del Prado, uno de ellos relacionado con la importante obra pública que Blay realizó en Latinoamérica. Se trata del boceto para el monumento de Vasco Núñez de Balboa en Panamá. Gran amigo de Mariano Benlliure, esta obra la realizaron en colaboración: la base del monumento es obra de Blay, y la figura del descubridor es de Benlliure, artista con el que también colaboró en la realización de medallas.

Eclosión, su obra clave

Leticia Azcue ha situado una de las principales obras de la colección de Blay del Prado, Eclosión, en la sala 47 "para poder rodear el grupo escultórico y contemplar en toda su belleza esta obra clave en la producción del artista".

La obra realizada en París en 1905 fue presentada en 1908 en Madrid, donde consiguió la Medalla de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes, y representa a una pareja de jóvenes en el instante del primer roce de sus cuerpos. Sentados sobre unas rocas, junto a un tronco del que salen hojas y flores, "es una escena de íntima ternura, gran belleza e intenso sentimiento".

En opinión de la comisaria, la pieza resume "todo lo que el artista ha conocido y reinterpretado en París, donde conoció a Rodin, pero del que se diferencia al ser más sereno, más elegante y más íntimo".

Hecha en mármol de Carrara, la obra se exhibió durante décadas en los jardines de la Biblioteca Nacional, donde sufrió un importante deterioro. Aunque se ha restaurado, su estado de conservación no es perfecto y sufre algún daño irreversible.