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Literatura

Santo y seña: así eran las sociedades secretas

Noticia Página Dos

  • Nos citamos en el Ateneo con el escritor Servando Rocha, experto en masonería
  • Hablamos de hermandades creadas en la sombra
  • La España del siglo XIX estuvo plagada de grupos clandestinos

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Santo y seña: así eran las sociedades secretas

¿Recuerdan aquella novela de los noventa que hizo popular (y rico) a Chuck Palahniuk? En ella aparecía una norma sagrada: «La primera regla del Club de la Lucha es: nadie habla sobre el Club de la Lucha». Y es que la gracia de una comunidad oculta, lo que la convierte en tan deseable, es precisamente eso: que pasa inadvertida al gran grueso de la ciudadanía. Que uno se sienta especial cuando da con ella y resulta elegido.

Para hablar de círculos impenetrables nos citamos con el escritor canario Servando Rocha, que también dirige la editorial La Felguera, que nació como un fanzine. Rocha es especialista en arte de vanguardia y contracultura europea y americana. Ha publicado ensayos acerca de la Internacional situacionista o The Angry Brigade, y sus prólogos pueden encontrarse en obras de autores como Hakim Bey, Alan Moore.

Unos años muy agitados para España

El lugar escogido para la cita es el bello edificio del Ateneo de Madrid, porque «hubo un tiempo en el que este espacio estuvo muy vinculado a las sociedades secretas y a la masonería en concreto. El presidente de la República abría una puerta escondida y podía acceder directamente al Congreso de los Diputados». El Ateneo, fundado en 1820 (celebró hace poco sus doscientos años) ha cobijado a seis presidentes de Gobierno, a casi todos los Premios Nobel españoles y también a varias generaciones literarias: Ramón María del Valle-Inclán, Antonio Cánovas del Castillo, Unamuno, Gregorio Marañón, Azaña, Menéndez Pelayo, Isaac Albéniz, Larra, Unamuno, Clarín … En 1905 llegó la primera socia: Emilia Pardo Bazán, recibida con un discurso y un lema: «La inteligencia no tiene sexo».

El siglo XIX español cobijó incontables sociedades secretas nacidas del agitado contexto político, como los Comuneros (liberales), los Anilleros (constitucionales moderados) y las católicas y monárquicas Junta Apostólica, Ángel Exterminador, Sociedad Jovellanos o La Concepción. ¿Cómo se forma una agrupación así? Cuando una hermandad de individuos opta por el anonimato para preservar su continuidad y facilitar su operatividad. Ese secretismo puede responder a que las actividades sean ilegales, o que su ideario choque con la ortodoxia religiosa o ideológica de su momento histórico.

Códigos, rituales y máscaras

El libro Algunas cosas oscuras y peligrosas, de Servando Rocha, arranca con sociedades surgidas en la segunda mitad del siglo XIX, como el Ku Klux Klan, «que usó una máscara para cubrir el rostro y crear una distancia moral. Con la máscara ya no son hombres, son monstruos, y pueden cometer atrocidades». Rocha cita varias novelas que retratan de manera fiel el subsuelo de las sociedades secretas, como Léo Taxil (un masón que llegó a estafar al Papa Léon XIII), Joseph Conrad en El agente secreto o G. K. Chesterton en El hombre que fue jueves. «En un mundo de fake news, uniformización de las ideas, medios masivos, la gente añora la camaradería, la complicidad clandestina, lo íntimo, cuando alguien comparte una idea o nos recomienda una lectura».

El Club de los Poetas Muertos, Los Siete de Enyd Blyton, Thomas Pynchon y Waste, Umberto Eco y Tres, The Secret History de Donna Tartt, los Iluminati de Dan Brown o The Seven Dials de Agatha Christie son ficciones que contienen esa mezcla de misterio, historia y carisma que garantizan que, en un mundo digital, el grupo secreto seguirá existiendo siempre.