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Una calle, seis pueblos: recorrido por las cicatrices de la dana, un año después

  • Atravesamos La Torre, Alfafar, Benetússer, Massanassa, Catarroja y Albal siguiendo el rastro de la riada
  • En sus viviendas, comercios, aceras, talleres y bajos, las heridas de la tragedia continúan abiertas
Aniversario dana: las cicatrices de la tragedia.
Vista general del barranco del Poyo, a su paso por Catarroja y Massanasa (i). BIEL ALIÑO / EFE
SAMUEL A. PILAR (VALENCIA)

Basta con recorrer una línea recta que une La Torre, Alfafar, Benetússer, Massanassa, Catarroja y Albal para seguir el rastro de la riada. Es un trayecto de aproximadamente cinco kilómetros que puede hacerse sin abandonar la misma calle, que cambia de nombre al cruzar cada término municipal, pero conserva las mismas heridas. En esa sucesión de viviendas, comercios, aceras, talleres y bajos, aún se pueden leer las cicatrices que dejó la dana del 29 de octubre de 2024, de la que ahora se cumple un año.

El límite al norte lo marca el cauce nuevo del Turia, que actuó como un muro protector para la ciudad de Valencia. Sus puentes eran la puerta de entrada al infierno. Mientras en las calles de la capital valenciana reinaba una normalidad absoluta, cuando se cruzaba el río comenzaba la pesadilla, y la frontera entre ambos mundos se situaba en el barrio de La Torre, uno de las más humildes de Valencia.

Comenzamos en esta pedanía, que se encuentra encerrada entre el cauce del Turia, la carretera V-30 y las vías del tren. La Torre sufrió una de las tragedias más impactantes de la dana, cuando ocho personas murieron ahogadas en el interior de un mismo garaje. Además, una anciana falleció cuando comenzó a entrar el agua en su casa, salió despavorida y fue arrastrada por la fuerza de la riada. Esta mujer era la vecina de Antonio, que tiene su taller de carpintería en la Calle Ruiz, junto a la Avenida Real de Madrid, el eje principal de nuestro recorrido.

Aniversario dana: las cicatrices de la tragedia

Antonio posa en su taller de carpintería situado en el barrio valenciano de La Torre. SAMUEL A. PILAR

"Perdí todo, y he tenido que empezar de cero", relata Antonio, mientras recuerda cómo se le metió medio metro de agua en casa y más de dos metros en el taller. Afortunadamente, durante todo este tiempo no ha estado solo: su hijo, con quien comparte el negocio familiar, ha sido su mayor apoyo. "Estoy luchando con él para levantarnos y coger por fin la línea recta. Ya hemos conseguido que el taller esté al 80%". Paradójicamente, los efectos de la riada les están ayudando a tener más trabajo, y durante los últimos meses no han dado abasto. "He arreglado tres casas completas", asegura.

Quizá como un mecanismo de supervivencia, este vecino de La Torre también ha sabido encontrar la parte positiva de la tragedia. "Ha sido como un renacer. Las máquinas del taller son nuevas, y las cosas de casa casi todas son nuevas... Tengo 66 años y me siento como si tuviera 40. Si he pasado esto y me he levantado, es que puedo con todo. He empezado incluso a boxear en el gimnasio", comenta con entusiasmo.

La Avenida Real de Madrid continúa más adelante hasta que se convierte en la Avenida Menéndez Pelayo, ya en el término de Alfafar. Allí está la inmobiliaria que gestiona Andrés, quien asegura que la dana no ha ahuyentado a la población de la zona. En cambio, reconoce que lo que sí que están observando es que cuando a un posible comprador le informan de que las casas están en una zona inundable, afectada por la riada, ya no las quieren.

Daños en comercios y negocios

La Avenida Menéndez Pelayo apenas recorre 100 metros antes de pasar a llamarse Avenida Camí Nou, en Benetússer. En calles principales como esta, ocupadas mayoritariamente por grandes bloques de pisos, los daños en viviendas han sido menores, mientras que la peor parte se la han llevado los comercios y negocios. Uno de ellos es la librería de Javier.

Aniversario dana: las cicatrices de la tragedia.

Javier, posa en su librería de Benetússer. SAMUEL A. PILAR

"Perdí todo: libros, estanterías, material didáctico, la fotocopiadora apareció en la calle...", describe con tono abatido, y cuenta que por fin pudo reabrir la tienda el 28 de mayo, después de siete meses. Sin embargo, aún no funciona a pleno rendimiento, porque la librería tenía 200 metros cuadrados, pero el dinero le ha llegado únicamente para reabrir 60. "Me he planteado qué hacer con el resto, porque llevamos a cabo presentaciones, cuentacuentos… ¿Lo acabamos? Pero se me pasó por la cabeza que podía volver a pasar lo mismo. La verdad es que intento no pensar en ello", confiesa.

A diferencia de Antonio, el carpintero de La Torre, las consecuencias indirectas de la tragedia han jugado en contra del negocio de Javier, ya que este año los padres apenas han acudido a su tienda durante el inicio del curso, porque los colegios y los alumnos han recibido muchas ayudas en forma de libros y material escolar gratis. "Casi no entra gente. Por una parte me alegro, claro, pero a nosotros nos ha hecho polvo", se lamenta.

Daños en bajos y viviendas

Aunque ha sido en las calles secundarias, ocupadas por casas unifamiliares a ras de suelo y pisos bajos, donde se han producido los mayores daños en viviendas. En la calle Maestra Rosario Iroil, muy cerca de la librería de Javier, los vehículos arrastrados por la corriente formaron un tapón que se elevó varios metros de altura. Encarna y Paco vieron cómo los coches se fueron amontonando uno encima del otro desde el balcón de su casa, situada en un piso superior.

En el bajo del edificio, este matrimonio posee un local acondicionado con cocina, aseo, sofás, televisión... Allí es donde suelen pasar la mayor parte del día "por comodidad", pero la tarde de la dana se fueron antes de tiempo, no saben muy bien por qué. "Aunque no llovía, estaba la tarde fea y decidimos subir a casa", rememora Encarna, quien relata aún con incredulidad cómo en un primer momento, cuando vio correr el agua por la calle, pensó que se había roto una tubería.

Las cicatrices de la dana, un año después.

Encarna y Paco, en su bajo de la calle Maestra Rosario Iroil, en Benetússer. SAMUEL A. PILAR

Un año después de aquello, han podido reformar su bajo, porque lo tenían asegurado, pero critican que hay muchos otros que siguen sin limpiar, "porque los dueños no se han hecho cargo". "Te golpea un olor muy fuerte a humedad, y te recuerda constantemente al día de la dana", aseguran.

Una de las secuelas más profundas que ha dejado la tragedia es el escalofrío que recorre el cuerpo de los habitantes de l´Horta Sud cuando llega la lluvia. Un temor que han sentido especialmente en las últimas semanas, con motivo de los restos del huracán Gabrielle, la dana Alice y sus correspondientes alertas meteorológicas. "Paco tiene párkinson, y ahora cuando empieza a llover se pone muy nervioso", comenta Encarna.

El color de la tragedia

Un poco más adelante, la Avenida Camí Nou entra de nuevo en Alfafar y se transforma en la Avenida de Torrent. A escasos metros, en una de las calles aledañas, llamada Ciudad de Calatayud, otro hombre que también se llama Paco está terminando de pintar su vivienda unifamiliar. Ya es el último paso antes de amueblarla. "La mayor ayuda que hemos tenido ha sido la del seguro. Las demás, la de la Generalitat ha sido testimonial y la del Estado ni ha llegado", explica.

Como el resto de casas adosadas de la calle, la de Paco era amarilla, pero ahora la está pintando de blanco, igual que han hecho la mayoría de sus vecinos, en una especie de conjuro cromático contra el recuerdo del barro. Inevitablemente, todos asocian el amarillo con el tono ocre que lo impregnó todo después de la riada. 'Estamos cambiando el color de las casas para que no nos recuerde a cómo quedaron cuando el agua las arrasó".

Aniversario dana: las cicatrices de la tragedia.

Amparo (I) y su compañera Amalia, en la carnicería de Massanassa donde trabajan. SAMUEL A. PILAR

La siguiente localidad es Massanassa, donde la arteria principal que estamos recorriendo recibe el nombre de Calle de Blasco Ibáñez. Allí hay una carnicería que también quedó destruida por la riada, pero en menos de un mes ya estaba funcionando de nuevo. Amparo trabaja en ella, y cuenta que la gente se ha asustado mucho con las alertas de las últimas semanas, aunque esto ha hecho que hayan comprado "más alimentos y bienes de primera necesidad, como cuando el covid".

"En Valencia tenemos la cultura de la riada, pero esto ha sido diferente. Ahora tenemos el miedo metido en el cuerpo", dice. "Yo nunca he sentido miedo ante los truenos y ahora me asustan".

El epicentro de la riada

Massanassa está separada de la siguiente localidad, Catarroja, por el barranco del Poyo, el epicentro de la tragedia. De su cauce salieron la mayor parte de los millones de metros cúbicos que devastaron l´Horta Sud, pero ahora aparece vacío, exhibiendo sus grandes paredes llenas de grafitis, tan solo cubierto por una alfombra verdosa de agua que se mueve con lentitud. Desde aquí hasta su desembocadura en la Albufera hay apenas seis kilómetros.

Aniversario dana: las cicatrices de la tragedia.

El barranco del Poyo, a su paso por las localidades de Massanassa y Catarroja. SAMUEL A. PILAR

Antes de cruzar el puente que separa ambas ciudades, todavía en Massanassa, Francesc y Sebastiá charlan mientras contemplan las obras de reforma de una casa, en la calle Peris y Valero. Ambos han visto cómo la lengua de barro también entraba en sus hogares y echaba a perder todo lo que había dentro. Sin embargo, han conseguido recuperarlo y admiten que las ayudas, tanto del Gobierno autonómico como del central, han sido decisivas. "Del central ha costado más, han venido con cuentagotas, y con mucha más burocracia", critica Sebastiá. "Se ve que el presidente de aquí, como la cagó, porque el día que tenía que estar no estaba, pues para contentar a la gente, ha facilitado la entrega de las ayudas económicas", opina Francesc.

"Somos agricultores, y estamos acostumbrados a estar pendientes del cielo, y esto lo llevamos un poco mejor. Pero hay gente que le ha cogido mucho miedo a los truenos, y no puede ni dormir", prosigue este vecino de Massanassa. "La riada fue una cosa excepcional, no creo que esto venga cada cuatro o cinco años. Porque si pasa, nos vamos a tener que ir a vivir a otros pueblos", admite sin poder ocultar un gesto de preocupación.

"No hemos vuelto a la normalidad, para nada"

En Catarroja, la vía que estamos siguiendo adquiere dos nombres. En su primer tramo, justo después de cruzar el puente sobre el barranco del Poyo, es la Avenida Ramón y Cajal; y poco antes de llegar al Ayuntamiento de la localidad se convierte en el Camí Real. Aquí había una tienda de complementos que quedó destruida por la riada, y sus dueños decidieron no continuar con el negocio. Ahora, Ana trabaja en el local para reacondicionarlo y montar allí su nuevo proyecto, una tienda de ropa.

"Claro que tenemos el miedo de que vuelva a suceder lo mismo. Con las últimas alarmas, se nos puso la piel de gallina. No sé cuándo se nos pasará, pero tenemos un sentimiento de miedo constante. Aunque al final la vida sigue, y aquí estamos luchando por seguir", expresa con determinación.

"Falta mucho. No tenemos garajes, no tenemos ascensores... Está todo hecho un desastre, como si hubiera pasado un tornado. Hay mucha suciedad, huele mal, entran mosquitos en casa, porque tenemos todos los bajos y los garajes llenos de humedad. No hemos vuelto a la normalidad, para nada", se lamenta. "Nos sobreponemos porque queremos vivir y ser felices, pero normalidad no tenemos aún".

Aniversario dana: las cicatrices de la tragedia.

Ana trabaja para reacondicionar el local en el que va a abrir una tienda de ropa. SAMUEL A. PILAR

Un año después de la tragedia, otra de las huellas más visibles es la falta de aparcamiento privado. La mayoría de los garajes, sobre todo los de los grandes bloques de pisos, siguen cerrados, por lo que todo el mundo aparca en la calle. Ante esta situación, las autoridades no han podido hacer otra cosa que mirar hacia otro lado, convirtiendo estas ciudades en un salvaje Oeste donde los coches aparecen estacionados en los lugares más insospechados: aceras, rotondas o incluso parques.

Falta de ayudas

La línea recta que estamos siguiendo continúa hasta Beniparrell y Silla, pero nuestro recorrido finaliza en la localidad de Albal. En la Avenida Padre Carlos Ferris, Iván trabaja en un establecimiento de bicicletas, y cuenta que ellos han tardado entre cinco y seis meses en reflotar el negocio después de la dana. Aunque muchos otros no han podido hacerlo. "Después de un año, la cosa está mal. Hay mucho comercio cerrado, que no ha vuelto a abrir, porque no ha habido ayudas suficientes. Los políticos se tienen que poner las pilas", dice.

Muy cerca, en la calle del Doctor Fleming, Francisco supervisa las obras de reforma de la casa de su hija, una vivienda baja que quedó en estado de "siniestro total". Después de un calvario que se ha prolongado durante doce largos meses, ya está prácticamente finalizada, aunque ellos no se lo terminan de creer. “El problema es que los contratistas intentan abarcar mucho, y luego no te lo terminan y tienes que llamar a otro", se queja. Su hija, según cuenta, "está fatal, con depresión, por ver que la obra de la casa no terminaba nunca".

"Por supuesto que hay miedo de que pueda volver a pasar. Algunos dicen que esto es algo que sucede cada 50 años, pero yo creo que puede volver a ocurrir cualquier día", declara Francisco. Aunque le queda el consuelo de que "si viene otra, por lo menos nos van a avisar, porque hace un año no llegaron, pero ahora se pasan".