El acoso escolar traspasa el aula: el patio, el comedor y los baños, los puntos ciegos del 'bullying'
- Los espacios sin supervisión se convierten en los escenarios más propicios para el acoso
- Iniciativas como los "alumnos ayudantes" buscan mejorar la convivencia entre iguales
El acoso escolar prende en el aula, pero rara vez estalla en ella. Se ejerce, sobre todo, en esos lugares que escapan a la mirada de los adultos: el recreo, el comedor y los baños o vestuarios. También se expande al entorno del colegio y el autobús escolar; en definitiva, escenarios a priori seguros que pueden convertirse en una pesadilla. "En los espacios en los que no hay vigilancia, hay más acoso", resume Enrique Pérez-Carrillo, presidente de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (AEPAE). Identificar los puntos críticos es importante para detectar las señales tempranas y frenar la escalada lo más rápido posible.
La libertad del recreo
El patio es un símbolo de libertad dentro de la jornada escolar. Cuando suena el timbre, se vacían las aulas y empieza el tiempo de juego. La falta de supervisión, sin embargo, facilita que se multipliquen las burlas, los empujones o el aislamiento. Es el escenario más frecuente del acoso, especialmente en primaria, donde acumula siete de cada diez casos. "El niño que acosa busca que no haya un adulto delante", explica Pérez-Carrillo. Coincide con su visión la profesora de secundaria Sandra Ledesma: "Entienden el patio como su lugar, el entorno en el que pueden hacer lo que quieran. Al salir de las cuatro paredes del aula, se dan más estas conductas".
David —nombre ficticio, por miedo a las represalias— es un niño de 10 años que sufre bullying desde hace tres. Todo comenzó con burlas sobre el tipo de pan con el que sus padres le hacían los bocadillos, pero poco después llegaron los insultos y los golpes en la mandíbula, las costillas y el estómago. El escenario más repetido, recuerda su familia, siempre ha sido el patio.
El recreo no solo se lee como un tiempo de descanso por parte de los niños, algunos docentes lo interpretan también de esta manera, lo que conduce a una relajación de las medidas de protección de los pequeños, según lamentan las familias de víctimas de acoso. "Un día lo agarraron entre dos, uno por la cabeza y otro por los pies, lo ahorcaron y empezó a ponerse morado", cuenta el padre de David. Ocurrió en un patio de unos 30 metros de largo, con tres docentes asignados para vigilarlo: "Y no lo vieron. Fueron varias niñas las que corrieron a avisar, aunque luego el colegio decía que habían intervenido de inmediato, en contra de lo que contaban todos los testigos".
Para prevenir estos casos, el centro en el que trabaja Ledesma distribuye a los profesores por distintos sectores del patio para que todos estén supervisados y les prohíbe utilizar el teléfono móvil o conversar entre ellos. "En el momento en el que te pones a hablar con un compañero, es cuando pierdes de vista a los niños, te distraes y puede pasar cualquier cosa", aclara la profesora.
Profesores sin la implicación necesaria
A David lo aislaban en los partidos de fútbol, le bajaban los pantalones y la ropa interior y le impedían unirse a jugar a cualquier grupo. El pequeño ha desarrollado miedo a dormir solo y ha expresado ideas suicidas. Su familia se pregunta cómo es posible que estos episodios se produzcan en un espacio controlado. "No todos, afortunadamente, pero muchos profesores salen corriendo en cuanto suena el timbre, antes que los niños, porque no quieren estar ahí, y eso no ayuda", señala la madre.
Aunque los colegios asignan a docentes que deben vigilar el rato del recreo, no suelen ser suficientes para un patio abarrotado ni siempre tienen la disposición y preparación adecuada. "Influye que el profesor tenga vocación, pero también una formación aterrizada y eficiente sobre prevención, detección temprana e interrupción del acoso. Eso hoy en día no ocurre", lamenta Pérez-Carrillo.
Patrullas de "alumnos ayudantes"
La solución, explica Pérez-Carrillo, no es llenar el recreo de profesores-policía, sino trabajar con herramientas que ayuden al alumnado a desactivar dinámicas dañinas. Por ejemplo, formar a un par de estudiantes por clase que sirvan como observadores. Su labor no es la de mediar en el conflicto, pero sí dar la voz de alarma y cortar la espiral de violencia cuando se produce.
En el caso de David, muchos de los episodios salieron a la luz gracias a su hermana melliza. Ella contó a sus padres, por ejemplo, cómo en una ocasión, la profesora lo sacó del aula mientras lloraba por acoso y sus compañeros aprovecharon la falta de supervisión para maltratar a un muñeco de papel que representaba al niño.
Otro ejemplo es Álvaro, delegado de su clase de 4º de Primaria. Cuando vio que dos niñas se burlaban de un compañero, se acercó a preguntarles "si a ellas les gustaría que les hicieran lo mismo". Con solo ese gesto, sin necesidad de levantar la voz, consiguió frenar el conflicto. Es lo que buscan los programas de formación contra el acoso, que los propios niños aprendan a detener agresiones en su entorno más cercano.
Son muchos los centros que impulsan pequeñas patrullas de estudiantes comprometidos, habitualmente conocidas como "alumnos ayudantes". Estos niños reciben una preparación para mejorar la convivencia dentro de sus grupos de compañeros — a través de la escucha, el acompañamiento, la acogida y la dinamización— y agilizar la comunicación entre la clase y los docentes o el equipo de orientación.
La "ley de la selva" en el comedor
El comedor es un apéndice del centro educativo, pero en él no están presentes los profesores, sino "monitores externos que no tienen el mismo vínculo ni autoridad sobre los niños", explica el presidente de AEPAE. Ante situaciones de maltrato, estos profesionales no tienen la capacidad de actuar del mismo modo que los docentes, pero, con una formación específica, también son cruciales para proteger a la víctima. "Ellos no pueden intervenir, pero sí detectar y comunicar lo que ven", aclara Pérez-Carrillo.
La situación en estos espacios es crítica. Es el día a día de Daniel Guerrero, que trabaja como monitor en varios de ellos. "Se espera de nosotros que tengamos los mismos roles y autoridad que los docentes", cuenta, pero lamenta que ni siquiera los profesores les tratan con el mismo respeto: "Así, difícilmente lo van a hacer los niños". Guerrero señala que en el comedor impera "la ley de la selva". La falta de autoridad se suma a unas ratios muy elevadas, que dificultan controlar la situación, lo que deriva en situaciones de acoso "con bastante frecuencia".
Desde hace unos años, el monitor ha detectado que los niños recurren cada vez más a comentarios sobre el físico y lo que comen sus compañeros como argumento para faltarles al respeto. "Critican a algunos por comer demasiado, les llaman gordos. A otros les critican por lo contrario. Lo más grave es que incluso algunos monitores de la vieja escuela contribuyen a estas dinámicas", advierte.
Especial riesgo en baños y vestuarios
Los baños y vestuarios son especialmente delicados. Sin adultos cerca, los menores se encuentran en situaciones de una vulnerabilidad física y emocional excepcional. "Es un espacio de intimidad en el que los chicos se cambian y es más fácil que se den burlas por el físico o la ropa", advierte Pérez-Carrillo.
En este contexto, cualquier comentario sobre el cuerpo de alguien, carcajadas mientras un compañero se cambia de camiseta o fotos a escondidas pueden producir un daño muy profundo en los alumnos. Estas dinámicas, explica el experto, conducen a una "indefensión aprendida". El niño asume que nada de lo que haga cambiará la situación y llega entonces la tristeza, la ansiedad, el estrés postraumático e incluso las autolesiones y la ideación suicida. Por eso, es fundamental sensibilizar al grupo para que comprenda que esas supuestas bromas no son inocuas.
Protocolos poco eficaces
Cuando los padres de David intentaron que el colegio actuara, se toparon con la opacidad de los protocolos. Les dijeron que habían abierto el expediente, pero un año después descubrieron que era mentira. Solo cuando denunciaron y recibieron apoyo de una asociación comenzaron a percibir cierta reacción, aunque acompañada de nuevas trabas, como informes con fechas manipuladas, llamadas del colegio para desacreditar su versión e incluso insinuaciones de que los moratones del niño los podrían haber causado los propios padres. "Los protocolos oficiales protegen más a los colegios que a los niños", corrobora el presidente de la AEPAE, muy crítico con la actual normativa. "No se llega a nada con esas investigaciones", asegura el padre de David.
Desde AEPAE, impulsan programas alternativos que integran a toda la comunidad escolar, incluidos los monitores de comedor y de extraescolares, y utilizan sistemas de evaluación para comprobar la eficacia de sus acciones. Pérez Carrillo lamenta, sin embargo, la falta de apoyo de las instituciones, a las que acusa de no querer "reconocer la magnitud del problema" y "optar por medidas cosméticas, como los coordinadores de bienestar, para que parezca que hacen algo". Cree necesario que las intervenciones sean externas y efectuadas por especialistas objetivos, que miren por el bienestar de los niños y niñas: "Lo que no puede ser es que el colegio sea juez y parte".