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España ante el fuego (IV)

El humo del incendio adormeció el "paraíso" de las abejas de Álvaro: "No sé si conseguiré recuperarme"

El avance del fuego deja pérdidas a ganaderos y apicultores en León

Álvaro subió al monte para buscar un tenedor de madera. Tras un incendio forestal que ha calcinado más de 30.000 hectáreas, quería recuperar ese utensilio de cocina que dejaba habitualmente en su finca. El tenedor estaba en Felechares de la Valdería, León, entre las ramas de un árbol. Le resguardaban 80 colmenas y, tras el paso de las llamas, algunas se han quemado y hay cadáveres de abejas a sus pies.

El colmenar es de Álvaro; el tenedor, de Leonel, el abuelo de un amigo suyo que le ayudó hace doce años a preparar la finca para las abejas y que ahora ya no vive. En invierno, Leonel subía a desbrozar con Álvaro y comían juntos en el monte; el anciano, con su tenedor de madera.

El fuego ha podido con el utensilio de cocina, se lo ha comido: no quedan rastros. Y, además, ha transformado un paisaje de robles y encinas en un páramo deshojado, carbonizado y cubierto de ceniza y polvo. "Esto era un paraíso", resume Sergio, el nieto de Leonel.

La comparación entre el colmenar de Felechares antes y después del incendio

A la izquierda, uno de los colmenares de Álvaro en Felechares el viernes antes del incendio. A la derecha, después. Cedida por Álvaro Lobato para RTVE.

Lo simbólico se ha ido; los medios de vida, también. "El campo rebrotará el año que viene, pero los árboles que necesitan las abejas para alimentarse pueden tardar diez años en hacerlo", argumenta Álvaro.

El apicultor rastrea ahora terrenos donde trasladar las 430 colmenas que tiene afectadas por el incendio. Está en contacto con personas que le quieren ceder espacio de manera altruista. Aunque reconoce que hay muy poco disponible tras el fuego porque este insecto necesita, entre otras cosas, un tipo determinado de flor, estar alejado de las carreteras y que la finca cumpla cierta legislación. "Ha sido una hostia tremenda", explica, y la voz apenas sale de la garganta cuando pronuncia la sentencia: "No sé si conseguiré recuperarme".

En Felechares, otros vecinos han perdido vacas y ovejas. Los campos de cereal están arrasados. Y los pinos resineros parecen una escuadra de soldados de luto, altos y escuálidos, sobre una alfombra negra. Álvaro considera que este tipo de árbol, del que pueden vivir varias familias, necesita 30 años para crecer de nuevo.

Esta es una de las consecuencias del incendio forestal declarado el pasado lunes entre Zamora y León. Es el que más hectáreas ha quemado en lo que llevamos de siglo.

Un ruego al cielo

El fuego asomó por las colinas que rodean el pueblo la noche del pasado martes. A la localidad llegó una orden de evacuación, pero muy pocos la cumplieron. A pesar del riesgo, Álvaro señala la ecuación que tuvo que resolver: "Marcharse era dejar que se quemaran nuestras casas". En la zona, más de 1.700 personas fueron desalojadas.

Sergio, agente forestal de la Junta de Castilla y León, libraba ese día. A pesar de ello, cogió su uniforme y sus herramientas y se fue a presentar ante el fuego.

Junto a un grupo de 20 vecinos y una brigada forestal de la Junta (7 personas más) consiguieron amansar casi 3 kilómetros de frente. Sin embargo, quedaba una lengua de fuego de 20 metros sin controlar porque se encontraba en una zona escarpada. Sergio rogó a las autoridades que mandaran dos helicópteros con sus sacos de agua cargados: sentía que lo peor estaba cerca de pasar, que ya podría descansar. Apareció solo uno, con lo que tras descargar iba a buscar más agua y no había relevo.

El sol salió, empezó a calentar y se levantó el viento. Esos 20 metros de fuego se envalentonaron y escaparon de su escondite. Los lugareños bajaron del monte corriendo para ponerse delante de sus casas e intentar salvarlas. Álvaro desenrolló la manguera del jardín y empezó a tirar agua en dirección a las llamas. Y le pidió a su madre que mojará las vigas externas de la casa, hechas de madera, para que fuera más difícil que ardieran.

Álvaro Lobato, ante su terreno con colmenas en Felechares de la Valdería

Álvaro comenzó en 2013 el trabajo con las abejas en Felechares de la Valdería. Daniel Rivas Pacheco

Gota a gota le torcieron la cara al incendio y consiguieron que no se quemara ninguna vivienda. El fuego se distrajo y continuó su camino de destrucción a través de los campos, hacia la carretera que une la zona con la localidad de La Bañeza. Cinco kilómetros después, las llamas mataron a dos voluntarios. En ese terreno, visible desde la carretera, hay ahora una motoniveladora, una máquina de construcción, a medio quemar y dos coronas de flores.

"Con un rato que hubiera venido otro helicóptero más... ¡un rato! esto no hubiera pasado", razona Sergio con un tono de voz cargado de rabia y frustración que denota que la sangre se calienta y el corazón se acelera. Y, un instante después, cuando el silencio invade el cuerpo de este vecino, los ojos se le llenan de lágrimas.

Las consecuencias de los incendios en el campo

Según denuncian los lugareños, la Junta de Castilla y León mandó a su zona "solo" a una brigada con dos motobombas. Y sienten que les pusieron en la tesitura de elegir qué salvaban: sus casas o su forma de vida. "Una vivienda se puede construir en dos años", razona Gema, una amiga de Álvaro, "pero los medios para trabajar pueden llevar muchos más", sentencia. Por su parte, él pone otro ejemplo: es como si ahora te quitan todos los conocimientos que tienes en tu empleo y tienes que empezar de cero.

Felechares de la Valdería es una vidriera con cada uno de los temas que forman parte de las conversaciones en las comarcas de León y Zamora afectadas por los incendios. Pintados en sus cristales, la luz evidencia las sensaciones de muchos de los vecinos entrevistados durante estos últimos días: abandono, que no hay medios suficientes para luchar contra el fuego, un recuerdo para los muertos y el comecome de esa parte mala de tomar la decisión de qué se salva.

Eso último recorre la charla de Gema, Sergio y Álvaro, y del resto de compañeros de estos jóvenes, y se llenan de "y sis".

Una finca que vino de Argentina

Álvaro no es de Felechares, pero no necesita la partida de nacimiento para defender su lealtad al territorio. En 2013 decidió establecer sus colmenas en esta localidad porque "la superficie forestal era increíble para las abejas". La razón de este adjetivo está en el calendario: había masas de castaño, robles y encinas, y brezos. Cada familia florece en una época del año diferente, así que sus abejas podían alimentarse sin parar.

Apicultor revisa sus colmenas tras el incendio forestal en Felechares, León.

El apicultor revisa los daños que el fuego produjo en sus colmenas. Sobre el suelo hay cadáveres de abejas. Daniel Rivas Pacheco

"No sabéis lo feliz que he sido con este colmenar", suspira Álvaro. Y explica que las abejas son más que su forma de vida, son parte de él. Por eso, se siente "en un proceso de despedida", explica.

El apicultor enfrenta el duelo con su traje y su sombrero con redecilla, rodeado de las abejas que han sobrevivido. Sergio no tiene fuerza para subir hasta esta finca, que pertenece a su familia. Su abuelo la compró con el dinero que le mandaban desde Argentina sus tíos. Por eso, le bautizaron como Leonel. Y, en esa tierra el anciano talló con navaja su tenedor de madera.

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Álvaro también piensa, mientras recorre sus colmenas, en el desarraigo: "Me siento como un refugiado. Yo marcharé". Aunque antes de despedirse, señala a una encina quemada solo a la mitad y explica que quizá su tronco está sano y, por tanto, todavía puede renacer.