El guardián de los lagartos del fin del mundo
- Juan Pedro Pérez Machín dedicó su vida a salvar de la extinción al lagarto gigante de El Hierro
- Cinco años después de su muerte, la figura de este herreño se ha convertido en un símbolo para la isla
Cuando, en la década de 1940, murieron los últimos lagartos gigantes que habitaban en los Roques de Salmor, dos peñascos rodeados por el océano junto a la costa de El Hierro, todos dieron por hecho que la especie había desaparecido para siempre. Sin embargo, protegida por la Fuga de Gorreta, a cientos de metros sobre el suelo, sobrevivió una pequeña colonia que permaneció oculta durante décadas, hasta que en 1974 un pastor de cabras, Juan Machín, la redescubrió para el mundo.
Aquel momento marcó un antes y un después no solo para el patrimonio natural de la isla, sino también para el pequeño nieto del pastor, Juan Pedro Pérez Machín, conocido como Perico, quien dedicó gran parte de su vida a recuperar esta reliquia endémica de la fauna canaria. Hasta su fallecimiento prematuro en 2020, Pérez Machín fue el rostro humano más visible de la defensa del lagarto gigante de El Hierro, un saurio del Pleistoceno que fue llevado al borde de la extinción, pero consiguió resurgir de sus propias cenizas contra todo pronóstico.
"Para él su abuelo era como su padre, y los lagartos se convirtieron en su vida, en su mundo", rememora Nereida, la viuda, que vive junto con su hijo Aarón en la casa familiar del municipio de La Frontera, muy cerca del Risco de Tibataje, el inmenso precipicio donde se encuentra la Fuga de Gorreta. Nereida comenta con orgullo que el recuerdo de su esposo no solo sigue muy presente, sino que su figura ha ido ganando popularidad con el paso de los años después de su muerte, como un símbolo de la lucha por la preservación del patrimonio y la identidad de esta diminuta isla en la que todos se conocen.
Nereida y Aarón, viuda e hijo de Juan Pedro Pérez Machín, en su domicilio de La Frontera. SAMUEL A. PILAR
Familia de luchadores
Juan Pedro era hermano de una de las grandes leyendas de la lucha canaria, Francis Pérez Machín, conocido como "Pollito de La Frontera", que se mantuvo imbatido durante la década de 1990 y comienzos de los 2000. Con el mismo físico imponente de casi dos metros de altura y más de 140 kilos de peso, Juan Pedro acompañó a Francis durante las primeras agarradas, e incluso también destacó sobre la arena del terrero, pero llegó un momento en el que tuvo que elegir, y Perico eligió seguir llevando su vida habitual; con su familia, sus cabras y sus lagartos.
"Cuando vio las cualidades que tenía, Francis se metió de lleno en la lucha, pero mi padre nunca lo hizo, porque tenía una familia que mantener y el trabajo era lo primero", cuenta Aarón, quien se muestra convencido de que si su progenitor "hubiese entrenado, si hubiese vivido para la lucha, como hizo mi tío, también habría sido un puntal". "Tenía una gran fortaleza natural, sin entrenar, sin necesidad de ir al gimnasio", continúa, y recuerda cómo en una ocasión "fue capaz de agarrar por el cuello a un becerro que había salido corriendo y tumbarlo".
La corpulencia de Juan Pedro contrastaba con su agilidad para ascender y descender por el risco, equipado únicamente con una soga, una talega y el asta —el bastón tradicional, de unos dos metros y medio de longitud, que los pastores canarios utilizan para desplazarse por la abrupta orografía de las islas—. "Él siempre me decía que en la fuga tienes que hacerte el ligero", relata Aarón, y quizá había algo de sobrenatural en esa metamorfosis que experimentaba su padre cuando se enfrentaba al abismo, porque aquel grandullón con hechuras de rinoceronte se paseaba por las paredes verticales con la ingravidez de un perenquén.
Ejemplar de lagarto gigante de El Hierro ('Gallotia simonyi'). GETTY IMAGES
Perico capturó los primeros ejemplares de lagarto gigante con los que se inició el plan de recuperación de la especie y, hasta que tuvo que retirarse por la enfermedad que lo acabó consumiendo, trabajó como vigilante de la población de estos reptiles, colaborando en su cuidado y alimentación, tanto en el lagartario como en el acantilado, a más de 600 metros de altura. Para llevar a cabo esta tarea, arriesgó la vida en numerosas ocasiones, aunque nunca vaciló a la hora de medirse con el precipicio que formaba parte del paisaje de su vida desde que tenía uso de razón.
"Nunca me llevó arriba donde estaban los lagartos, porque tenía miedo de que me cayera", asegura Aarón, y revive cómo cuando su padre tenía que subir al risco, "la noche antes siempre soñaba que se caía por la fuga". "A mí también me pasa lo mismo", confiesa. En una isla remota donde la vida nunca ha resultado fácil, cada centímetro de terreno puede ser necesario para asegurar la supervivencia, y la conquista del risco es quizá uno de los mejores ejemplos. Ante la falta de otros espacios disponibles, los habitantes de Frontera utilizaron este gigantesco despeñadero, considerado como monte de utilidad pública, para que sus cabras pudiesen pastar allí, a pesar de que el pastoreo se convirtiese en una labor de riesgo extremo.
Suelta de 71 lagartos
El pasado mes de noviembre, 71 lagartos de entre 6 y 9 años fueron liberados en Punta de Agache, otro precipicio que se alza sobre el mar muy cerca de la Fuga de Gorreta, lo suficientemente escarpado como para mantener a los reptiles a salvo de cernícalos y gatos asilvestrados, sus principales amenazas. Esta suelta, la primera en cuatro años, representó uno de los hitos recientes más significativos en los esfuerzos de conservación de la especie. Los ejemplares fueron previamente preparados en el lagartario, donde se les entrenó para reconocer a sus depredadores y ser capaces de buscar su propio alimento. En estas instalaciones fue donde vinieron al mundo, y muchos de ellos, cuando rompieron el cascarón con su diente de huevo, a la primera persona que vieron fue a Perico.
Nereida y Aarón aún guardan fotografías de Juan Pedro tomadas mientras realizaba tareas de inspección en el risco, con la soga enrollada al cuello, la talega de pastor y el asta. Unas imágenes que contrastan con las del equipo de escaladores profesionales llegado en noviembre desde Tenerife para reintroducir a los animales en su hábitat natural, equipados con modernos cascos, arneses, mosquetones y cuerdas sintéticas.
Imagen antigua de Miguel Ángel Rodríguez (I) y Juan Pedro Pérez Machín, en la Fuga de Gorreta. CABILDO DE EL HIERRO
La puesta en libertad estuvo supervisada por Miguel Ángel Rodríguez, el responsable del Centro de Recuperación e Investigación del Lagarto Gigante de El Hierro, denominado también Parque Zoológico 'Juan Pedro Pérez Machín', en honor a Perico. "¿Que cuál es su legado? Lo ha dejado todo: la raíz, el desarrollo del programa, la forma de trabajar, la forma de entender los animales... Era alguien que de un solo vistazo sabía cuándo uno de ellos estaba enfermo", rememora este biólogo sin poder evitar que le tiemble la voz.
"Yo aprendí muchísimas cosas de él; pero de todo, no solo del lagarto, sino de la lucha, de la pesca…", continúa, para calificarle como "una persona imprescindible", hasta el punto de creer que, cinco años después de su fallecimiento, "el plan de recuperación está cojo, porque falta él". "Para mí no se ha ido, él sigue aquí", expresa.
Juan Pedro conocía el risco como la palma de su mano: cada grieta, cada paso, cada saliente... Sus dotes para la escalada, su capacidad innata para comprender a los animales y, por encima de todo, su humanidad sin artificios le convirtieron en una pieza imprescindible dentro del proyecto de recuperación de la especie más emblemática de la isla. La relación tan estrecha que estableció con los lagartos le permitió descubrir muchos de los secretos que aún guardaban, y se convirtió en su mayor referente. Tanto fue así, que los biólogos le consultaban con frecuencia múltiples aspectos sobre el Gallotia simonyi, en su empeño por alejar definitivamente a la especie del mayor precipicio que se abría bajo ella: el de la extinción.
"Era una persona como no ha habido otra. Alguien simbólico, autóctono de El Hierro, de la tierra, que caminó toda la vida descalzo", le describe Denis Guanche, uno de los técnicos que trabaja junto con Miguel Ángel Rodríguez en el lagartario. "Se habla mucho en la isla de su hermano, pero Francis fue al campo de lucha de su mano, y llegó a donde llegó como deportista, pero más nada. En cambio, Juan Pedro fue luchador, pastor, criador de lagartos, pescador, ganadero, agricultor y muchas cosas más", agrega con admiración.
Una especie en riesgo
En Canarias hay cuatro especies de lagartos gigantes, endémicos del archipiélago, que guardan muchos atributos en común a pesar de ser diferentes entre sí: el de El Hierro (Gallotia simonyi), el de La Gomera (Gallotia bravoana), el de Gran Canaria (Gallotia stehlini) y el de Tenerife (Gallotia intermedia). Aunque hay una característica fundamental que comparten en mayor o menor medida: todos ellos están en riesgo.
Después de un intenso programa de recuperación desarrollado durante cuatro largas décadas, el lagarto gigante de El Hierro ha conseguido abandonar la categoría de peligro crítico para pasar a ser considerado como "vulnerable" por la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). El último censo indica que ya hay más de 800 ejemplares, lo que ofrece un rayo de esperanza para el futuro de este reptil y asegura al menos su viabilidad genética, uno de los mayores peligros a los que se enfrentaba.
En esta carrera de fondo por la supervivencia, Perico se convirtió en un héroe silencioso. Los lagartos solo eran una pieza más dentro del rompecabezas de su día a día, a la misma altura que el resto de unas obligaciones cotidianas que desempeñaba con idéntica entrega, como trepar al risco para cuidar a las cabras o trabajar de sol a sol para sacar adelante a los suyos. "El lagarto era parte de su vida, tanto que trabajó incluso de forma altruista, en beneficio de la conservación de esta especie. Y no solo él, sino también su familia, pero hoy no hay nadie que ofrezca ese relevo generacional", se lamenta Miguel Ángel Rodríguez.
El Risco de Tibataje, en el Valle de El Golfo de El Hierro. SAMUEL A. PILAR
"Para mí Juan Pedro ha sido un referente, un modelo de persona en peligro de extinción; porque no ha habido otra persona tan completa como él dentro del plan de recuperación. Trabajaba en el lagartario, subía al risco si hacía falta, desparasitaba, era capaz de ver en seguida a los lagartos que estaban en malas condiciones… Hacía de todo, y jamás se quejó", recalca el que fuera su jefe, con quien comenzó codo con codo la aventura de rescatar al tesoro más amenazado de la fauna herreña.
Cinco años después de su muerte, la huella de Perico no ha dejado de agrandarse, y su recuerdo se ha convertido en un espejo para los que le conocieron. Juan Pedro, al igual que los lagartos a los que dedicó gran parte de su vida, representaba los dos atributos que los herreños sienten como sus principales señas de identidad: espíritu de lucha y capacidad de resistencia. "De mi padre he aprendido sobre todo a no rendirme, a afrontar los problemas... A echarle coraje a la vida y tirar siempre hacia adelante", asegura Aarón con un orgullo que desborda cada una de sus palabras.
"Yo he superado recientemente una enfermedad grave y he sido más fuerte gracias a él", reconoce por su parte Nereida. "Él me enseñó a llevar mejor la enfermedad, a luchar... El vacío que ha dejado nunca se va a poder llenar", añade con un suspiro.
Renacido de sus propias cenizas igual que un animal mitológico, el lagarto gigante simboliza por encima de todo el carácter indestructible de los herreños, capaces de aferrarse con uñas y dientes a la tierra que los vio nacer y de prosperar en las condiciones más adversas, como náufragos en el último rincón del mundo. De alguna manera, el futuro de este superviviente de la prehistoria es también el de la isla y sus habitantes, y este vínculo tan profundo fue el que llevó a Juan Pedro Pérez Machín a dedicar su vida a protegerlo.