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K-pop: la revolución musical y cultural que ha conquistado al mundo y a la generación Z

  • La fiebre por este género lleva años instalada en España, y sus bandas se han consolidado entre los favoritos de los jóvenes
  • La banda surcoreana de k-pop Stray Kids realizó un concierto en Madrid el martes y tiene previsto otro esta noche
La fiebre del K-pop llega a Madrid con la actuación de la banda surcoreana Stray Kids

El k-pop en España está de celebración. La banda surcoreana Stray Kids ofreció un concierto el martes y tiene previsto otro esta noche en el estadio Riyadh Air Metropolitan de Madrid, con una presencia de 56.500 asistentes por sesión. Esta corriente musical surgida dentro del Hallyu, u "ola cultural coreana", ha alcanzado un reconocimiento que ha trascendido al país que la vio nacer.

Con su industria de idols, canciones que acumulan millones de reproducciones en YouTube, Spotify y TikTok, y una legión de fans a sus espaldas, el k-pop representa una auténtica revolución musical con un ecosistema hecho a su imagen y semejanza. El debut de los Stray Kids en España es muestra de esta internacionalización.

"Es un fenómeno principalmente promovido y gestado desde el Estado surcoreano en alianza con las empresas privadas", define la socióloga y profesora investigadora en formación del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, Florencia Isaura Paparone. "Pero también tiene un origen social al surgir en un período muy particular de Corea del Sur, que acababa de salir de una larga dictadura en el 87 y experimentaba tanto un período de apertura como una necesidad de distinguirse de otros gigantes asiáticos", destaca.

La fiebre por este estilo musical lleva años instalada en nuestro país. Bandas como Blackpink o BTS son conocidas tanto por seguidores acérrimos como oyentes ocasionales, mientras que otras como Baby Monster, New Jeans o Aespa se han consolidado entre los favoritos de la generación Z.

"Cuando se trata de arte o cultura, hay un aspecto muy importante que es la comercialización, y el k-pop lo cumple al buscar satisfacer a sus consumidores", observa el profesor asociado de la Universidad de Malaya, Jimmyn Parc. "Otra cuestión es la de los derechos de autor, pues las compañías de entretenimiento coreanas no son realmente estrictas ni rigurosas, permitiendo que la gente disfrute del género desde cualquier medio", distingue.

Aunque su consolidación mundial se ubica en la década de 2010, el origen del k-pop es anterior. El verdadero big bang ocurrió en 1992 con Seo Taiji and Boys, un grupo de jóvenes rebeldes que mezclaba hiphop, baile y crítica social en sus composiciones. Fueron el golpe sobre la mesa que cambió para siempre la forma en que Corea del Sur, y posteriormente parte del mundo, concebía la música.

Un género avalado durante años

La industria musical coreana se distingue de la occidental no solo en su modelo de producción, sino en la concepción misma del artista. Mientras en Occidente se prioriza la autenticidad y el crecimiento individual, el k-pop se erige sobre una estrategia meticulosa donde cada integrante ocupa un rol definido que refuerza la identidad colectiva del grupo.

La primera generación del k-pop estuvo marcada por la influencia de la industria estadounidense. Era la época de camisas blancas al estilo Backstreet Boys, peinados noventeros y la impronta directa del pop norteamericano. Grupos como H.O.T., Sechs Kies o S.E.S. abrieron una puerta que jamás volvió a cerrarse, aunque su inicio estuviera rodeado de obstáculos.

"En los 90 a los surcoreanos no les gustaban las estrellas del k-pop; muchos creían que era una desviación de la juventud", expone Parc. "Lo percibían como algo que no era realmente coreano, lo que llevó al Gobierno a regular a los idols. Con el tiempo se dieron cuenta del valor económico y cultural, lo que les hizo cambiar su perspectiva", subraya.

Con la llegada del 2000 y la explosión de la burbuja de las puntocom, el k-pop avanzó en su desarrollo. Pese a crecer en un clima de crisis digital, su consolidación se dio gracias a las redes sociales.

Las agencias de entretenimiento surcoreanas tomaron nota de las grandes discográficas japonesas como Johnny & Associates y perfeccionaron su sistema de captación y entrenamiento de artistas, elevando el concepto de idol a otro nivel. Bandas como 2NE1 o BIGBANG lograron que el k-pop dejara de ser un fenómeno nacional para convertirse en una ola global.

"La figura del idol no nace de un repollo; no parte de un grupo de chicos que deciden crear una banda sin más, sino que hay empresas que los forman durante años. Por ejemplo, las integrantes de Blackpink estuvieron entre cinco y diez años formándose", ejemplifica Paparone.

Esta etapa se considera la primera "edad de oro" del género, con videoclips de coreografías y estilos extravagantes que viajaron de Asia a Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. "Llenaron un vacío musical ante la falta de otros referentes entre el público joven", destaca Paparone.

La década de 2010 dio pie a la tercera generación y al estallido mundial del fenómeno. BTS, Blackpink o Red Velvet se convirtieron en marcas musicales que ya no solo llenaban estadios en Corea, sino en cualquier rincón del planeta.

El fenómeno se expandió gracias al poder de los fans, que compraban los álbumes, organizaban foros de discusión y participaban en sorteos incluso si solo era para ganar una videollamada de apenas 30 segundos con su bias (miembro favorito del grupo).

El k-pop de esta era también rompió barreras con colaboraciones de cantantes estadounidenses y apariciones en eventos como Coachella (véase la actuación de Blackpink en 2023).

La cuarta generación, con los Stray Kids como su buque insignia, aceleró el sincretismo del género, fusionando influencias de otros estilos musicales y convirtiendo al k-pop en una corriente aún más internacional si cabe. El género llegó a rebasar la industria musical e inspiró productos cinematográficos como la reciente película de Netflix y Sony Pictures, Las guerreras K-pop. Incluso artistas de generaciones anteriores, como Lisa o Jennie, lograron dinamizar la imagen del idol con carreras en solitario de éxito en Occidente.

Treinta años después de su concepción, el k-pop ha transformado a Corea del Sur —un país cinco veces más pequeño que España— en la séptima industria musical más grande del mundo. Además, ha expandido sus horizontes con bandas "k-pop like" formadas por integrantes no exclusivamente de Asia Oriental, como Katseye, e incluso con grupos directamente nacidos en otros países, véase el proyecto Click the Star, que cristalizó en BlingOne Perú.

"Algunos dicen que estamos en la cuarta generación, otros en la quinta... la realidad es que todo es k-pop, y la única diferencia es cómo se adaptan al desarrollo tecnológico", resume Parc. "Al género no le importa si ha de incluir en su base musical influencias latinas, hiphop o lo que sea: si funciona en la industria, están listos para aceptar cualquier novedad", afirma.

La conquista de la generación Z

El éxito del k-pop entre la generación Z no es casual, pues responde a un ecosistema cultural, tecnológico y emocional que encaja a la perfección con sus valores y formas de socialización. La Z ha crecido en un entorno plenamente digital, donde la conexión y el acceso ilimitado a contenidos globales diariamente forman parte de su idiosincrasia.

En este contexto, el k-pop no es solo música, sino una experiencia cultural total. Un universo transmedia donde melodía, moda y estética visual se entrelazan de forma única. Por ende, su fandom ofrece algo que la generación Z busca con avidez: sentido de pertenencia.

"La construcción de la comunidad no es solo entre fan e idol, también entre los propios fanes", insiste Paparone. "En un mundo tan convulsionado como el actual, es destacable encontrar comunidades de fanes que se comprometen con otras causas más allá de la música, algo que el k-pop logra", reflexiona.

"Por ejemplo, ante los recortes sociales del [presidente argentino] Javier Milei, las comunidades de fans de k-pop argentinas están juntando alimentos para mantener los comedores populares; también han colaborado con los incendios en la Patagonia. Es algo que excede lo musical y se mueve a otras cuestiones, como las humanitarias, de violencia racial, de género o de discriminación sexual", considera.

La estética del k-pop también conecta con los códigos visuales de dicha generación, que valora la diversidad, el estilo y la reinvención constante. Además, esta corriente musical se nutre de géneros como el pop, hiphop, R&B o electrónica, lo que lo hace versátil y atractivo para una audiencia habituada a la mezcla cultural.

"Ahora estamos viendo, por ejemplo, una sucursal en México de la empresa de entretenimiento surcoreana HYBE, que es la compañía donde está BTS, por lo que hay una propuesta de querer llegar a otros mercados y hasta buscar a idols desde Latinoamérica", exhibe Paparone. "Ese es el punto: el k-pop nunca fue una música originaria de un lugar, sino algo híbrido que se ha ido adaptando en la medida que ha evolucionado", recalca.

Otro punto clave es el relato aspiracional que transmiten los idols, lo que profundiza una conexión emocional genuina con sus fans. La generación Z, marcada por la búsqueda de autenticidad, pero también empática por la presión del éxito, encuentra en estos artistas un espejo de dedicación y superación.

"Muchas de las canciones de k-pop que escuchan les dan razones para poder movilizarse en la sociedad en la que viven. El caso de BTS es el más paradigmático, pues propone una mirada crítica de la sociedad coreana, de las altas expectativas que tienen sobre los jóvenes, algo que ha sido atendido y resignificado por sus fanes", incide Paparone.

En una cultura que se retroalimenta de la hiperconectividad, el k-pop ofrece comunidad, estética y un universo musical con el que identificarse sin fronteras, y que incluso es capaz de germinar en otros países.

"No soy de hacer predicciones, pero si algo puede cambiar en el futuro es la dinámica de creación de un idol del k-pop, que ya no dependa de las empresas que los forman", vaticina Paparone. "Se está viendo cómo las compañías están tratando de captar jóvenes que se forman desde pequeños públicamente, o de crear grupos que se forman en filiales en otros países o a partir de castings o programas internacionales", considera.