Muñoz Molina teje su memoria y amor al Quijote y advierte contra la IA y "el robo de la conciencia humana"
- Seix Barral publica un ensayo híbrido del académico sobre el autor de Don Quijote
- En El verano de Cervantes sigue sus huellas en las obras de otros escritores
En El verano de Cervantes, Antonio Muñoz Molina recuerda sus lecturas estivales de Don Quijote de la Mancha. Del niño que descubre por primera vez las aventuras del ingenioso hidalgo, al viejo cuya vista ya flaquea, en un verano eterno que tiene algo de compás de espera y tiempo suspendido.
El libro, un ensayo híbrido entretejido con unas memorias hilvanadas por la relectura gozosa de Cervantes, ha tardado diez años en gestarse. Notas manuscritas, viajes e indagaciones que podían haberse perdido y en las que el escritor ha buscado, como Virginia Woolf, "la ligereza del borrador" frente al libro terminado.
Un volumen, editado por Seix Barral, en el que a lo largo de 444 páginas y 156 fragmentos, Muñoz Molina desgrana el mundo campesino de su infancia, tan cercano al del Quijote, y reflexiona sobre el poder de la ficción para arrebatar la mente.
El robo de la conciencia
Muñoz Molina considera pertinente la relectura del Quijote para avisar de los peligros de los relatos alternativos, las noticias falsas y la instauración de una realidad paralela con herramientas poderosas, como la inteligencia artificial, que pueden escapar al control humano.
Destaca que lo que ocurre no se puede comparar a la invención de la escritura o al impacto de la imprenta, en su opinión: "Ahora estamos en manos de poderes económicos y tecnológicos que aspiran al dominio del mundo y al robo de la conciencia humana".
Añade que vemos personas que pierden de vista la realidad y se "les olvida vivir" porque se quedan con los ojos pegados en la pantalla. Como Don Quijote, que se le "pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio". Con la diferencia de que leer "es un acto de creación" que exige la imaginación del lector.
El arte de la novela
Frente a la visión tradicional de un clásico de la literatura como una estatua imponente que infunde respeto reverencial, el académico defiende que "Don Quijote de la Mancha es lo contrario de un clásico, porque es una obra experimental, hecha muchas veces a tientas, por alguien que iba creándola sobre la marcha".
Apunta que "la primera y la segunda parte son dos novelas muy distintas", escritas con un intervalo de más de diez años, por alguien que había cambiado mucho en ese tiempo. Había conocido el éxito popular, pero no la gloria literaria, y se ve obligado a retomar las aventuras del caballero de la triste figura para atajar El Quijote de Avellaneda.
Cervantes inventa el arte de la novela, un nuevo género, en una época en la que la poesía épica daba prestigio y el teatro daba dinero. Más allá de la parodia de los libros de caballerías o el eco de la picaresca, la ironía y la multiplicación de voces narrativas expande las posibilidades de la creación literaria.
Atribuye El Quijote al árabe Cide Hamete Benengeli, traducido al castellano en un mes y medio, y Cervantes es solo "su padrastro", como dice en el prólogo. Se dirige al lector y le avisa de que este "hijo seco, avellanado, antojadizo" se engendró "en una cárcel", que bien pudo ser la de Argel, donde cautivo Don Miguel estuvo.
Mujeres de armas tomar
La mirada de Muñoz Molina se detiene en los personajes femeninos que pueblan El Quijote, mujeres que desafían su destino y rompen los estrechos márgenes que constreñían a las criaturas del bello sexo. Así, mientras los pastores entierran a Grisóstomo, suicida desdeñado por su amada. Marcela aparece en lo alto de una colina.
De silencioso objeto de deseo, Marcela se convierte en sujeto y deja las cosas claras con un discurso emancipado. Ninguna responsabilidad le cabe en la muerte del desdichado: "Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos".
“Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos“
Dorotea es otra mujer de armas tomar. Se ha echado a los caminos para encontrar a un noble que le dio palabra de casamiento y ha tenido que descalabrar por un barranco a un criado que intentaba forzarla. Vestida de hombre, descubre su condición femenina al soltar su larga melena dorada y se presta a encarnar a la princesa Micomicona.
Teresa Panza, la esposa de Sancho, también aparece revestida de dignidad, inteligencia y sentido cómico: "que con esta carga nacemos las mujeres, de estar obedientes a sus maridos, aunque sean unos porros". Incluso cabe una intrépida pirata, Ana Félix, morisca disfrazada en un bergantín cuyas aventuras concluyen felizmente en Barcelona.
Cerrazón estéril
La prohibición de estudiar fuera de España produjo que la lengua clara de Cervantes fuera cada vez más hermética con Quevedo y Góngora, según Muñoz Molina. A su juicio, "una sociedad que se va cerrando se va esterilizando también" y se produce la paradoja de que el legado cervantino fuera más fecundo en otros países.
Hubo que esperar a Benito Pérez Galdós, Luis Martín Santos y Eduardo Mendoza, para que las letras hispanas siguieran la estela de Cervantes. El académico también cita la influencia del Quijote en los franceses Stendhal y Flaubert, que se familiarizaron con la novela en hermosas ediciones infantiles ilustradas.
El verano de Cervantes acompaña también la lectura del Quijote de Thomas Mann, que se sumerge en la novela mientras viaja en barco a Nueva York, huyendo de los nazis. Y explora su influencia en la literatura inglesa de George Eliot a Jane Austen y norteamericana con Herman Melville, William Faulkner y Mark Twain.
Muñoz Molina termina su ensayo tirando de escardillo, enraizado en lo real, mientras que concluye la presentación leyendo la cita que encabeza sus páginas:
"Caballero soy, y de la profesión que decís; y aunque en mi alma tienen su propio asiento las tristezas, las desgracias y las desventuras, no por eso se ha ausentado della la compasión que tengo de las ajenas desdichas." Don Quijote, II, XII