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La crisis fuerza a las familias libanesas a dejar a sus hijos en orfanatos

  • El 80% de la población libanesa está bajo el umbral de la pobreza; 36% pobreza extrema
  • Según UNICEF el absentismo afecta al 26% de los hogares con niños en edad escolar

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La crisis fuerza a las familias libanesas a dejar a sus hijos en orfanatos

"Fue muy duro dejar a mis hijos ¿Cómo vivir sin ellos? Pero estoy sola, llevábamos días sin comer… no tenía alternativa", nos cuenta Leila (28 años), madre de cinco hijos, en su precario hogar en la pequeña aldea en la que vive con su bebé (de un año) en la provincia de Akkar, al norte del país, una de las más pobres. El resto de sus hijos están en el orfanato Dar Al Aytam Al Islamiya y solo vienen los fines de semana. Es uno de los decenas que hay repartidos por el país. Este es islámico; los hay también cristianos.

"Abrimos en el año 2006 y fundamentalmente atendíamos a niños con problemas motores o de salud mental, pero desde la crisis de 2019 la demanda se ha disparado: la pobreza, más divorcios, violencia en los hogares… La crisis económica tampoco permite que los niños se queden con parientes", nos cuenta la directora, Kawthar Itani. En total, viven en esta institución 400 niños.

Hay decenas de centros de este tipo en el país. "Cada vez vienen a edades más tempranas, lo cual para nosotros es más complicado porque requieren más atención. Al principio lloran, están confundidos, muchas veces han venido sin que sus padres les informen… En no pocos casos necesitan terapia, psicólogos, explicaciones. La adaptación llega cuando valoran pequeñas cosas: comer tres veces al día, tener calefacción, una cama, ropa, una tele", apunta, mientras destaca, por otro lado, que muchos ingresan con malnutrición, problemas de piel por una higiene deficiente o con fracturas sin curar provocadas por cualquier caída tras la cual no han ido al hospital por falta de recursos. 

Niños trabajadores, niñas esposas

Hemos llegado hasta aquí en coche, dejando atrás Trípoli, la segunda ciudad más poblada del país y también la que concentra mayores bolsas de pobreza. Es por la mañana y, sin embargo, no son pocos los niños que vemos por los márgenes de la carretera. Unos corretean, otros están en alguna de las pequeñas tiendas o talleres mecánicos ubicados en cada población. Todos están fuera del colegio. Según UNICEF, el trabajo infantil toca al 16% de los hogares

"De un lado, efectivamente, con la crisis muchas familias han sacado a sus hijos de los centros para que ayuden en la economía familiar. De otro, con el coronavirus las clases se interrumpieron y se generó una gran brecha. Muchos en vez de volver a las aulas directamente se han incorporado al mercado. Por último, existe un factor cultural: aquí, cuando un niño tiene doce años muchos ya le observan como un hombre joven. Y lo mismo pasa con las niñas ya vistas como mujeres y, por tanto, aptas para el matrimonio", nos cuenta la directora del centro, mientras precisa que en ocasiones estas concepciones implican diferencias con las familias.

Kawthar Itani, directora del orfanato Dar Al Aytam Al Islamiya.

Kawthar Itani, directora del orfanato Dar Al Aytam Al Islamiya. Foto: Sara Alonso Esparza

"Por ejemplo, si pretenden casar a una niña de 14 años y nosotros defendemos su derecho a la educación y la niña decide seguir estudiando contraviniendo la voluntad de sus padres. Es complicado" precisa en su despacho mientras esperamos a que los niños salgan de clase. 

Un hogar con puerta al futuro

Poco a poco empiezan a llegar. Atravesando el patio llegan hasta el bloque en el que viven. Cada pasillo está lleno de armarios. Cada uno tiene el suyo. Al fondo, habitaciones comunes. Unas para niños y otras para niñas. Se ponen cómodos y se instalan en el salón que comparten. Hay juegos y libros. Algunos rezan en una esquina; la mayoría tiene la mirada fija en la pantalla que proyecta dibujos animados. 

Hassam, Maran, Abdelhaziz y Fadih se desmarcan del grupo. Hoy van a su casa y les vamos a acompañar. Por el camino hacia su pueblo, nos encontramos con grandes extensiones plagadas de tiendas. Son campos informales de refugiados sirios. Desde que hace diez años comenzó la guerra en el país vecino, son un millón doscientos mil los que se han instalado en Líbano.

En esta región, a aproximadamente 30 kilómetros de la frontera, hay muchos. Las tensiones entre la comunidad local y la refugiada existen. La gente aquí eminentemente vive del campo. Los jornales se pagan mal y no suponen un sueldo constante. Los libaneses, con economías estranguladas, se quejan de que los de fuera lo hacen por menos dinero.

Finalmente, llegamos al hogar familiar. Leila espera en la puerta. Los niños la abrazan y hacen carantoñas a su hermano pequeño del que no se separan. Nos invitan a pasar. La casa son tres espacios: un recibidor donde hay un pequeño fogón y una letrina tras una cortina; una habitación en la que duermen todos en la que tan solo hay una cama, una silla, una alfombra y unas cuantas mantas; y un último espacio donde hay un armario en el que posiblemente guarden todas sus pertenencias, una lavadora y un tendedero. 

Casa de Hassam, Maran, Abdelhaziz y Fadih. Foto: Sara Alonso Esparza

Casa de Hassam, Maran, Abdelhaziz y Fadih. Foto: Sara Alonso Esparza

Nos ofrece un café y lo compartimos sentadas en el colchón a modo de sofá. Nos cuenta que habitualmente tiene electricidad facilitada por el Estado una hora o máximo dos al día. Es en ese momento cuando puede hacer la colada. Ahora, lleva varios días sin recibir suministro. Obviamente, no tiene dinero para un generador o baterías, que es como lo consigue quien puede costeárselo. Nos señala el tejado, apenas un techado de uralita y nos dice que cuando llueve hay goteras y que en verano hace muchísimo calor. 

"Yo prefiero estar en el centro que en casa", comenta Hassam (11 años) cuando le preguntamos delante de su madre. "Allí comemos bien, bebemos bien… aquí no tenemos nada de eso", continúa mientras termina un plato de pasta que Leila ha preparado especialmente para recibirles.

A ella le resulta doloroso, pero cree que es mejor así. "Antes tenían la ropa hecha jirones, no tenían ni calcetines, yo quiero que estudien para que sean alguien en la vida", apunta.

Maram (10 años) no se separa de ella. "Yo quisiera estar todo el tiempo en casa porque echo muchísimo de menos a mi madre" nos comenta mientras nos enseña orgullosa su sudadera rosa y nos cuenta que lo que más le gusta del centro son los dulces que les dan de vez en cuando. Quiere ser médico para poder curar a niños. Su hermano quiere ser militar.

La crisis toca todo y a todos

Atentamente escucha la mediadora social, Hassana Osmam. A ella la crisis que vive el país tampoco le es ajena. "Tanto mi marido como yo trabajamos y no es cómo antes. Por ejemplo, yo antes tenía en casa una despensa y ahora compro día a día. Si queremos movernos tenemos que pensar en cómo pagar la gasolina y así todo…", nos comenta.

La lira libanesa se ha devaluado un 98% frente al dólar desde 2019 y con ella los sueldos mientras la inflación supera el 250%. Las crisis se superponen. A la económica se suma la bancaria. Los ahorros previos a 2019 están congelados, quien los tenía no puede acceder a ellos. Y los suministros limitados y los servicios públicos al borde del colapso.

Muchos profesionales, médicos, profesores, farmacéuticos, ingenieros… están cambiando de sector o emigrando. Para muchos el dilema es quedarse o irse. La fuga de cerebros es un problema añadido de cara al futuro, aunque hoy en día las remesas son un sostén para el país; suponen el 40% del producto interior bruto. 

"Yo si pudiera cambiar a un trabajo mejor pagado lo haría, pero no es fácil encontrarlo. Y claro que he pensado alguna vez en migrar, pero solo lo haría de manera legal, de ninguna forma de forma irregular cruzando el mar", continúa. "Nosotros no tenemos dinero ni para pagar el pasaporte", remata. Muchos de sus compañeros, aproximadamente la mitad, han dejado sus puestos. Hay más demanda, menos personal y menos recursos porque los problemas comunes afectan también al orfanato que de otro lado recibe cada vez menos donaciones