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Temor entre los libaneses desplazados por los choques entre Hizbulá e Israel: "Nos preparamos para una guerra total"

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En Tiro cerca de 4000 personas viven como desplazadas

El conflicto no es algo que resulte ajeno a quienes habitan la frontera entre Israel y Líbano. Todos los fantasmas afloran, sin embargo, con lo que viene sucediendo en los últimos tres meses con un intercambio de fuego de una dureza que no se recordaba desde la guerra entre Israel y Hezbolá en el año 2006.  

"Los bombardeos, el fósforo blanco, su olor, la sensación de no poder respirar… así continuamente, sin poder dormir, con miedo… eso nos llevó a marcharnos", nos cuenta Mariam Awada (66), profesora jubilada que desde hace dos meses vive como desplazada en un aula, el de uno de los colegios de la ciudad de Tiro habilitados para acoger a quienes tras evacuar sus aldeas no tienen a dónde ir o no quieren suponer una carga para sus familiares en un momento en que la crisis económica que atraviesa el país hace que la vida sea complicada de por sí para muchas familias.  

Se estima que son cerca de 80.000 los que han dejado sus aldeas, pero son aproximadamente la mitad los que están registrados en alguno de los centros de acogida de esta ciudad, según nos cuenta el vicepresidente de la municipalidad, Hassan Hammoud. "Llevamos así más de 100 días y las necesidades no hacen sino crecer. Sigue llegando gente. Ahora, por ejemplo, requerimos miles de colchones, mantas, almohadas… ¡necesitamos de todo!", comenta con cierta impotencia.   

Marian nos prepara un té en el hornillo dispuesto en el suelo a modo de cocina en el habitáculo que comparte con otras familias. Nos ofrece unas galletas. Comparte lo que tiene y casi se ofende ante una negativa. Fuma. Encadena un cigarrillo con otro. No se queja de sus dolores de espalda aunque está operada y no reciba el correcto tratamiento.

No sólo no hay lo que necesita sino que, si lo hubiera, su pensión no le daría para pagarlo. La salud es un problema, como lo es la educación de los niños que juegan en el patio. A Manal, en la habitación contigua, le han ofrecido clases online para sus hijas pero ni tienen ordenador, ni internet, ni dinero para procurárselo. "Estamos aquí sentados todo el día sin saber qué hacer. No hay trabajo, ni nada. Lo único que quiero es poder regresar. El día que lo haga besaré la tierra junto a mi casa, feliz de estar de nuevo allí", nos comenta mientras cuenta las dificultades de la situación en la que se encuentran después de dos meses.

Lo siente humillante. Su marido es pastor y como a todos los que están aquí, la mayoría gente de campo, le preocupa no tanto o no sólo haber perdido la cosecha de este año, sino lo que pueda pasar si el fósforo blanco que según denuncian Israel está empelando abrasa el campo, imposibilita sus cultivos, contamina las aguas y los pastos. "Puede que esa sea una forma de querer expulsarnos pero no lo admito. No tenemos otro lugar donde ir. No podemos ser desplazados para siempre, tenemos que poder regresar", comenta Marian, preocupada por los olivos centenarios y por lo que costará recuperarlos.  

El fósforo blanco contra civiles está prohibido por la Convención de Ginebra. Organismos como Amnistía Internacional o Human Rights Watch denuncian que Israel lo está empleando en esta zona. 

¿Camino a una guerra total? 

"Aquí pensamos siempre en que puede venir algo peor", nos dice el vicepresidente de la municipalidad desconfiando de las intenciones de Israel. ¿Quiere decir guerra total?, le preguntamos. "Esperemos que no. La situación ahora no parece indicar que vayamos a ese punto pero siempre hay que tener en mente que una guerra a gran escala puede suceder. Esperamos que no", apunta. Pasados 100 días ha subido el tono verbal pero los enfrentamientos siguen circunscritos a esta área con la sensación de que ninguna de las partes está interesada en escalar pero con el temor siempre presente de que cualquier movimiento en falso por cualquiera de los actores puede desembocar en un conflicto regional.  

Aunque nadie quiere pensar en semejante posibilidad, lo cierto es que está en la mente de todos. En el hospital de Tiro, el director, Ali Almain, nos cuenta que no sólo han formado a personal en la detección y tratamiento de fósforo blanco y amarillo – han atendido, cuenta, a 30 pacientes con síntomas respiratorios y abrasiones a consecuencia de la exposición a este agente- sino en el de otras armas químicas como el gas mostaza. Por lo que pueda suceder. "El gobierno tiene un plan que contempla todos los escenarios, también el de la guerra a gran escala. Estamos en crisis y los hospitales también la sufren pero hay un plan para atender a los pacientes y también para reaccionar en caso de que seamos atacados como ha sucedido en Gaza. A diferencia de la Franja, en el Líbano se puede entrar y salir, no estamos bajo asedio", apunta precisando que sus anotaciones son estrictamente médicas y no militares.  

Manal extraña su baño. Poder asearse de forma privada, la higiene. Mariam, su biblioteca y a sus gatos. Ha adoptado uno como mascota que merodea constantemente a su alrededor. En su pequeño bolso de enseres se trajo un cuaderno donde toma notas y dos libros. Uno de filosofía, lee a F. Nietzsche y una novela, Crimen y castigo de F. Dostoyevski mientras espera poder regresar a su hogar en algún momento, quién sabe cuándo. De momento, la cosa no va a más pero tampoco a menos y nos les queda otra, a quienes viven en primera línea, que apartarse a fin de vivir aunque sea por un tiempo malviviendo.