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30 años del final de la URSS: de la 'perestroika' de Gorbachov al nuevo papel de Rusia con Putin

  • La perestroika de Gorbachov inició las reformas que acabarían por disolver el gigante soviético
  • El 25 de diciembre de 1991, la bandera rusa sustituyó a la de la URSS en el Kremlin
  • La expansión de la OTAN hacia el Este y la intervención rusa en su entorno elevan la tensión

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El camino hacia la disolución de la URSS: de la Perestroika de Gorbachov a las revueltas de las repúblicas socialistas

El historiador británico Eric Hobsbawm se refería al siglo XX como "el siglo corto": se inauguró en 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial y concluyó en 1991, con la caída de la Unión Soviética (URSS). Así que, según Hobsbawm, el periodo histórico que había cambiado radicalmente la vida humana coincidía casi exactamente con la existencia de la URSS (1917-1991), un estado nacido de una revolución, convertido en superpotencia y disuelto casi de la noche a la mañana.

Se cumplen ahora 30 años de esa disolución, que se produjo en varios hitos sucesivos en el mes de diciembre de 1991, pero que se había gestado mucho antes.

1985-1989: Gorbachov abre las puertas al cambio

Mijail Gorbachov, líder de la URSS desde 1985, fue el responsable de abrir las puertas a los cambios que finalmente, y a su pesar, acabarían con el propio Estado. Emprendió un conjunto de reformas económicas para alejarse de la planificación central e introducir la empresa privada (perestroika), y reformas políticas con mayor transparencia, apertura y tolerancia a las críticas (glasnost).

"En los primeros años, la perestroika fue muy popular entre los ciudadanos de la URSS", explica a RTVE.es, en una entrevista a través de internet, Olga Volosyuk, profesora de la Escuela Superior de Economía (HSE) de Moscú. "Había la esperanza de que solo era necesario cambiar ligeramente las 'reglas' de la vida bajo el socialismo, unir todo lo mejor del capitalismo y el socialismo, y que todo saldría bien por sí solo. Pero la vida no funciona así".

Los problemas económicos de este intento de transición, unidos a la mayor apertura, hicieron aflorar las protestas internas, con reclamaciones sociales y nacionales, aunque en una primera etapa (1988-1989) la independencia de las repúblicas que formaban la Unión no estaba sobre la mesa.

"El modelo perdió legitimidad a ojos de los ciudadanos y de la propia élite", considera Nicolás de Pedro, investigador español del Institute for Statecraft (Reino Unido). "Se percibió el modelo soviético como ineficaz e ineficiente, y que no proporcionaba bienestar a los ciudadanos".

El modelo perdió legitimidad a ojos de los ciudadanos y de la propia élite

A los factores internos se unieron los externos. Como parte de su nueva política, Gorbachov redujo en 1988 la presencia de tropas rusas en los países del Pacto de Varsovia. Esto, unido a la derrota en Afganistán (1989) y a la imposibilidad de competir con Estados Unidos en una nueva carrera armamentística (la "Guerra de las Galaxias" de Ronald Reagan) hizo mella en la capacidad de disuasión del Ejército Rojo.

En 1989 se sucedieron las protestas contra los regímenes comunistas en Europa del Este (Polonia, Checoslovaquia, Rumanía, Bulgaria). La caída del Muro de Berlín fue el anuncio del fin. El 3 de diciembre, en la cumbre de Malta, Gorbachov y George Bush enterraron oficialmente la Guerra Fría.

1990: La URSS se resquebraja

En septiembre de 1990, el periodista Xavier Sitjá llegó a Moscú para unirse a la corresponsalía de TVE junto a Llúcia Oliva. "La perestroika estaba en su fase más degradada - relata a RTVE.es - Había escasez de todo, colas en las tiendas, gente que intercambiaba productos en mercados callejeros. También había rapiña, se llevaban cosas de las fábricas y tiendas y las vendían en las calles".

"La industria estaba fatal - prosigue - la organización era absurda. Las materias primas estaban en algún lugar de la URSS y las fábricas en otro, por lo que eran necesarios largos traslados. Era un sistema arcaico, poco eficaz. Las máquinas, los camiones, el propio material de los obreros daba pena. Era un colapso absoluto".

Ese año, las costuras de la URSS comenzaron a saltar con las primeras declaraciones unilaterales de independencia, las de las repúblicas bálticas: Lituania, Letonia y Estonia.

1991: Del intento de golpe de Estado a la disolución

"La política de Gorbachov de 1991 ya es solo un intento de salvar el barco que se hunde", asegura Olga Volosyuk.

El 19 de agosto de 1991, en vísperas de la firma de un nuevo tratado federal para salvar la Unión, el KGB y una parte del Ejército intentaron un golpe de Estado en Moscú para destituir a Gorbachov, deshacer las reformas y restaurar la mano dura. En la resistencia a los golpistas destacó un hombre: Boris Yeltsin, presidente de la República Federativa Rusa.

Mijaíl Gorbachov es depuesto como presidente de la URSS, cargo que pasa a ocupar el vicepresidente Yanavez. El comité formado por los golpistas decreta el estado de emergencia por seis meses. El sector conservador del Gobierno y algunos mandos del Ejército justifican el golpe por el fracaso de la perestroika.

Sitjá, testigo de los acontecimientos, cree que Yeltsin "jugó a desgastar a Gorbachov" para hacerse con todo el poder. "Fue valiente cuando se enfrentó a los golpistas, lo que dividió al Ejército, y aprovechó el momento de caos para destituir a Gorbachov e ilegalizar el Partido Comunista", recuerda.

La intentona golpista solo consiguió acelerar el proceso de desintegración. Más repúblicas declararon su independencia y el 8 de diciembre Yeltsin, junto con los presidentes de Ucrania y Bielorrusia, firmó, sin ningún respaldo legal, la disolución de la URSS.

Bielorrusia, Rusia y Ucrania: el triángulo que firmó el fin de la Unión Soviética

El 25 de diciembre, Gorbachov dimitió, cediendo todos los poderes a Yeltsin, y la bandera tricolor de Rusia reemplazó a la roja con la hoz y el martillo en el Kremlin. Al día siguiente se disolvió el Soviet Supremo (Parlamento). La URSS había dejado de existir y Rusia fue reconocida internacionalmente como heredera de sus derechos y obligaciones.

En su lugar aparecieron nuevos países que alteraron los mapas políticos de Europa y Asia Central. Yeltsin dirigió los destinos de Rusia durante los años 90, que han quedado en la memoria de la mayoría de los rusos como una etapa de empobrecimiento y criminalidad generalizados, del auge de la mafia y del capitalismo salvaje. Olga Volosyuk recuerda que el nivel de vida "se deterioró drásticamente", cayendo incluso a la mitad.

¿Fue inevitable la disolución de la URSS? La profesora de la HSE cree que no. "Si Rusia, representada por Yeltsin, no hubiera encabezado el desfile de soberanías; si Yeltsin, que era extremadamente popular en Rusia, no hubiera encabezado la lucha contra las reformas de Gorbachov y no le hubiera desacreditado como líder, la historia podría haberse desarrollado a lo largo de un camino diferente".

"No se veía venir, eso es un error de interpretación con la perspectiva actual", opina Nicolás de Pedro. "Solo fue inevitable desde agosto de 1991, pero en aquel momento nadie pensaba que eso iba a pasar".

¿Qué queda de la URSS?

"Queda mucho - asegura De Pedro - Una mentalidad burocrática, rígida y autoritaria, en diferentes grados, en todas las repúblicas exsoviéticas. En especial en Rusia y en Asia Central es muy evidente. También hay un legado arquitectónico, desde San Petersburgo a Dushambé".

Sitjá cree que en la Rusia actual perviven aspectos como "el culto a la personalidad, la autoridad fuerte o la importancia de la iglesia ortodoxa".

El periodista volvió a visitar Rusia en 2011 y se encontró un país donde la mafia campaba a sus anchas en las calles. "Vladímir Putin ha recuperado el control desde el Estado", asegura, sustituyendo a los oligarcas que se habían beneficiado con la privatización por empresarios leales, y acabando con la oposición política.

Volosyuk explica que los beneficios de la economía de mercado no se han repartido de manera uniforme entre la población, lo que ha provocado decepción, en especial entre los de más edad. Y en este contexto surge el fenómeno de la nostalgia por la URSS.

"Incluye cierta nostalgia por el sistema social; simpatía por la cultura soviética; la percepción de la URSS como un estado importante en la arena internacional y una percepción positiva de los líderes soviéticos", explica la profesora. Como cabría esperar, este sentimiento está más extendido en Rusia, pero también existe en Ucrania o Bielorrusia.

Varias personas caminan junto a una estatua de Vladimir Ulyanov, Lenin, y otros monumentos de la URSS en un parque de Moscú, EFE/ Yuri Kochetkov

Varias personas caminan junto a una estatua de Vladimir Ulyanov, Lenin, y otros monumentos de la URSS en un parque de Moscú. EFE/ Yuri Kochetkov

Putin y el espacio ex-soviético

Para el actual presidente ruso, Vladímir Putin, la caída de la URSS y su división en quince repúblicas fue "una de las mayores catástrofes geopolíticas" del siglo XX.

Rusia ha intentado desde entonces mantener la influencia en los países de su entorno, donde además existen importantes minorías rusas, con la creación de diversos foros de cooperación económica y militar, como la Confederación de Estados Independientes. En Asia Central ha conseguido conservar una presencia fuerte, en competición pacífica con otras potencias (China, Turquía, Irán), pero no así en Europa del Este, donde solo Bielorrusia es un fiel aliado

Los antiguos aliados del Pacto de Varsovia y las repúblicas ex-soviéticas optaron por alejarse de Rusia y entrar en la Unión Europea (UE) y, lo que es más preocupante para Moscú, en la OTAN. Hungría, Polonia y República Checa se unieron a la Alianza en 1999 y en 2004 les siguieron Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Rumanía y las repúblicas bálticas. La posible entrada de Ucrania y Georgia en la OTAN es una "línea roja" para Moscú

"Los rusos ven esto como una amenaza absolutamente material", advierte Olga Volosyuk. "Existe una opinión persistente en Rusia de que durante el período en que Gorbachov estaba negociando el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos le dio garantías de que no habría expansión de la OTAN hacia el Este. Mucho se escribió sobre eso en la prensa rusa de aquellos años. Sin embargo, estas garantías fueron verbales".

Desde la llegada de Putin al poder, Moscú ha "congelado" conflictos en zonas con importantes minorías rusas o prorrusas, como en Abjasia y Osetia (en Georgia), en Transnistria (Moldavia) o en el Donbás, en el este de Ucrania. En 2014, Rusia anexionó unilateralmente la península de Crimea, también en Ucrania.

De Pedro señala la "incomodidad de Moscú con el orden de posguerra fría" y "el síndrome post-imperial" como las causas de este antagonismo creciente. "Rusia no ha encontrado una relación sus vecinos que no sea agresiva, pero podría haber sido diferente".

Para Sitjá, Putin "juega al orgullo". "Rusia vuelve a ser un país respetado. Putin no ha intentado recuperar la URSS, sino el imperio de los zares, con una Rusia potente que va arañando territorio, como en el Donbás, donde hay una mayoría rusófila, porque en época de Stalin se trasladaron allí muchos rusos".

Las relaciones con EE.UU. y la UE están en su punto más bajo desde la desaparición de la URSS, y la mentalidad de la guerra fría se está extendiendo de nuevo, provocando incluso algún desliz verbal. El secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, se refería así recientemente a la situación en el Donbás: "El mejor escenario es que no veamos una incursión de la Unión Soviética en Ucrania".