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Turismo Rural

La huella del carbón en España: más de 400 minas abandonadas siguen ocultas en la provincia de Teruel

  • Cuencas Mineras de Teruel albergó el ocaso de las minas de explotación del carbón
  • Durante décadas estas galerías fueron trabajadas, entre otros, por presos políticos del franquismo y criminales indultados
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La entrada a la Mina Severa, en Escucha.
La entrada a la Mina Severa, en Escucha.

Hubo un tiempo en que el carbón era el bien más preciado del planeta. La acelerada industrialización de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX llevó a las empresas a escarbar en el suelo en busca del preciado mineral que ponía en funcionamiento sus calderas y motores. Pasaron la primera y la segunda guerra mundial, puntos álgidos de demanda de este recurso, y ya con la entrada en la segunda mitad del siglo XX su uso comenzó a decaer en pro de otros combustibles. A comienzos de los años 60 muchas de las minas carboníferas que había en España comenzaron a cerrar, y sus trabajadores (la mayoría, gente humilde y sin estudios), se vieron obligados a emigrar para poder realizar su labor en zonas en las que la descarbonización fuese a tardar un poco más en llegar.

La Comarca de Cuencas Mineras en Teruel fue el destino de muchas de estas familias desplazadas. Una suerte de punto de encuentro en el que gente de Andalucía, Madrid, Asturias y Castilla la Mancha pudieron establecerse y seguir viviendo de la minería durante unos pocos años más. Por aquel entonces, el carbón ya solo se utilizaba para su quema en centrales térmicas, instalaciones ya obsoletas que, no obstante, en Teruel gozaron de cierto prestigio. En Cuencas Mineras y alrededores podemos encontrar al menos tres de ellas, la de Aliaga, la de Andorra y la de Escucha, esta última a escasos 30 metros de la que, probablemente sea, la explotación carbonífera más famosa de la comarca: La Mina Severa.

Viaje al centro de la Tierra

Ahora reconvertido en museo de la Minería, la Mina Severa estuvo en funcionamiento hasta los años 60, momento en el que las filtraciones de agua desde la superficie hicieron imposible seguir trabajando en ella. Litros y litros de agua se habían precipitado hasta su interior a través de los conductos de ventilación, esenciales para renovar el aire en las cotas más bajas de la mina, que alcanzaban los 200 metros de profundidad.

"Sin estas galerías adyacentes los mineros hubiesen tenido serios problemas de respiración, llegando incluso a poder intoxicarse de monóxido de carbono", nos explica Otilio Galve, exminero en funcionamiento hasta su prejubilación en 2002. "Si esto llegaba a ocurrir, si las explosiones de dinamita llegaban a expulsar una cantidad de monóxido lo suficientemente elevada como para causar la muerte, las mejores amigas de los mineros eran las ratas, cuando una caía muerta era el momento de salir de la mina", recuerda Galve, que ironiza sobre la posibilidad de utilizar canarios para los mismos menesteres. "Por aquí no teníamos de eso", explica.

Sin estas galerías adyacentes los mineros hubiesen tenido serios problemas de respiración, llegando incluso a poder intoxicarse de monóxido de carbono

A pesar de sus precarias condiciones, la Mina Severa era una de las más grandes y avanzadas de la comarca, contaba con vagones de transporte para los mineros, taladradoras automáticas y rozadoras para expandir los márgenes de las galerías. Algo de lo que no gozaban la mayoría de estas explotaciones.

Joaquín y Otilio en el interior de la Mina Severa. cropper

Túneles olvidados

Y es que en la gran mayoría de las minas de la comarca se trabajaba en unas condiciones mucho más precarias: con techos bajos, galerías estrechas por las que apenas podía pasar una vagoneta en una sola dirección y un menor número de respiraderos. La mayoría de estas minas se encuentran ahora abandonadas y en estado de ruina. Son muchas más de las que la gente se piensa.

"Creemos que aún existen más de 400 minas sin datar y cartografiar", asegura a este equipo de Agrosfera, Juan Carlos Gordillo, director del Centro de Estudios Espeleológicos Turolenses, que ha dedicado toda su vida a fotografiar y mapear más de 100 galerías en toda la comarca. Con él nos introducimos en la Mina Trébol, una explotación de barita que estuvo en activo durante los años 60 y que nos muestra las duras condiciones en las que se trabajaba en estas minas "menores".

Creemos que aún existen en Teruel más de 400 minas sin datar y cartografiar

Nada más entrar, Gordillo nos advierte: "Agacharos, no miréis al techo y no lo toquéis". Varios nidos de Araña Lobo, una de las especies más venenosas de la península, cuelgan de la pared excavada. "Y si veis algún murciélago apagad la luz, podríamos despertarle", añade.

La Mina Trébol es muy diferente a la Mina Severa, es angosta, claustrofóbica y laberíntica. En muchos puntos, para acceder a las galerías más profundas, incluso hay que reptar por el suelo. Lo que explica que no hayan vuelto a ser visitadas de manera regular desde que cesó en ella la labor de extracción.

Juan Carlos Gordillo en el interior de la Mina Trébol. cropper

Presos políticos, criminales e inmigrantes

La historia de los mineros de la comarca es, también, la historia de un pueblo apartado de la sociedad. Dadas las duras condiciones de trabajo este oficio no era de gusto de todo el mundo, y sin embargo, la demanda de carbón a comienzos del siglo XX era más elevada que nunca.

Es por esto que tras la Guerra Civil Franco decidió trasladar a muchos de los presos políticos a trabajar en estas minas. Ese fue el caso del abuelo de Eduardo Fernández, que fue uno de los 250 "afortunados" que abandonaron los campos de concentración para trabajar en las Cuencas Mineras. "A mi abuelo, que venía de Aranjuez, lo llamaban el Tinajero porque era el encargado de bajar las tinajas de agua a los mineros", cuenta Eduardo. "Con el tiempo a mí también me llamaron así, a pesar de que yo era ingeniero electromecánico y no había llevado una tinaja en mi vida", recuerda.

Era tal la demanda de trabajadores que incluso trajeron gente de Pakistán

Sin embargo, la historia no se quedó ahí. Tras el fin del Franquismo en 1975 y tras la amnistía del Rey Juan Carlos, se les ofreció a los presos que no tuviesen delitos de sangre trabajar en las minas. "Era tal la demanda de trabajadores que incluso trajeron gente de Pakistán", dice Fernández. Y añade: "Sin embargo, cuando llegaban aquí y veían dónde tenían que meterse y en qué condiciones tenían que trabajar muchos duraban un día, dos días… a veces una semana, y después decidían dejarlo, no les cuajaba la idea".

Este gran éxodo fue complementado con familias provenientes de toda la geografía española, en su mayoría de zonas donde la minería estaba dejando de funcionar. Razón por la cual en Cuencas Mineras existe una mezcolanza de procedencias y apellidos difícil de igualar.

Mineros de Utrillas a comienzos de siglo XX. cropper

Pasajeros al tren

El carbón dejó su huella también en la superficie de la comarca, concretamente en las vías férreas que se utilizaban para transportar el carbón de las explotaciones mineras hasta los lavaderos, donde se limpiaba y clasificaba el carbón de acuerdo a su calidad calorífica. Después de esto, la mayoría se transportaba a las centrales térmicas y a Zaragoza. "Les costaba unas 8 horas recorrer los 123 kilómetros que tenemos hasta la capital", cuenta José Hinojo, antiguo jefe de transportes de la Central Térmica de Escucha. "Es por culpa de la orografía, porque las locomotoras que tenían eran de primerísima calidad", añade.

Y vaya si lo eran. En 1903 la Sociedad de Minas y Ferrocarril de Utrillas (M.F.U.), la mayor empresa minera de la comarca, compró a la empresa alemana Orestein & Koppel dos de sus locomotoras más avanzadas para el transporte del carbón. Fueron las Locomotoras ‘Huya’ y ‘Palomar’. Cuando hace 3 años el ayuntamiento de la localidad se propuso recuperarlas para ofrecer trayectos turísticos por sus trazados originales, apenas se necesitó cambiar unas pocas piezas para volver a tenerlas en funcionamiento, lo que da buena cuenta del gran desembolso que la empresa efectuó para adquirir una máquina duradera y fiable.

La locomotora 'Huya'. cropper

Tierra de Frontera

A pesar de todo, los orígenes de la región se remontan muchos siglos atrás. La capital de la comarca, la antigua villa de Montalbán, aparece citada hasta en dos ocasiones en el Cantar de Mio Cid. Y es que esta zona estuvo disputada durante siglos por los reinos cristianos y los reinos de taifas, dando lugar a un sinfín de pequeños enfrentamientos y escaramuzas que obligaron a la villa a blindarse hasta los dientes.

"La iglesia de Montalbán fue elegida por la Orden de Santiago para tener su sala capitular, era una tierra agreste y de frontera donde sus gentes debían estar preparadas en todo momento para recibir ataques de un lado o del otro", comenta Joaquín Navarro, miembro de la asociación para la recuperación del Patrimonio en Montalbán. "Buena prueba de ello es el andador que la iglesia tiene en su nivel superior, que permite a los ocupantes del interior defender el edificio y controlar la zona en un ángulo de 360 grados", dice.

Era una tierra agreste y de frontera donde sus gentes debían estar preparadas en todo momento para recibir ataques de un lado o del otro

La Iglesia de Montalbán impresiona. Edificada sobre enormes cimientos horadados (en su interior se encuentran varias bodegas y hasta una cárcel), el conjunto entero da la sensación de ser una gigantesca fortaleza. Desde la plaza del ayuntamiento el campanario principal se eleva por encima de la mayoría de edificaciones de la localidad sobre una pronunciada arista en forma de quilla de barco. "Puede verse con claridad la diferencia de estilos, el gótico defensivo del campanario y los cimientos con sillares gruesos para resistir los asedios y por otro lado el mudéjar del tejado y los adornos de la cubierta, que utiliza ladrillo y es lo que la embellece", comenta Joaquín.

Iglesia de Montalbán. cropper