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Muere el poeta José Manuel Caballero Bonald a los 94 años

  • El escritor fue galardonado con el Cervantes en 2012 y era miembro de la Generación poética del 50
  • Siempre insumiso, en la vida y la creación, fue una de las voces literarias contemporáneas esenciales

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Muere el poeta José Manuel Caballero Bonald a los 94 años

El poeta, novelista y ensayista José Manuel Caballero Bonald ha muerto a los 94 años en Madrid tras permanecer varios días hospitalizado. Caballero Bonald es una de las voces contemporáneas más destacables de la literatura española, ganador del Premio Cervantes en 2012, autor de obras como Ágata ojo de gato y uno de los últimos miembros de la Generación poética de los 50.

El escritor jerezano siempre fue insumiso, refractario al pensamiento único y desobediente hasta en la creación. Un mago de las palabras comprometido con el lenguaje y la sociedad. Coronó su carrera con el Cervantes, máximo galardón de las letras hispanas, que reconoció una trayectoria llena de coherencia con obras de "calidad suprema", según la crítica, que alabó su capacidad para la recopilación memorialística.

Eterno candidato en las quinielas, cuando supo del galardón aseguró que "el Premio Cervantes es una meta a la que todo escritor aspira y este año me correspondía, era mi turno". En palabras de su amigo Pere Gimferrer, Caballero Bonald alumbró una obra "extrema en densidad, en rigor, en poderío sonoro".

El autor ya había ganado premios como el Nacional de las Letras, el Nacional de Poesía, el Andalucía de las Letras, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Federico García Lorca y, en tres ocasiones, el de la Crítica aunque tras 60 años de carrera todo premio le sabía "tardío". El único logro que se le resistió fue ser académico, muy a su pesar. [Mira en el siguiente video la trayectoria y vida de Caballero Bonald a traves de sus testimonios]

El poeta insumiso

De carácter amable y socarrón, se tomaba la lírica como "una forma de defensa contra las ofensas de la vida", y con ese espíritu publicó libros como Las adivinaciones, Memorias de poco tiempo, Anteo, Las horas muertas (Premio de la Crítica, 1959), Pliegos de cordel, Descrédito del héroe (Premio de la Crítica, 1978).

Tras el grito inconformista de Manual de infractores, publicado ocho años después de Diario de Argónida, se sumergió en el abismo de la memoria en La noche no tiene paredes (2009) porque "mis vivencias conforman mi literatura", detallaba.

Él mismo se definía como poeta "discontinuo e intermitente" que buceaba en el barroquismo con entusiasmo, aunque amaba la soledad y se valoraba como un "andaluz de los introvertidos".

Con 90 años explicó cómo vivía buena parte del año en la desembocadura del Guadalquivir, frente a Doñana, algo que le reconfortaba porque era como una medicina para fortalecerse frente a lo que ocurría por el mundo, con "todos esos desafueros a cargo de los fanáticos, los sumisos, los gregarios" que no le gustaban.

Página 2 - Entrevista: J.M. Caballero Bonald

Con Entreguerras, publicado a principios de 2012, culminó su experimento más arriesgado: un largo poema autobiográfico, de casi tres mil versículos, sin rima ni metro prefijados y sin signos de puntuación, salvo exclamaciones e interrogaciones.

Las "entreguerras" a las que se refería el título se referían a sus "conflictos personales, a los enfrentamientos paulatinos con ciertas realidades inaceptables, a las luchas interiores para ir soldando lo que se vive con lo que se escribe", señalaba en una entrevista a Efe.

"El que no tiene dudas es lo más parecido a un imbecil"

Caballero Bonald formó parte de la renovación poética de la llamada Generación de los 50, la de los niños de la Guerra Civil, junto con escritores como José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Ángel González y Francisco Brines, también galardonado con el último Cervantes. Aunque, fiel a sí mismo, no quería que le etiquetaran en ese grupo ni en ningún otro, porque "eso son muletillas que utilizan los historiadores para facilitar los manuales de literatura".

Sí reconocía que a los integrantes de este clan literario les unía la lucha contra el franquismo en la que siempre militó y "una tendencia similar al estimable consumo de bebidas alcohólicas".

Acerca de su rebeldía, parafraseaba a Beltolt Brecht como máxima de vida, "ni mandar ni ser mandado. Esto no es ni mejor ni peor pero creo que es una forma de ser". "Por definición el escritor debe ser crítico con el poder", puntualizaba el también profesor y "aventurero frustrado" de raíces criollas, su padre nació en Cuba, que creció leyendo a Jack London y Emilio Salgari.

La vida de José Manuel Caballero Bonald en imágenes

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  • José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012

    José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012

    José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012

  • José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012

    Premio Cervantes

    José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012

"El permanecer en la brecha te rejuvenece. El que no se queda callado, el que iguala el pensamiento con la vida, tiene ya mucho ganado para rejuvenecer", dijo cuando cumplió 80 años y retomó con brío el azogue por las letras tras diversos problemas de salud. "El que no tiene dudas es lo más parecido a un imbécil", afirmó en otra ocasión, siempre directo y lúcido en sus declaraciones.

A Caballero Bonald le gustaba revisar una y otra vez sus versos, aunque nunca dejó de preguntarse "si el hecho de alterar una sola palabra de un poema no implica una cierta manipulación de la experiencia que lo alentó".

Además de la poesía y la narrativa, que en los últimos tiempos orilló por falta de fuerzas, el escritor cultivó "la navegación a vela, el dibujo, la jardinería, cierta índole de aventuras, incluso la vida contemplativa", pero siempre ha vuelto a la literatura. "Supongo que lo mejor que sé hacer es escribir", reflexionaba en voz alta y como muestra uno de sus poemas.

Espera, de la obra Las adivinaciones 

Y tú me dices

que tienes los pechos rendidos de esperarme,

que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo,

que has perdido hasta el tacto de tus manos

de palpar esta ausencia por el aire,

que olvidas el tamaño caliente de mi boca.
 

Y tú me lo dices que sabes

que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,

de lastimar mis labios con la sed de tenerte,

de darle a mi memoria,

registrándola a ciegas,

una nueva manera de rescatarte en vano

desde la soledad en la que tú me gritas

que sigues esperándome.

Y tú me lo dices que estás tan hecha

a esta deshabitada cerrazón de la carne

que apenas si tu sombra se delata,

que apenas si eres cierta

en la oscuridad que la distancia pone

entre tu cuerpo y el mío.