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Rafael Correa, el economista que soñó con ser revolucionario

  • Atesora el capital político más sólido de la historia reciente del país
  • Algunos le ven como el sucesor de Chávez al frente de la alternativa Bolivariana
  • Sus críticos le achacan que esté aislando a Ecuador internacionalmente

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Ecuador's President Correa smiles during his closing political rally in Guayaquil
Rafael Correa, durante un mitin de la campaña electoral.

Sorprendió a propios y extraños en las elecciones de 2006 imponiéndose con una clara ventaja desde una posición de salida casi imposible. Pocos, muy pocos, habían oído hablar de Rafael Correa en aquellos comicios que daban como favorito al magnate Alvaro Noboa. Seis años después, pocos, muy pocos, dudaban de su reelección. No se han equivocadoEl presidente ecuatoriano atesora hoy el que quizás sea el capital político más sólido de la historia democrática de Ecuador.  Y no falta quien le señala como el único sucesor posible  de Hugo Chávez en un proyecto bolivariano que, como el mandatario venezolano, se encuentra en cierto declive.

“No hay quien le gane. Es un líder fuerte que se enfrenta contra candidatos que no tienen corrida”, comenta al diario La Nación Milton, un chofer ecuatoriano de 58 años. “Y eso que no soy correista, ¿eh?”.

Su carisma despierta pasiones enfrentadas y le han buscado enemigos incluso entre sus propios hermanos. Cuando era un niño en la ciudad portuaria de Guayaquil jugaba a ser jefe de Estado con sus hermanos y amigos, quienes cumplían el papel de ministros y recibían sus órdenes.

A los ocho años con sus amigos jugaba a que él era presidente y los otros eran ministros.  Y yo les decía, 'oye cuando uno juega a policías y ladrones, una vez te toca ser policía otra vez te toca ladrón'", dijo su hermano Fabricio, quien se convirtió en uno de sus mayores críticos tras una agria disputa por unos contratos con el Estado.

Enérgico y a veces impulsivo, este exprofesor de Economía en Bélgica y EE.UU. de 49 años ha logrado cuarenta años después convertirse  un rostro ineludible en Ecuador. Es, también, la voz más joven y fresca  de la izquierda latinoamerica. Correa, que inicialmente pretendió marcar diferencias con el chavismo,  con el tiempo se ha postulado como el más aventajado de los discípulos. Representante del puño en alto,  cierra sus discursos con sus referencias al Che Guevara y combina las liturgias propias del bolivarianismo con ciertas píldoras de pragmatismo.

El candidato pragmático de la Alternativa bolivariana

Nacido en Guayaquil, su educación en las escuelas de las sierras cristianasSin embargo, su contacto con Europa y Estados Unidos añadió ciertas dosis de pragmatismo a su política. Antes de su primera candidatura, Correa había sido conocido por ser ministro de Economía durante tres meses en el Gobierno de Alfredo Palacio en 2005.

En aquellas sorprendentes elecciones de 2006 fue aupado, como Evo Morales en Bolivia, por organizaciones indígenas y de la izquierda de fuera del sistema. Hablaba entonces de refundar Ecuador, y se presentaba como la solución a una clase política corrupta incapaz de reinventarse.  Desde entonces ha sabido ampliar su base de apoyo popular hacia un centro más moderado lo que, sin embargo, le ha costado perder algunos de sus antiguos apoyos.

Tras su victoria, Correa logró reformar la Constitución en uno de momentos más álgidos. Muchos le acusan de haber usado ese movimiento para ampliar los poderes de la presidencia.

Tras ello, volvió a ser elegido en 2009, en un nuevo test a su popularidad. Pero también vivió, como Chávez, la amenaza directa a su persona cuando en septiembre de 2010 un grupo de policías y militares se amotinaron contra él por un cambio en su remuneración.

“Aquí ya no manda la burguesía”

El presidente presume ahora de su revolución y de haber logrado iniciar el cambio. “Aquí ya no mandan los banqueros, la burguesía, los medios de comunicación, los organismos internacionales, los ‘gringos’… Aquí manda el pueblo ecuatoriano”, insiste hoy en subrayar.

Correa ha gozado en estos seis años de una bonanza petrolífera (Ecuador produjo más de 22.000 millones de barriles en 2012) que ha hecho que los ingresos del Estado casi se hayan doblado desde 2002. Eso le ha permitido desarrollar políticas sociales, como aumentar el Bono de Desarrollo Humano o el de la Vivienda, subidas del salario mínimo y subvenciones a los más pobres, políticas que le han aportado una gran popularidad.

Algunos analistas alertan de que su sistema es demasiado dependiente de la efímera  bonanza petrolífera.  Sus críticos también sostienen que ha cambiado la dependencia de Estados Unidos por la de China, actualmente el mayor prestamista del país, y que  sus crisis con el ‘imperio’ (en 2001 expulsó a la embajadora de EE.UU.) y sus estrechas relaciones con Irán, Venezuela o Cuba empujan a Ecuador al aislacionismo internacional.

Como los otros líderes del ALBA, Correa es contrario a la firma de los Tratados de Libre Comercio, aunque no se muestra reticente a negociar acuerdos comerciales puntuales con la Unión Europea. También ha coqueteado con la integración en Mercosur, sin pronunciarse.

Ecuador correizado

Popular y populista, Correa sabe explotar su gran carisma. Sus sarcásticos ataques a la oposición y sus críticas al imperio son casi tan constantes como lo fueron los de Chávez. Adicto al trabajo, el presidente de Ecuador ha dedicado las mañanas de sus sábados para informar de sus “labores” entre la semana con intervenciones televisivas que recuerdan al “Aló Presidente” del mandatario venezolano.

Precisamente los medios de comunicación han sido los principales objetivos de sus ataques.  Su enfrentamiento directo con la prensa privada del país, a los que acusa de ser “sicarios de la tinta” y “corruptos”, le ha ocasionado críticas de organizaciones internacionales y ha llegado incluso hasta la Justicia ecuatoriana. Para combatirla, Correa ha establecido un emporio de medios en manos públicas con varios canales de televisión y diarios.  Según la oposición solo son organismos de propaganda “correísta”.

Sus enfrentamientos con inversores de Wall Street y las empresas petroleras le han ayudado a construir una imagen de un aguerrido luchador contra las élites en nombre de los pobres.  Para sus detractores, es un político autoritario e impulsivo que no tolera las opiniones diferentes y persigue a sus adversarios, mientras ataca tanto a la libertad de expresión como a la libre empresa.

Para muchos, la revolución de Correa se diluirá cuando el presidente abandone. Algo que quizás él mismo tema. En una entrevista con el diario El Telégrafo, Correa insinuó que se retiraría tras un nuevo mandato (si gana). “Hay que descorreizar el país”, dijo. “Mi presencia siempre va a ser perturbadora y prefiero retirarme, hay que descorreizar esto. No hay que personalizar el proceso de Revolución Ciudadana”. Pero eso sería, dentro de cuatro años.