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Pyongyang, el decorado más triste

  • El régimen vuelve a montar un decorado para la prensa mundial
  • La gente aclama a los líderes con fervor en recorridos tutelados
  • Es un país convertido en cárcel en el que todos somos cómplices

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El régimen de Corea del Norte vuelve a montar un decorado para la prensa internacional. Invita a los periodistas extranjeros para mostrarnos una parafernalia que resulta chocante.

Miles de personas aclamando a sus líderes: Kim Il Sung, el fundador del régimen y considerado “Presidente Eterno”, y su hijo, Kim Kong Il, ya muerto pero nombrado estos días “Secretario General para la Eternidad del Partido de los Trabajadores”. 

En la calle, las masas han aclamado al heredero de la dinastía, el joven e inexperto Kim Jong Un, quien ya ha sido oficialmente designado como Líder Supremo.

Resulta difícil saber realmente qué piensa la población. A los periodistas, aquí en Corea del Norte, nos pasean como a ganado. Requisan los teléfonos desde el primer día y nos aíslan en un hotel de donde solo podemos salir con los guías asignados. El programa es estricto y solo vamos dónde ellos deciden.

Si preguntas en la calle a la gente siempre recibes la misma respuesta.  Digas lo que digas ellos hablarán de sus líderes supremos e inmortales, aunque les preguntes por el precio del pan o si pasan hambre o en qué trabajan. 

Hombres y mujeres lloran de emoción en las celebraciones que recuerdan a Kim Il Sun o a su hijo Kim Jong Il. No se sabe si son lágrimas falsas pero sí es cierto que la gente ha sido educada para tener en la cabeza solo a la dinastía Kim y han sido programados para pensar que es casi lo único importante en sus vidas. 

Una periodista que reside en Pyongyang contaba que nunca las calles están tan limpias ni la gente tan bien vestida. Que todo este circo lo monta el régimen para la prensa, a la que nos muestran grandes rascacielos vacíos que nunca nadie ocupará y que solo sirve para impactar a las visitas.

Es la segunda vez que visito Corea del Norte y tengo otra vez la misma sensación. La de pisar un decorado y no un país real donde sabemos que la población malvive y pasa hambre pero no nos dejan verlo y donde hay más de 150 mil prisioneros políticos de los que nunca tendremos noticias.

Para un periodista es uno de los lugares más frustrantes para trabajar. Un país convertido en una cárcel de la que todos somos un poco cómplices.