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Clegg paga los platos rotos del 'experimento' de la coalición británica un año después

  • Ha perjudicado más al liberaldemócrata que al premier Cameron
  • El pacto generó dudas desde el principio en un país de mayorías electorales

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El líder de los liberaldemócratas y viceprimer ministro, Nick Clegg, sale de su casa en Londres.
El viceprimer ministro británico, Nick Clegg.

El experimento generó muchas dudas. De hecho, las sigue provocando. Pero lo cierto es que el experimento lleva ya un año en desarrollo, en el laboratorio de la política británica. El 11 de mayo de 2010, el Partido Conservador y el Partido Liberal Demócrata firmaron la primera coalición de gobierno que el Reino Unido había visto en más de 60 años.

El laborista Gordon Brown perdió las elecciones generales. Pero David Cameron no las ganó del todo. En un país acostumbrado a las mayorías absolutas, el candidato conservador no logró los escaños suficientes para gobernar solo; para que los tories entraran a lo grande por el número 10 de Downing Street. Cameron tuvo que cruzar esa famosa puerta con la ayuda del hombre que le había hecho sombra durante la campaña: Nick Clegg, la estrella de los debates electorales.

Firmado el acuerdo de coalición, los británicos asistieron a una escena que jamás hubieran imaginado. Lugar: el jardín de Downing Street. Decorado: sol en Londres y sonido de pájaros. Protagonistas: el líder de un partido establishment y el de una formación protesta, siempre en la oposición.

Cameron y Clegg unidos, convertidos en primer ministro y vice primer ministro, compartiendo bromas, ante una prensa y un país bastante sorprendidos. No parecía que fueran a aprobar, juntos, los mayores recortes en el gasto público desde la II Guerra Mundial.

La situación económica

La reducción del déficit está marcada a fuego en el acuerdo de coalición. Según el mensaje oficial, la situación económica del Reino Unido, después de la crisis financiera, explica que conservadores y liberal-demócratas aparquen sus diferencias, para trabajar por el país. La deuda dejada por los laboristas, continúa el discurso oficial,  justifica el ajuste de más de 80 mil millones de libras, detallado el pasado 20 de octubre por el responsable del Tesoro británico, George Osborne.

El Gobierno liberal conservador confía en que, al final de la legislatura, en 2015, las cuentas del Reino Unido queden saneadas. Hasta entonces,  los recortes han provocado más de un dolor de cabeza a los miembros del gabinete. Y por descontado, a los ciudadanos que sufren los efectos del ajuste presupuestario.  

Los primeros dolores comenzaron con las manifestaciones de los estudiantes.

Al reducirse la financiación de las universidades, la coalición aprobó la subida de las matrículas. El aumento llevaba la firma de los liberal-demócratas, que prometieron en campaña, con vídeos de YouTube,  que ni siquiera debatirían semejante idea. Londres revivió en noviembre y diciembre jornadas de protesta en las calles. Y desde entonces, el partido de Nick Clegg no levanta cabeza.

Problemas con los conservadores

Pero los recortes también han provocado problemas a los conservadores. Para reducir el presupuesto, el Ministerio de Medio Ambiente propuso privatizar parte de los bosques que gestiona la Comisión Forestal. Una potente campaña pública forzó en febrero a la ministra a abandonar sus planes. Lo que en lenguaje político británico se conoce como U-turn, un giro de 180 grados, en traducción aproximada.

El giro se ha quedado en 90 grados, en el caso de la reforma sanitaria.  Un controvertido proyecto para descentralizar el NHS, el Servicio Nacional de Salud, y dejar buena parte de la gestión económica en manos de los médicos de cabecera. Poco antes de las elecciones locales, Cameron y Clegg acordaron pausar la tramitación de la ley para realizar “un ejercicio de escucha”. De paso, dejaron al ministro conservador de Sanidad en una situación política bastante incómoda.

El referendum sobre el sistema de voto

Y en esto, el pasado 5 de mayo, llegaron las elecciones municipales de Inglaterra, el referéndum sobre el sistema de voto y los comicios a los parlamentos autónomos de Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Para entonces, la armonía se había esfumado de las reuniones del gabinete. Sucede cuando uno es liberal-demócrata y el socio conservador utiliza la mala imagen de tu líder, para ganar un referéndum.

El primer examen electoral para la coalición, en líneas generales,  lo aprueba Cameron y lo suspende Clegg.  El vice primer ministro admite que el Partido Liberal Demócrata ha acarreado con toda “la carga de la culpa” por los recortes. ¿Aguantará la coalición? La pregunta se repite en la prensa. Y los protagonistas responden: el acuerdo se mantiene. Pero de otra forma. A partir de ahora, hay que esperar que los de Clegg hagan más públicas sus diferencias, se presenten como fuerza moderadora de los conservadores. El experimento entra en una nueva fase.

Si se repite la imagen del jardín en Downing Street, quizá, esta vez, el sol y los pájaros no decoren la escena. Seguramente, veamos más espinas que rosas.