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'Las Neurosis sexuales...' de muchos y pocos de nosotros

  • Aterriza en La Cuarta Pared el multipremiado texto de Lukas Barfauss
  • Aitana Galán lo transforma en una divertida ironía sobre prejuicios sociales y sexuales

Por
Las Neurosis sexuales de nuestros padres

El despertar sexual de Dora, una discapacitada que ha estado años sumida en el letargo provocado por la medicación, centra Las neurosis sexuales de nuestros padres, adaptación de la obra original de Lukas Barfauss con la que la autora y dramaturga Aitana Galán completa su Díptico Bärfus. Se trata de un texto premiado, representado, reconocido y aplaudido en medio mundo puede verse hasta el 1 de noviembre en la Sala Cuarta Pared de Madrid.

Las neurosis sexuales de nuestros padres es una obra dura y visceral que juega con los espectadores recorriendo los parajes de los convencionalismos más arraigados en la sociedad. La obra puede asustar a aquellos que no gusten de ver la realidad, una realidad no directa pero presente en distintos sectores sociales.

Un relato que narra con humor situaciones comúnmente tachadas de fuertes o duras, pero que muestra una simpatía e ironía dentro de un texto muy bien escrito y construido. No se trata de una obra difícil de entender, es tremendamente divertida y que ataca la represión que a veces uno mismo se auto impone.

Un texto enriquecido por estupendas interpretaciones

La obra cuenta con siete personajes, entre los que destaca la interpretación de su protagonista, Carolina Lapausa (Dora), que tras dejar la medicación comienza a descubrir el sexo, la vida y la alegría. Poco a poco uno se va encandilando del personaje por su sinceridad y su falta de prejuicios que acompaña con una marcada necesidad de disfrutar de la vida. Sin excesos y con una interpretación sin estridencias, no cansa pero sí nos sacude con la más que realista interpretación de una discapacitada.

Este personaje, que lleva el peso de la obra, acaba dando una lección de vida a unos padres, interpretados por Lidia Palazuelos y Alfonso Mendiguchia, que se consideran cultos, jóvenes, modernos y bien pensantes, pero que en realidad carecen de una mirada limpia para juzgar sus relaciones. La manera de vivir de su hija desata en ellos un sentimiento de rechazo hacia lo que Dora experimenta, y terminan adoptando una superioridad moral hacia sus sentimientos.

Especial atención merece también el personaje del médico (Fernando Romo), que se tiene por liberal aunque no es tan progresista como él se imagina. Su lectura de las situaciones se manifiesta discordante con respecto a los padres. Esto también es debido a las diferentes posiciones sociales que ocupan.

El jefe de Dora (Antonio Gómez Celdrán) y su progenitora (Flavia Pérez de Castro) reflejan el sentir de gente mucho más de la tierra. Regentan una frutería y padecen también una gran represión con problemas económicos y con una visión distinta del mundo.

Por último encontramos al amante de Dora, interpretado por Vicente Colomar, y que representa para la joven protagonista el punto fino, casi de príncipe azul delicado. Sin embargo, es todo menos eso y es con él con quién empieza a profundizar en la relaciones sexuales de una forma muy contundente llegando a doblegarla a su gusto.

Un relato terriblemente divertido

La historia puede definirse como un cuento terrible dividido en cuadros introducidos por una acotación. Esta idea de relato, de narración literaria, se configura como motor de la puesta en escena.

Una puesta en escena donde lo esencial es la palabra, el actor, el espacio. Conjugando un escenario parco en elementos, inmenso en la coreografía originada por el cuerpo de los actores. Son ellos, con sus cuerpos, los que generan la escenografía, los que están creando distancias, acercamientos, movimientos

Las neurosis sexuales de nuestros padres llega al público madrileño gracias a la autogestión y al impulso de grandes amantes del teatro. Es una obra dura, fuerte, polémica, avanzada, inquietante, subversiva, negra, irónica, conmovedora, profundamente divertida.

Es, precisamente, el teatro por el que debe apostarse en tiempos tan confusos como los que vivimos, porque es un teatro de calidad. Literatura dramática de verdad, bastante alejada del teatro de supervivencia al que programadores y administración pretenden acostumbrarnos.