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La frágil vida del séptimo arte

  • Solo se conservan entre el 25 y el 10 % de las películas mudas
  • Los incendios, la falta de cuidado y la censura son las causas

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'Cleopatra' (1919),  'El destino de la carne' (1927) y 'El prado de Bezhin' (1936), tres ejemplos de películas perdidas total o parcialmente.
'Cleopatra' (1919), 'El destino de la carne' (1927) y 'El prado de Bezhin' (1936), tres ejemplos de películas perdidas total o parcialmente.

Si Ray Bradbury hubiera escrito una novela sobre la destrucción de las películas, la cifra de temperatura sería mucho más baja que Fahrenheit 451. El celuloide simplemente arde. Los incendios en los depósitos de películas terminaron con buena parte del cine mudo, del que se estima que solo han resistido entre el 25 y el 10 % de de las películas rodadas en todo el mundo.

La conservación del material fílmico tiene un antes y un después en 1952. El uso de nitrato en las películas anteriores a esa fecha las convertía en una material altamente inflamable. Si no se preservaba correctamente podía incluso entrar en combustión espontánea.

En el incendio en 1970 de la casa que Orson Welles tenía en el barrio de Aravaca en Madrid se creía perdida para siempre Two much Johnson. No es una película en sentido estricto pero sí uno de los primeros materiales rodados por el genio americano. “En el semisótano tenía una sala de montaje con dos moviolas donde iba montando las tres o cuatro cosas que siempre estaba haciendo al mismo tiempo", recuerda Enrique Laguna, meritorio en el rodaje de Campanadas a medianoche, película que Welles rodó en España. “Empezaba muchas cosas que no terminaba”, no planificaba nada pero, como todos los genios, llegaba, encuadraba y le salían cosas muy bonitas; ese chalet se prendió fuego y, aparte de lo que tenía de El Quijote, se perdió también esa película”.

“El nitrato de celulosa se usaba porque era un plástico de gran calidad y transparente pero era altamente inflamable”, explica Ferrán Alberich, restaurador de la Filmoteca española que trabajó en la restauración de Un perro andaluz en 1999. “En 1952 se añade el acetato de celulosa, un poco más opaco pero más seguro, hasta que se descubrió que a los 50 años se autodestruye, porque el ácido acético libera vinagre. Ahora, las películas son de poliéster, prácticamente indestructible”.

Pese a todo, y si el calor y la humedad lo permiten, no se puede descartar descubrimientos en sótanos o depósitos, como el rocambolesco hallazgo de El misterio de la puerta del sol, la primera película española sonora, en un trastero de Burgos en 1994. Llamas al margen, la despreocupación general por preservar durante las primeras décadas del siglo XX y la preocupación particular de las dictaduras por destruir por motivos ideológicos son también responsables de la desaparición de muchas cintas.

Películas quemadas

Solo en un incendio de 1965 en el depósito de la Metro Goldwing Mayer se perdieron más de 100 películas mudas y sonoras para siempre, entre ellas London after midnight de Tod Browning. Algunas celebridades silentes, como Theda Bara –cuya Cleopatra de 1917 es una pieza codiciada- o Clara Bow, tienen buena parte de su filmografía hecha cenizas

Muchas de los cortometrajes de Georges Méliès, el mago-fundador del cine, se encuentran desaparecidos pese al empeño personal de Martin Scorsese que -además de homenajear a Méliès en La invención de Hugo- ha conseguido recuperar y restaurar algunas de sus cintas a través de su fundación.

Una década antes de dirigir Lo que el viento se llevó y El mago de Oz, Victor Fleming estrenó El destino de la carne (1927). El actor Emil Jannings obtuvo el primer Oscar como mejor actor de la historia, el único premio de la Academia de Hollywood que no puede verse: apenas quedan cinco minutos de película.

En España, un incendio de un depósito en Madrid en 1944 destruyó buena parte del material rodado en la Guerra civil y muchas películas republicanas.

Películas descuidadas

La azarosa vida de las cintas estaba además sometida a las quiebras de las productoras o, simplemente, al descuido de un patrimonio cuya conservación no era prioritaria. Había una razón: antes del nacimiento de la televisión las películas tenían nulo valor comercial tras pasar por las salas. Otra práctica extendida en los grandes estudios era eliminar las versiones anteriores de los remakes que llevaban a cabo.

A Woman of the sea fue la película que Charles Chaplin produjo a Joseph von Stenberg para que el director alemán se instalará en Hollywood. Sin embargo, Chaplin no la consideró suficientemente buena y fulminó el material de una posible joya para historiadores.

Thomas Dixon Jr. coguionista del clásico El nacimiento de una nación (D.W. Griffith, 1915), dirigió una secuela un año después llamada La caída de una nación. El batacazo de crítica y público fue tal que no queda copia alguna.

Películas censuradas

La coincidencia de la vulnerabilidad del soporte con la época de los totalitarismos en Europa tampoco ayudaba. Los nazis no solo quemaban libros, y cuando Hitler llegó al poder en el 1933, se encargaron de exterminar películas como Diferente de los otros, una precursora cinta de 1919 en la que se reivindicaba la homosexualidad. En 1970 apareció parcialmente en Alemania.

El prado de Bezhin (1937), de Sergei M. Eisenstein -el equivalente ruso Welles por genialidad y calamidad- padeció la censura estalinista que ordenó paralizarla en fase de rodaje y destruirla. Lo que no purgó Stalin, lo destruyeron los bombardeos nazis en la II Guerra Mundial. Y lo que no destruyó Stalin ni las bombas son algunas secuencias que no reflejan la idea original de Eisenstein.

Y como epílogo una hermosa historia retratada en el documental Los ojos de Ariana, de Ricardo Macián. Cuando los talibanes se hicieron con el control de Afganistán en 1996, el Ministerio de Asuntos Religiosos ordenó destruir el archivo del Instituto de cine Afgano. Los funcionarios que trabajaban en la filmoteca se las ingeniaron para emparedar los rollos en dobles fondos, arriesgando sus vidas para proteger el patrimonio. La transmisión cultural como acto heroico.