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¿Quién se indigna en Francia?

  • El movimiento espera recuperarse su impulso con motivo de las elecciones
  • Las protestas de 'indignados' han tenido menos repercusión que en España
  • Las quejas son las mismas: protestan contra un sistema que "no les representa"

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En Portada - El desencanto de Europa
Las huellas de la rabia en los suburbios de París

Son un grupo más bien pequeño. No más de veinte personas. A un lado, se amontonan varias mochilas y tiendas de campaña. "Somos los indignados de París",  nos dicen. Y aquí parecen pequeños, casi insignificantes. Los hemos encontrado en medio de la plaza de la Défense, el mayor distrito financiero de Francia, rodeados de rascacielos, de grandes bancos y empresas. Ellos, desde muchos metros más abajo, intentan plantarles cara.

Cuando llegamos, los indignados están discutiendo con la policía. Los desalojaron de madrugada, por la mañana han vuelto y ahora discuten con los agentes porque quieren volver a instalar su campamento. Enseñan una y otra vez el mismo permiso arrugado.  Un policía menea la cabeza de un lado a otro, llama a la jefatura, vuelve a llamar y al final les dice que pueden quedarse, pero sin montar las tiendas.

Así es su día a día desde que empezó el movimiento, en mayo de 2011, poco después de que naciesen los primeros "indignados", los españoles. Se instalan en un sitio, la policía los desaloja, regresan, vuelven a desalojarlos, se instalan en otro sitio... Así desde mayo. Y ahora, el día en que los hemos encontrado en la Défense, es diciembre. Su reto es resistir el invierno y sus miradas están puestas en las próximas elecciones presidenciales.

Cuatro meses después, han llegado las elecciones. El sábado, la víspera de la primera vuelta, han convocado una manifestación en París. Quieren hacer oír su desencanto con un sistema y unos políticos que les ofrecen un futuro peor que el pasado de sus padres. Su lema ya se ha hecho famoso: "No nos representan".

¿Nadie les representa?

Nicolas, uno de los que gestiona las páginas web del movimiento, se indigna al pensar en Lucas Papademos y Mario Monti, los primeros ministro de Grecia e Italia, ex vicepresidente del Banco Central Europeo y ex asesor del banco estadounidense Goldman Sachs respectivamente.

"No los ha elegido el pueblo, los ha nombrado el sistema financiero. Estamos hartos de esta democracia que ya no es una verdadera democracia porque lo que se decide es nombrar banqueros que han contribuido a la ruina de los países europeos".

¿Y en Francia? Aquí la gente sí que va a votar para elegir a su presidente... "Lo que queremos no son pequeños arreglos, una mejora del sistema. Eso ya se hizo en las crisis pasadas y ahora vemos que nos encontramos en el mismo punto, incluso peor. La humanidad entera debe reflexionar y preguntarse: ¿Cómo queremos que sea el mundo para nuestra generación y para nuestros hijos, nietos y bisnietos? Pedimos un cambio profundo porque si no, nos vamos a encontrar en la misma encrucijada muy pronto."

ninguno de los candidatos, dicen, se atreve a ese cambio.  A renunciar a nuestro nivel de consumo y contaminación, a hacer de la justicia social una prioridad, a hacer que paguen la crisis los que más tienen.

¿Quién se indigna?

"Somos personas normales y corrientes. Somos como tú. Personas que se levantan cada mañana para estudiar, trabajar o buscar un trabajo; gente que tiene familia y amigos. (...) Entre nosotros, algunos se consideran progresistas, otros conservadores (...) pero todos estamos preocupados e indignados por la situación política, económica y social, por la corrupción de los políticos, empresarios y banqueros." Así se definen ellos en su primer manifiesto.

Personas como Nicolas: 30 años, licenciado, experto en internet y redes sociales, se fue a trabajar a Bruselas cuando terminó la carrera. Desde que volvió a París comparte un piso de alquiler, es autónomo y busca un trabajo "donde no me exploten". Muchos jóvenes parisinos se parecen bastante a él, pero en esa plaza de la Défense, donde conocimos a Nicolas, no había más de veinte.

¿Cuántos se indignan?

Nadie espera, en principio, que este sábado se llenen de "indignados" las calles de París. Los analistas dicen que en Francia el movimiento no ha conseguido unir a los jóvenes. No lo ha hecho, por ejemplo, con los que viven en las deprimidas afueras de París: la banlieue. Allí, con un paro juvenil de casi el 50%, un sentimiento de marginación por el origen racial y un presidente que les llamó públicamente racaille (chusma), no faltan ni el desencanto ni la frustración.

Cécile, una comisaria de arte en paro que vive en la banlieue, en Saint Ouen, señala una esquina de su barrio donde hace unos días murió un chaval de un disparo. Trabajaba como vigilante para los traficantes de droga del barrio. "Un niño de dieciséis años gana cincuenta euros al día por vigilar en las esquinas. ¿Cómo le puedes decir que no lo haga cuando en su casa no tienen dinero para pagar el alquiler?", se pregunta.

Los jóvenes de la banlieue no sienten que el sistema les ha dado la espalda de repente. Para ellos, siempre ha estado de espaldas.

Hay otros motivos por los que el movimiento ha tenido menos repercusión en Francia que en otros países. Los sociólogos apuntan a que en Francia no hay tanto paro como en España, ni hay miedo a una crisis como la de Grecia. Muchos ciudadanos sí confían en que alguno de los candidatos a presidente podrá sacar el país adelante.

Para Brigitte, una abogada a punto de jubilarse, los indignados, aunque no sean muchos, sí son una esperanza, la semilla de un cambio posible. "Son la resistencia que empieza a organizarse en todos los países del mundo", dice. Un año después de las primeras movilizaciones, nos preguntamos si esa semilla empieza a crecer o a marchitarse.