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El Museo Thyssen revela los años lánguidos de Matisse

  • Una muestra en la pinacoteca madrileña recorre la etapa central del artista francés
  • Distanciado de la vanguardia, su obra se hace más relajada, íntima y sensual
  • Los interiores y los desnudos, en forma de odaliscas, concentran la atención del pintor
  • La exposición podrá verse hasta el 20 de septiembre

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Matisse visita el Thyssen

"Un buen y antiguo hostal, por supuesto. ¡Qué adornos los de las colchas italianas! ¡Qué embaldosado! Fue un gran error demoler este edifico. Me hospedé allí cuatro años por el placer de pintar dentro de él. ¿Recuerda la luz que penetraba a través de las celosías? Todo era artificial, absurdo, magnífico, excelente".

Con este entusiasmo recordaba Henri Matisse el Hôtel de la Méditerranée, uno de los muchos que habitó en Niza, la ciudad costera que se convirtió en su refugio desde 1917, cuando una bronquitis le empujó a la Costa Azul y el resultado fue un giro en su vida y en su pintura.

Matisse se concibe desde el color: "Un tono no es más que color; dos tonos son un acorde, son vida", escribió. Pero en esa época ya no es el pintor fauve de una década antes, el que había alcanzado la cumbre con La danza (1909), sino que se distancia de la vanguardia y retorna a una pintura más relajada, hasta cierto punto realista y clásica.

No es el único, ya que, en esos años, Picasso retorna al clasicismo, André Derain volvía al orden y nacía la Bauhaus en Alemania. Pero en Matisse concurren además ciertas circunstancias personales, más allá de su bronquitis: la necesidad de alejarse de la realidad, de la guerra, de París. Ahora, el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid recupera en una exposición esa etapa central de su producción, menos conocida que sus obras iniciales o el final de su vida.

Ventanas

Durante los inviernos en Niza -cada año, entre mayo y septiembre, regresa a su taller de Issy les Molineaux, cerca de París-, Matisse redescubre su estilo pictórico, en el que desparece la tensión vanguardista y se suceden las escenas de interior, los desnudos... La muestra del Thyssen, comisariada por el que fuera director del museo, Tomás Llorens, recopila 74 obras, entre pinturas, esculturas y dibujos, la mayoría inéditas en España.

En todos ellos se aprecia un cierto distanciamiento de la realidad exterior: siendo un pintor de formación impresionista, predominan los interiores, aunque siempre hay ventanas que se asoman a la luz del Mediterráneo, como en Mujer sentada, con la espalda vuelta a la ventana abierta (1922) o Interior con funda de violín (1918-1919).

Son obras intimistas, muchas de ellas centradas en los objetos, como Amapolas (1919), que recuperan cierto simbolismo de su maestro, Gustave Moreau. En cierto modo, Matisse vivía de espaldas al mundo, concentrado en el poder relajante y consolador del arte, mientras Europa atravesaba uno de sus períodos más convulsos, con dos guerras mundiales.

"En absoluto es un pintor menos interesante, ni menos audaz. Es un pintor consagrado que no necesita demostrar nada y que se dedica en Niza, su jardín cerrado, a pintar por placer" en un formato más íntimo y más próximo al espectador explicaba el director artístico del Thyssen, Guillermo Solana.

Odaliscas

Otro motivo recurrente de esta etapa son las pinturas de odaliscas, inspiradas en las pinturas orientalizantes de Ingrés y Delacroix, que sirven a Matisse para retratar el cuerpo femenino evitando el desnudo académicoOdalisca con pantalón gris (1926-1927) y Dos odaliscas, una desvestida, con fondo ornamental y damero (1928) son dos de las mejores obras de este tipo que ahora pueden verse en Madrid.

La etapa de Niza sufriría un nuevo vuelco en 1930, cuando Matisse viaja a Tahití pasando por Nueva York y San Francisco. Su espacio pictórico se amplia y acomete la decoración del museo privado del coleccionista estadounidense Albert Barnes; aunque el original se conserva en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de París, el Thyssen acoge un excelente boceto del futuro collage, una segunda versión de La danza (1931-1933).

De regreso a Francia, su pintura se vuelca en mayor medida hacia el dibujo y a una simplificación mayor de la composición, donde desparece por completo la perspectiva -que nunca fue una de las preocupaciones de un pintor atraído por la bidimensionalidad-; un buen ejemplo es El vestido azul reflejado en el espejo (1937).

La exposición sólo alcanza hasta 1941, cuando Matisse se sometió a una operación para extirparle un tumor intestinal que había perjudicado considerablemente su salud durante un año. Con 72 años, le pidió al médico dos años más para cerrar su obra: aún viviría otros 13, hasta 1952, con tiempo para volver a reescribir la historia de su pintura y del arte del siglo XX.