Espido Freire escribe la historia de su vida a través de la comida
- ¿Se puede conocer a alguien a través de lo que come? Espido Freire repasa su vida a través de la comida en Cinco bocados
- La escritora vasca nos habla desde la cena del Premio Planeta de 1999 que ganó, hasta las tazas que tiene en su cocina
En la vida, como en las buenas novelas, toda gira en torno a una mesa. Porque la comida lo explica todo. O, como mínimo, lo envuelve. Marca el ritmo de la jornada, rige los planes y teje vínculos. Hay desayunos informativos para conocer el mundo. Comidas para reponer fuerzas. Meriendas que reencuentran y reconcilian, y cenas que pueden cambiar la vida. Como la que vivió Espido Freire (Bilbao, 1974) la noche del 15 de octubre de 1999.
Entre plato y plato, se alzó con el 48º Premio Planeta por su novela Melocotones helados.
Con 25 años se convirtió en la ganadora más joven del galardón literario más mediático de España. "Era una cena en un hotel", recuerda la escritora en el estreno de Cinco bocados, con Manuel Martín-Albo.
Aquel día pidió que le cambiaran la carne por pescado. No lo olvida. "Es una frivolidad, pero acababa de hacerme un blanqueamiento de dientes y me dijeron que no comiera alimentos tintados", explica. Aunque, en realidad, no llegó a probar el menú completo. Y ni falta que le hizo para saborear la noche.
"Cuando solamente quedábamos dos personas, dejé de comer y me pinté los labios para que, pasara lo que pasase, no me pillara prevenida", confiesa. "Hubo quien dijo que había perdido el apetito por los nervios, pero no. Yo ya había ganado. Me daba igual el resultado. Lo que me preocupaba era salir bien".
Eso sí, "calculó mal". "Llevé un tono muy saturado de labios, había muchísimos flashes y salí en todas las fotografías excesivamente pálida y con los labios muy negros".
Sin embargo, tanto el menú como las fotografías quedaron en segundo plano. Lo que se sirvió en platos y se reflejó en imágenes era más importante: memoria. Se cocieron momentos. De esos con regusto agradable. De esos que podrías repetir sin cansarte, por más tiempo que transcurra.
"Me acuerdo del año que ganó Javier Moro (2011) y de las ediciones en las que fueron finalistas Manuel Vila (2019) y Boris Izaguirre (2007). Estaba sentada con ellos", relata Espido Freire. "Manuel estaba muy nervioso, Javier un poco menos y Boris en absoluto. Pese al cotilleo y la especulación, la impresión general de todos es la de pasarlo bien", resalta la autora de Irlanda.
Se trata de disfrutar. Cada uno a su ritmo y con sus gustos, pero siempre con una actitud compartida: atención en una alimentación total. Para el cuerpo y para el alma.
"Soy vasca. La comida se toma en serio", asegura. Así que cinco bocados al día, si se puede.
Huevos benedictinos y desayunos salados para arrancar el día. "Me gustan mucho los cuidados ajenos. ¿Sabes esos cantantes vetados en casinos? Yo estoy a nada de que me suceda con los buffets", bromea.
A media mañana, una infusión como tentempié y planificador del día. "Me sirve para dividir el paso de unas tareas a otras. Las primeras horas son para lo urgente; después llega la parte creativa: columnas de opinión, guiones y demás".
Y también, a veces, prepararse una comida que aúne equilibro "más o menos ligero", salvo que "esté en casa de mis padres". Entonces, asegura, la cuestión es dejarse llevar.
No como con la merienda. La fruta, el té y el dulce son sagrados. Y puntales. Siempre a las 17.00 h. "Un chocolate amargo con churros, por ejemplo, me ayuda a prepararme para los rigores de la vida" sin "ningún remordimiento", dice.
Por la noche, cena. A solas o en compañía, según toque tras las conferencias y trabajo. La carta —en todos los sentidos—depende de las circunstancias.
Porque, para Espido Freire, la comida no está en los platos. Se encuentra en quien cocina, en las sobremesas, ausencias y rituales. Incluso, en la vajilla. "Tengo tazas que utilizo en función de mi humor", desvela. Carecen de eslóganes y de dibujos, pero cuentan una historia. Le hablan.
"Tengo un tazón de medio litro que traje de la isla de Ellis de Nueva York, donde fui buscando el rastro de un antepasado emigrado allí. Otra muy especial –destaca—de una diseñadora que me encanta y que ya no fabrica. Y una tercera que lleva conmigo más de 20 años. Tengo amenazado a quien me la toque", advierte riendo.
Las tres guardan un significado que le aporta un toque distinto a sus comidas. "Asocio objetos a momentos. Tengo una memoria emocional muy sensible", insiste. "Hay personas que salen de tu vida y, en ese instante, lo que estaba asociado a ellas también desaparece de mi rutina". Al menos lo hace durante un tiempo. Se trata de digerir las experiencias.
"Ese objeto luego se puede integrar sin dolor. Puedo recordar lo que me dañó con ese mal ya atenuado, pero no lo olvido", apunta. "Todos tenemos cicatrices, y está bien recordarlas de vez en cuando para no repetir errores".
A veces hay que volver al sabor amargo para valorar el dulce. "No hay avance posible, si no incorporamos las espinas de ese camino", concluye Espido Freire.
Cinco bocados