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Ganador de marzo: 'A más de trescientos kilómetros', de Paloma Martínez Mateo

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Le dolía… ¿Pueden doler las uñas? ¿Puede doler el pelo? Ya estaba amaneciendo. No tenía ganas de ir a buscar a las niñas, no tenía ganas de levantarse… Se levantó y fue a casa de su hijo que ya salía.

- ¡Mamá es tarde! Ya sabes que tengo que salir antes de casa.

Se dio media vuelta y se fue.

Tiró el móvil en la primera papelera. Caminó calle abajo. Sonrió, se sentía bien, ya no le dolían las uñas, ni el pelo. Se miró frente a un escaparate ¡Había crecido! ¿Tenía menos arrugas? Su pelo brillaba. Siguió andando. ¡La estación de autobuses! Miro en su bolso, llevaba unos ochenta euros, la tarjeta del médico, la del banco, las gafas de cerca y unos pañuelos. Llevaba todo.

- Déme un billete para el primer autobús que salga.

- Es para Cercejo – dijo la vendedora de billetes, sin inmutarse que no le pidiese con un destino. ¿Por qué se iba a sorprender? No sabía donde quería ir, pero realmente no quería ir a un pueblo ahí al lado.

- Déme un billete para el primer autobús que salga con destino a más de trescientos kilómetros.

Lo compró y cedió el lugar a un caballero con corbata, abrigo de paño doblado en el brazo y clavel blanco en el ojal. Le gustó su aspecto.

Mientras esperaba pensó lo ¿romántico?, no, ese no era el término para ello debería de ir acompañada por otra persona ¿Un caballero con clavel en el ojal? Vio como el portador del ojal con clavel abandonaba la estación. Decidió que el término era bonito, hubiera sido bonito que hubiese acabado en una estación de trenes, eso habría sido más de película. En fin, no se iba a dejar desalentar por ello, había abandonado la mediocridad y debería imponerse no mirarla si la rodeaba… ¡No llevaba la radio! Una cosa era huir, otra ir sin su fiel compañera, miró la hora, tenía tiempo de ir a casa y volver. Debería ir muy rápido ¡Déjate, déjate! Una cosa es que te sientas bien, otra que estés bien, sesenta y nueve primaveras son muchas para ir corriendo.

Volvió a sonreír. Hasta ese momento no había caído en lo pícaro de su edad. ¡Y yo sin disfrutarlo! ¿Se podría disfrutar? Hacía tantos años… Las pasiones que vio en las películas de tres veces al día, durante días y días… nunca. El empezar en una tarde calurosa y acabar de noche y empapados, tampoco. El hacerlo en un vestuario de unos almacenes, debajo de una escalera de un macro edificio, en el sillón del jefe, en una playa desierta, en una noche de fiesta con un desconocido, en una piscina en la que te has colado, en la camilla del médico… ¡Ni pensarlo! Tan siguiera en un Simca Mil, como en la canción ¡Jesús, Jesús!

De jovencita le hubieran puesto una penitencia de las que hacen historia. Lo hubiesen hecho si se hubiese atrevido a reconocerlo en alto. De jovencita ni lo pensó, ni sabía que lo de las películas estaba sacado de la vida real, ni las películas de entonces eran tan explícitas como para que te enterases de tanto, ni lo hubiera creído aunque lo hubiese visto, ni se lo habría creído si se lo hubiese contado una amiga, además de eso no se hablaba con las amigas, como mucho un chistecito.

Pensar era muy cansado. Era mejor no pensar y estar ahora yendo a por el pan y competir con las vecinas a ver quién tenía más achaques Se levantó y se encaminó a la salida. Lo vio ¡Un taxi! ¿Desde cuándo no cogía uno? Esa era la solución para ir coger la radio y volver a tiempo. Era emocionante, la protagonista de una película es lo que hubiera hecho ¡Y yo pensando en correr! ¡Ella con chófer y por capricho!, sin necesidad de nada en concreto.

Cuando se acercaban a su portal ¡No podía ser! Ese coche aparcado en doble fila era el su hijo, se hizo trasparente en su sitio mientras decía al taxista que no parase

- ¿Adónde señora? – pregunto el no sorprendido taxista

- De una vuelta a la manzana, despacio, sin prisa – Improvisó y volvió a ser la heroína de una película, sólo faltaba un poco de emoción en el que conducía.

Los hados se ponían de su parte, era una buena señal, cuando volvían a enfilar la calle vio a su hijo meterse en su coche y arrancar. Pidió a su conductor que la esperase unos minutos.

Le pareció tan ¿pequeño? ¿extraño? ese piso donde ya llevaba más de nueve lustros viviendo. En su dormitorio cogió su foto de boda con el marco de plata que le regaló su madrina aquel día. Cuánto tiempo llevaba allí, sin mirarlo, sólo quitándole el polvo… No fue un mal matrimonio, fue lo que se esperaba, un sueldo fijo, vacaciones en la costa, alguna excursión a la sierra, ir y venir al colegio con el niño. Las miradas cómplices, los pellizcos pronto se acabaron, si es que existieron, ahora no lo recordaba. También podría haber sido diferente. Su marido fue un buen esposo y un buen padre. Fumó demasiado, demasiado tiempo llevaba ya sola. Su hijo era… es un buen hijo.

Se dirigió a su autobús. Volvió a sonreír. El caballero del clavel, estaba allí de pie mirándola ¿la estaba esperando? No seas ridícula, ¡No estás en una película! Pero, es que… ¡Qué poco mundo tienes! Se dijo así misma, sin poder dejar de sonreír. ¿Había sonreído tanto tiempo alguna vez en su vida? No lo recordaba. Ahora el clavel era rojo ¿No era antes blanco?

Sin dejar de mirarla, sin dejar de sonreírla, aquel caballero empezó a articular palabras:

- Me tenías preocupado, por un momento creí que me habías dejado abandonado mientras iba a por un clavel de color más adecuado. Ir a más de trescientos kilómetros es mejor que adonde yo iba.