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Elegido el cuarto finalista del concurso de relatos del magacín 'En Días Como Hoy'

  • Santiago Moya Alía opta al primer premio con 'Monalda y Cristalda, las complementarias'
  • El ganador recibirá una beca de 1.000 euros en cursos de la Escuela De Letras
  • Además, la obra premiada será dramatizada en Radio Nacional de España
  • Conviértete en el finalista del mes de marzo. Puedes enviar ya tu relato

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Santiago Moya Alía es el finalista del mes de febrero del Primer Concurso Internacional de Relatos de RNE. El certamen, articulado a través del magacín 'En Días Como Hoy', se enmarca en la campaña 'La cultura en RNE... Porque a ti te gusta'.

La obra con la que Santiago Moya Alía opta al primer premio -una beca de 1.000 euros en cursos de la Escuela de Letras y la dramatización en RNE del relato ganador- lleva por título 'Monalda y Cristalda, las complementarias' y cuenta la historia de dos ciudades. Los cuentos finalistas del mes de noviembre y diciembre estaban protagonizado por animales y el del mes de enero era una historia de ciencia-ficción.

Si deseas participar en el concurso y convertirte en el finalista de este mes, puedes enviar ya tu relato. Hasta junio habrá un finalista mensual preseleccionado por Escuela de Letras y RNE. Estos finalistas pasarán a la final de julio y verán publicados sus textos en las páginas web de las entidades convocantes del certamen, RNE y la Escuela de Letras.

Cuarto relato finalista

Reproducimos a continuación el cuarto texto finalista.

SANTIAGO MOYA ALÍA

MONALDA Y CRISTALDA, LAS COMPLEMENTARIAS

Nos cuentan los testimonios escritos que Cristalda se construyó a imagen y semejanza de su recíproca, llamada Monalda. También explican que algo se torció tras esa original epifanía, porque con el transcurso de los años Cristalda se fue convirtiendo en algo parecido a una ciudad complementaria de Monalda.

Ambas yacen aún hoy a ambos lados de una infranqueable garganta, cuyo río resuena, fragoroso y secreto, kilómetros abajo.

Pocos sabrían decir realmente si Cristalda fue generándose paralelamente a su hermana mayor, o si en realidad el mismo día en que Monalda se constituyó como ciudad, simplemente surgió de entre las peñas de la vertiente opuesta, de manera especular.

Lo cierto es que Cristalda parece querer constantemente poner contrapuntos y contrapesos : por cada jardín que se construye en Monalda, en Cristalda aparece inadvertidamente un solar; por cada parterre allí, una escombrera allá; las cúpulas y torreones de una se ven tercamente correspondidas por pozos y excavaciones en la otra ; la simétrica ubicación geológica de ambas en el valle hace que, mientras que en una el sol invade calles y plazas, la otra permanece en la fresca umbría, y a medida que el astro avanza se va cumpliendo la inversa. Tan sólo al breve momento del mediodía parecen equilibrarse los claroscuros, pero esto escasamente dura un minuto, como si esa irritante homogeneidad les fuera inconcebible.

También se ha comprobado que, por una veleidad gravitatoria del planeta, hay un ciclo de siete años en los cuales el hondo torrente prefiere alimentar más a los acuíferos subterráneos de Monalda, y entonces ésta se va poblando de pozos y surgencias, afloran las aguas por doquier, se colman fuentes y estanques, y la ciudad deviene fértil húmeda orgánica insalubre; exactamente en la misma medida en que Cristalda se deshidrata progresivamente y la sequía se apodera de cultivos y parcelas. Pero esto dura exactamente siete años, tras los cuales Cristalda va recuperando sus feraces verdores y rellenando albercas y lagunas, que por el contrario en Monalda tienden a desecarse.

A lo largo de las épocas, incontables y lógicos intentos de interrelación se han producido entre ambas: amagos de invasión, de emigración, de expedición, de anexión; todos en vano. Una rara maldición parece querer separarlas, aunque a la vista una de la otra siempre han permanecido.

Recíprocas migraciones de sus habitantes se produjeron cíclicamente; unas, huyendo de pestes y plagas que menudeaban en la ciudad húmeda; las de enfrente, buscando alivio a su mortífera sequía. Unos y otros con la vista codiciosa puesta en la ciudad del lado opuesto, la que hubiera resuelto sus respectivas cuitas. Pero no se conoce el éxito en ninguna de estas empresas: la ancha garganta ha resultado siempre infranqueable por más kilómetros recorridos en busca de una pasarela que cruzara al otro lado. Se sabe de cientos de intrépidos espeleólogos de la Monalda húmeda que perecieron ahogados en los insanos pozos del subsuelo, en busca de ese mítico pasadizo que desembocara en la Cristalda seca. Y no se ignora que un número similar de infortunados anónimos cristaldianos intentaron en vano una empresa similar.

Asimismo hubo un tiempo en que los habitantes de Cristalda encendían fogatas en las piras de sus colinas a la manera de los antiguos fareros o piratas, con la intención de obtener respuesta de los monaldianos. Sin embargo, cada fuego que se apagaba en Cristalda al instante tenía su correspondiente en Monalda, de la misma intensidad y duración. Esto, que en un principio se había entendido como mutuo acercamiento, derivó en incomprensión, acabando por interpretarse como una burla. Nadie entendía los mensajes lumínicos del otro, ni el porqué de su perfecta simetría.

Quizá ignoraban que por cada luz encendida en Monalda, misteriosamente otra se extingue en Cristalda y viceversa, como siguiendo una pauta inexorable. Finalmente, Cristalda y Monalda terminaron por darse la espalda, y largas décadas llevan ignorándose con rencor.

Sin embargo, mágica es la relación que las une de forma latente.

De seguro desconocen sus habitantes que por cada nuevo infante que nace en Cristalda, un desfile mortuorio surca las calles de Monalda. Que cada muchacha monaldiana cuyo corazón es partido por un amante cruel, provoca un súbito arrebato amoroso en una sorprendida joven de la ciudad complementaria.

Hay quien incluso afirma que si un vagabundo desahuciado desaparece en Cristalda, reaparece al instante en Monalda, desmemoriado y pujante, desnudo y vigoroso, con imparable afán por recomenzar su vida.

(Pierre Menard , Las ciudades divisibles)

Relato finalista del mes de noviembre

Relato finalista del mes de diciembre

Relato finalista del mes de enero