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Celo Bugallo, antes y después de Fernando León de Aranoa: "Su trabajo me sigue pareciendo fuera de lo normal"

  • El director recuerda su relación con el actor pontevedrés, fallecido el 20 de diciembre
  • "De todas las historias de actores que han hecho conmigo su primer papel importante, la de Celso es la más bonita"
Celso Bugallo, en la presentación de 'El buen patrón' en el Cine Callao de Madrid en 2021.
Celso Bugallo, en la presentación de 'El buen patrón' en el Cine Callao de Madrid en 2021. EFE/Kiko Huesca
ESTEBAN RAMÓN

Al recoger el Goya al mejor actor de reparto por Mar Adentro, Celso Bugallo citó a Cervantes y El Quijote: Dure la vida, que con ella todo se alcanza, para apostillar luego algo de su cosecha: “No sin esfuerzo”. La interpretación fue el esfuerzo de Celso Bugallo, que consagró su vida a estudiar, practicar y enseñar el antiguo juego de ser otro hasta el pasado 20 de diciembre, cuando falleció en Pontevedra a los 78 años.

Tal vez la cita que resume bien su biografía –partida en dos- la pronunció al recoger otro premio, el Revelación de los Mestre Mateo, con 55 años, por Los lunes al sol, ironizando sobre la extrañeza del término ‘revelación’, como si “hasta entonces hubiera estado en negativo”. No lo estaba, pero hasta que se cruzó con Fernando León de Aranoa no empezó a vivir del cine; antes, simplemente, había tenido una vida de película.

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Concibió el arte casi como un voto, sin importarle el precio a pagar. Siguiendo la llamada, pasó por Logroño, y durante años recorrió Europa: como actor callejero, pero también formándose y empapándose de vida en Inglaterra o Escocia, viendo teatro -recordaba con admiración asistir tres veces a un montaje de El rey Lear con Anthony Hopkins-, haciendo de mimo en la Costa Azul -donde el expresidente del Real Madrid, Ramón Mendoza, se entusiasmó con su trabajo hasta el punto de invitarle a su yate y al Bernabeu cuando quisiese- o Gran Canaria, donde estuvo instalado a comienzos de los años 80.

Aunque había debutado con una breve intervención en La lengua de las mariposas, de José Luis Cuerda, consideraba que fue su papel de Amador en Los lunes al sol el que verdaderamente le permitió desplegar su intenso conocimiento del arte interpretativo. Fue una admiración a primera vista para el director, que recuerda que le propuso el papel de Reina, uno de los parroquianos del bar (que finalmente interpretó Enrique Villén). Bugallo pensaba que valía para un papel más largo y profundo. También el director: que le entregó a Amador, un hombre abatido y solitario, que protagonizaba una conmovedora escena nocturna con Santa (Javier Bardem).

“De todas las historias de actores con los que he trabajado en su primer papel importante y luego han tenido una carrera larga, la de Celso es para mí la más bonita. Por el momento de su vida y por lo espectacular de su trabajo, que me sigue pareciendo fuera de lo normal”, recuerda.

No fue el único sorprendido. En los primeros ensayos con Bardem, el director quiso confirmar su intuición. “Impresionante”, le contestó Bardem, que, tras Los lunes del sol, acabaría formando con Bugallo un gran dúo de la historia del cine español: hermanos en Mar adentro, y jefe y lacayo en El buen patrón.

"Me congratulo de implicarme en los procesos de castings porque a veces ese trabajo se delega. Recuerdo cuando entró Celso y dije: 'joder'. La prueba fue excelente y quizá cualquiera lo habría visto, pero ¿y si no? Porque no era un actor al uso, incluso en la manera de comunicarse, y a veces pienso si no hubiese visto ese diamante en bruto que era Celso: hubiese sido terrible para mí y para la película".

Años después, Bugallo explicó al director cómo preparó la prueba que convenció a todos en Los lunes al sol. Una anécdota que refleja bien lo concienzudo del trabajo del actor, discípulo del método Stanivlaski. “Cuando pronuncia el diálogo de la escena del bar, el personaje tenía que estar borracho, así que lo que hizo fue memorizarlo, tomarse unas copas en su casa y se grabó diciéndolo. Al día siguiente se puso el vídeo para ver el resultado y luego se imitó a sí mismo. Me parece una joya”.

Su gratitud hacia León de Aranoa llegaba al punto que consideraba un story-board de Los lunes al sol, que el cineasta le legó, el mayor tesoro de su carrera, por encima de los premios. “Imagínate lo que me conmueve eso, que le diera esa importancia: para mí también lo tiene, porque le quería mucho”, dice el director, que escribió para el actor tanto Amador (2010) como El buen patrón (2021).

 EFE/MIGUEL RIOPA

Incluso el Goya por Mar adentro se lo dedicó sobre el escenario a “la persona que me trajo al cine": León de Aranoa. “Nos hablábamos con mucha confianza, porque él era muy especial, y le dije: ‘Eso no se hace, tienes que dedicárselo al director de la película”, recuerda el director con una sonrisa. “Me pareció un gesto que habla bien de su idiosincrasia: de alguien que no se para a pensar en los protocolos. Había un cariño mutuo muy importante”.

Actor y maestro

A finales de los años 80, Bugallo detuvo su periplo y se instaló en Pontevedra, donde fundó el Aula de Formación de Actores de Pontevedra. Se consideraba tan maestro como actor, y allí pudo desplegar su amor por Shakespeare, Dario Fo o Chèjov. Tras su fallecimiento, en las redes sociales pueden encontrarse testimonios de sus pupilos: adolescentes de Logroño a los que inició en el teatro o sus alumnos de Pontevedra, que recuerdan la meticulosidad y pasión que transmitía por el oficio.

“La palabra sacerdocio le aplica bien, porque el arte tenía una importancia enorme para él. Solo quería hacer cosas que le importaran o de las que pudiera aprender”, resume León de Aranoa. “Había algo muy puro a la hora de enfocar su trabajo y, como director, lo agradeces porque percibes que está tan loco como tú, que le da una importancia casi sagrada”.

Bugallo dejó su memoria guardada, para quien quiera asomarse, en un libro de AISGE que tituló Historia de un sueño, donde recorre los lugares que, precisamente, enumeró al recoger su Goya: Vilalonga, Logroño, Vecindario o Playa del Inglés.

"Costaba siempre contactar con él, porque no cogía el teléfono o no le llegaban los mensajes", dice el cineasta. "En una ocasión, llegó a dejarme el número de un bar de confianza en Pontevedra. Me da pena no haberle visto más, me jode pensar que no voy a volver a rodar con él. La verdad es que le tenía mucho afecto y voy a echar mucho de menos su presencia".

En esa casa de Pontevedra, su lugar en el mundo en sus últimos 40 años, tocaba instrumentos, escribía, y atesoraba una larga biblioteca centrada en el teatro. En las calles empedradas del centro era bien conocido y querido, también por su calidez y sonrisa, y no solo por -como escribió su admirado Shakespeare sobre la finalidad del arte dramático- "presentar un espejo a la humanidad".