Renacer del barro seis meses después de la dana
- "Cada vez que llueve me viene a la cabeza el día de la dana" dice Toñi tras casi tres meses realojada en un hotel
- Antonio Fornos, médico en Picanya, asegura que "meses después, muchas personas padecen estrés postraumático"
*En Portada estrena cada miércoles —a las 20:00 en RTVE Play y a las 22:00 en La 2— un documental producido por RTVE
El equipo de En Portada ha compartido muchos momentos con varios afectados por el desbordamiento del tristemente famoso barranco del Poyo. Desde Chiva hasta Picanya pasando por Paiporta, considerada la zona cero de la tragedia. Y lo ha hecho a las pocas semanas de la riada y meses después para comprobar cómo se sobrevive a una tragedia de esta magnitud y si es posible retornar a la normalidad.
Toñi Genovés mira a través de los cristales hacia el barranco del Poyo. La puerta que daba acceso a su terraza esta sellada por orden del arquitecto municipal de Chiva (Valencia) para evitar riesgos. “Era preciosa, grande, disfrutona. Tenía una mesa, cuatro sillas y un tendedero que iba de pared a pared. Y ahora mira lo que hay: este tremendo agujero”, dice Toñi mientras la vista se le va al montón de escombros y piedras que se acumulan en el cauce del barranco.
El piso donde vive alquilada desde hace dos años con su hija Laura es un primero en un edificio de los años setenta. Una casa modesta donde vivieron aquel 29 de octubre de 2024 que no pueden quitarse de la cabeza. “Estuvo todo el día lloviendo y lloviendo, pero claro aquí estamos 'acostumbrados' a la gota fría".
En la cuenca del barranco del Poyo se registraron precipitaciones superiores a los 700 litros por metro cuadrado en 24 horas. Mucha agua para un cauce que normalmente baja seco. “Éramos una isla“, puntualiza su hija Laura. El agua corría por la calle Ramón y Cajal, se llevaba los coches aparcados delante del edificio, por detrás el barranco arrancaba los locales, de los bajos y parte de las terrazas. En su recuerdo los gritos de su vecina, una veterinaria intentando ponerse a salvo del mar de agua que le arrasó la clínica.
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Sin luz, sin cobertura en los móviles, su miedo iba creciendo ante la bravura del barranco. “Miedo tuvimos mucho y muy variado”, confiesan. Tal vez lo peor llegó de madrugada cuando fueron desalojadas por la Guardia Civil ante el peligro de colapso del edificio. Por suerte solo han derribado los bajos y parte de las terrazas. Unas placas de metal apuntalan este edificio de los años setenta.
Realojo forzoso
Después de vivir tres meses realojadas en un hotel a cargo del ayuntamiento, han vuelto a su casa. Huele a humedad, el moho se ha apoderado de las paredes. La cocina y el baño están muy deteriorados. “La casera nos ha dicho que lo van a cambiar, que le han llegado ayudas para remozar el piso“, confiesa Toñi. “Estamos a gusto en la casa, sobre todo porque el alquiler es asequible, lo podemos pagar —puntualiza Laura— aunque nosotras estamos traumatizadas", afirman ambas.
“Este barranco se ha convertido en una cicatriz. Es mucho más profundo, da mucho miedo“
"Este barranco se ha convertido en una cicatriz. Es mucho más profundo, da mucho miedo, nos recuerda lo que pasó. Cada vez que llueve siento pavor, cojo a Logan y me voy a un sitio alto”, afirma Laura acariciando a su gato.
"Aquí no llovía"
Hace un año Ramón Lillo, jubilado, se animó a comprar una casa en Paiporta. Un edificio de nueva construcción en la calle Luis Vives esquina con Independencia, al lado justo del barranco del Poyo. Lo eligió porque sus hijos vivían ya en el pueblo pero, sobre todo, porque estaba muy cerca de la estación del metro, a diez minutos de Valencia. Un sencillo bajo de unos 90 metros cuadrados donde estaba aquella tarde del 29 de octubre de 2024.
“El agua entró como un mar por los patios de luces“
“Estaba viendo la tele en mi sofá tranquilamente cuando oí a una vecina que gritaba algo de los coches y del agua. Aunque aquí no llovía me acerque a la puerta y vi que el agua entraba por debajo de la puerta del portal. Con un vecino intentamos sellarla con silicona pero fue inútil .En un momento, de golpe, hubo como una explosión, el agua entró como un mar por los patios de luces”. Nos subimos a los pisos de arriba.
Ramón perdió todos los enseres de su bajo de Paiporta por la riada
Tras casi cuatro meses, del piso de 90 metros que compró con los ahorros de toda una vida y que le costó 160.000 euros, no quedan más que los muros. Han desaparecido los tabiques de pladur y todo lo demás. “Ha venido el perito y me han dado algunas ayudas pero el agua que alcanzó un metro setenta ha dejado inservible todo”. “Estoy esperando que limpien el barro que se acumula en los patios de luces para empezar a reconstruir“, dice Ramón con resignación.
Casi 400.000 valencianos viven en zonas inundables
Nunca había tenido miedo de vivir tan cerca del barranco, aunque reconoce que cuando fueron a firmar la escritura, el notario les advirtió de que estaban en una zona inundable, “pero qué vas a hacer cuando ya has dado un montón de dinero”, se pregunta sin encontrar respuesta.
“No puedo vender porque, ¿quién va a comprar un bajo en Paiporta ahora? Nadie. Por lo menos hasta que pase la psicosis“
Ramón se ha quedado sin hogar. Desde octubre vive con su hermana, a 30 kilómetros de Paiporta. La casa en la que había invertido todos sus ahorros se ha convertido en una pesadilla. “Cada vez que vengo me pongo enfermo“, dice con angustia. No sabe qué hacer. "No puedo vender porque, ¿quién va a comprar un bajo en Paiporta ahora? Nadie. Por lo menos hasta que pase la psicosis”, reflexiona.
La comunidad de propietarios decidió hacer un crowfunding para financiar los gastos de reconstrucción, así como la reposición de toda la canalización dañada, el sistema eléctrico, los ascensores… y aliviar así los gastos de unas familias que se han quedado sin nada.
La comunidad de propietarios de Ramón ha decidido hacer un 'crowfunding' para financiar los gastos de reconstrucción. EN PORTADA
Ramón sólo piensa en la lección que le ha dejado esta dana: que la vida son segundos, que en segundos te cambia la vida. Se sabe vivo de milagro y eso le anima aunque no sea suficiente para que abandone la idea de vivir lejos del barranco. "Esto es el destino —dice— esto pasa cada mil años".
Como Ramón, casi 400.000 valencianos viven en zonas de inundación recurrente cruzando los dedos cada vez que llueve torrencialmente para que el barranco o el río que pasa a su lado, o sobre el que esta su casa, no se desborde.
Una pintada en una pared de Picanya recuerda a las víctimas y pide justicia. EN PORTADA
Considerada la zona cero de la tragedia, en Paiporta murieron 56 de las 228 personas que perdieron la vida en la dana de octubre del 2024, la peor de este siglo XXI. Los datos dicen que la mayoría de los muertos eran personas mayores: un 24% tenían entre 80 a 89 años, eran personas con problemas de movilidad, esta es una de las razones por las que vivían a pie de calle. Casi la mitad de las víctimas tenían más de 70 años.
Estrés postraumático
Antonio Fornos prepara café en su nueva cocina. “Es todo raro, nos falta ilusión”, dice su mujer Cristina García. Están de estreno pero no contentos. Con las ayudas van reponiendo, poco a poco, todo lo que se llevó el agua. Aquel tsunami que arrasó en un santiamén la primera planta de su adosado de Picanya, situado a orillas del barranco del Poyo.
Antonio y Cristina estrenando comedor meses después de la dana. ISABEL TERÁN
Reconocen haber tenido suerte. Cuando llegó la riada estaban en casa, ella porque la Universidad de Valencia donde trabaja les advirtió de la emergencia y les propuso quedarse en sus domicilios y Antonio porque había concluido su jornada como médico en el Centro de Salud.
“El agua se ha llevado nuestra seguridad y nuestros planes de futuro, nuestra vida no será la misma“
“El agua se ha llevado nuestra seguridad y nuestros planes de futuro, aunque consigamos volver a tener un sofá, una cocina, más o menos lo que teníamos antes, nuestra vida no será la misma“, confiesan. ”Me siento vulnerable, pequeña.He visto la fuerza de la naturaleza” admite Cristina. No somos de Valencia, no estamos acostumbrados a la gota fría y no entendemos ese afán de la gente de mover el coche cuando llueve, pero lo que ha pasado en octubre nos ha demostrado que el cambio climático no se puede negar“.
¿Se puede prevenir?
Para los expertos, esta dana del 29 de octubre de 2024 debería marcar un antes y un después. Debería de ser una oportunidad para repensar el territorio, sobre todo para pensar qué hacer en unas zonas donde durante décadas se ha urbanizado mucho, la mayor parte legalmente, pero sobre espacios tradicionalmente inundables. La Horta Sur, por donde discurre el desgraciadamente famoso barranco del Poyo, es un todo continuo donde no hay separación entre los pueblos.
Destrozos de la dana a su paso por la localidad de Chiva. EN PORTADA
Algunas voces apuntan también a que en este momento de la reconstrucción se deberían buscar soluciones a las plantas bajas de los edificios que se han convertido en trampas mortales para muchas personas. O planificar calles río, esos lugares donde se sabe —porque hay precedentes— que cuando hay una barrancada, los coches se convierten en bólidos. Si eso estuviese organizado, en esas calles debería estar prohibido aparcar. Otra posible alternativa sería renaturalizar, devolverle a la naturaleza algunos de los territorios que le hemos arrebatado.
En definitiva, mejorar la resiliencia de los territorios, sobre todo en el llamado arco mediterráneo, desde Cádiz a Girona. Y estar preparados ante nuevos episodios de lluvia torrencial que seguro que van a llegar, sobre todo provocados por el cambio climático. Muchas voces recalcan que es imposible vencer a la naturaleza así que lo mejor que podemos hacer adaptarnos a ella.