Enlaces accesibilidad

Los límites del humor en carnaval: ¿cuál es la frontera de los disfraces?

  • Un caso icónico fue el del príncipe Enrique de Inglaterra, quien en 2005 generó un escándalo al disfrazarse de nazi
  • El carnaval siempre ha sido "una fiesta del caos" en la que "el humor es esencial", según los antropólogos
Integrantes de un cuarteto disfrazados del 'Ku Klux Klan Klan' durante una actuación en el COAC gaditano
Integrantes de un cuarteto disfrazados del 'Ku Klux Klan Klan' durante una actuación en el COAC gaditano EFE/Román Ríos
LUCÍA GONZÁLEZ

El carnaval es una de las celebraciones más esperadas del año. A lo largo de la historia, se ha erigido como un espacio en el que el humor y la irreverencia se celebran con desenfado. Durante estos días, los límites que rigen la expresión humorística se amplían y, en ocasiones, se ponen a prueba.

La antropóloga Aitzpea Leizaola, experta en esta fiesta, explica en una entrevista en RTVE.es que el carnaval ha sido tradicionalmente "una fiesta del caos y el desenfreno", en la que la inversión de roles y la crítica social juegan un papel clave. "El humor es esencial", añade, "porque permite decir cosas que en otros contextos resultarían inaceptables".

Sin embargo, el debate sobre si habría que poner límites al humor cobra cada vez más relevancia. ¿Deben evitarse ciertos disfraces? ¿Hasta dónde se puede llegar sin caer en la ofensa?

Tradición y provocación

El carnaval, desde sus inicios, ha sido una celebración ligada a la transgresión y la crítica social. El orden jerárquico se invierte, lo sagrado se profana y el humor sirve como válvula de escape.

Para algunos, esta fiesta debe seguir siendo un espacio de libertad absoluta. El cuartetero gaditano Ángel Gago —que este año se ha llevado el primer premio en el COAC 2025— lo defiende en una entrevista con RTVE.es con firmeza: "El humor en general no debería tener límites de ningún tipo". "El carnaval siempre se vanagloria de ser la cuna de la libertad, no le vamos a poner un coto a un disfraz", añade.

De hecho, para muchos, cualquier intento de regularlo es una forma de censura. Leizaola recuerda que "la celebración ha estado prohibida durante prácticamente 40 años, desde el año 1937 hasta la Transición". Según ella, "el franquismo lo veía y lo sentía como algo perturbador, como algo peligroso".

Pero, desde el otro lado, es ese mismo espíritu irreverente que lo hizo incómodo para el régimen el que hoy lo enfrenta a nuevos dilemas sociales.

El debate de los disfraces

Son muchos los disfraces en el punto de mira. Desde aquellos que caricaturizan a minorías étnicas hasta los que ridiculizan colectivos históricamente marginados. "Las culturas no son disfraces y yo creo que al final eso ya debería valer como justificación máxima y no habría que estar sobreexplicándolo", sentencia en una entrevista con RTVE.es la escritora y divulgadora especializada en educación antirracista Desirée Bela.

Pero el problema es más profundo: "Cuando hablamos de culturas pertenecientes a pueblos que han sido históricamente oprimidos, con los que Occidente ha mantenido y sigue manteniendo una relación jerárquica y de dominación, la cuestión se vuelve aún más delicada". En su opinión, "cuando alguien decide disfrazarse de una tribu africana, por ejemplo, es un horror y un insulto gravísimo".

Pero no son solo esos, Leizaola pone un ejemplo: "Hubo manifestaciones de personal sanitario diciendo que no les parecía bien que en carnavales la gente se disfrazara de médico o de enfermera, porque lo percibían como una ridiculización de su profesión". Además, señala que "también ha habido expresiones similares desde colectivos feministas".

El uso de disfraces que evocan tragedias históricas también genera indignación. Un ejemplo de esto es la reciente denuncia de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), que ha criticado al Parador de San Marcos de León por promover la celebración del carnaval con un disfraz de prisionero en un lugar que, durante el franquismo, funcionó como un campo de concentración.

Otro caso muy sonado fue el del príncipe Enrique de Inglaterra, quien en 2005 desató un escándalo al disfrazarse de nazi, reavivando el debate sobre la banalización del Holocausto.

Ejemplares de la prensa alemana con la imagen del príncipe Enrique asistiendo a una fiesta vestido de nazi

Ejemplares de la prensa alemana con la imagen del príncipe Enrique asistiendo a una fiesta vestido de nazi Sean Gallup/Getty Images

El uso de disfraces de figuras religiosas también supone un punto de inflexión. Para algunos, disfrazarse de Papa, cura o monja es una forma de crítica lúdica; para otros, una falta de respeto a la fe de millones de personas.

La responsabilidad individual

El alma del carnaval son el humor y la irreverencia, pero cada persona debe considerar el impacto de sus elecciones. En una sociedad diversa, lo que para algunos es una broma inofensiva, para otros puede ser hiriente. La clave está en el contexto y la intención: ¿se busca celebrar la diversidad o hacer una burla superficial?

Para la antropóloga, estas demandas "son importantes y hay que tenerlas en cuenta, porque el carnaval evolucionará según lo que la sociedad esté dispuesta a modificar o a mantener".

Gago compara el carnaval con otras fiestas satíricas: "El carnaval se trata de burlarse de todo, igual que las Fallas, es un ejercicio de sátira, pero sin perder la esencia del humor". Sin embargo, reconoce que la sociedad ha cambiado, y hay una sensibilidad mayor: "Pero la risa sigue siendo una de las cosas más valiosas que hay en este mundo".

El dilema entre libertad de expresión y responsabilidad social sigue sin resolverse. Para la escritora Bela, la falta de reflexión es un problema recurrente: "Cuando hablamos de educación antirracista, nos encontramos con muchas resistencias y justificaciones". Según ella, "la gente no siempre quiere asumir que lo que hace es problemático. Muchas veces hay una falta de humildad y de autocrítica". "La actitud de 'en mi caso no es ofensivo' es una forma de evitar el debate", reconoce.

Entre el desenfreno y la empatía

El carnaval es, en esencia, un espejo de la sociedad. Refleja sus tensiones, sus cambios y sus debates. En un mundo donde la conciencia sobre el impacto de nuestras acciones crece, la conversación sobre los límites del humor es más relevante que nunca.

Cuando el humor se convierte en un instrumento para insultar a individuos o colectivos, o para trivializar episodios de violencia histórica y la riqueza de identidades culturales, se cruza una línea que puede poner en riesgo la convivencia y el respeto mutuo.

Sin embargo, un exceso de límites podría llevar a perder la esencia de la festividad. "El carnaval es una noche de desenfreno, de libertad, en la que cada uno hace lo que le da la gana y se lo pase bien", asegura Gago. Pero no solo eso, para el cuartetero: "Si empezamos a decir que uno no puede disfrazarse de esto o de aquello, entonces ya no sería carnaval, y eso ya pasó, se llamaba franquismo".

El reto ahora está en encontrar el equilibrio: celebrar sin ofender, pero también sin caer en la censura de la celebración. Disfrutar con respeto, sin perder el humor ni la irreverencia que hacen único al carnaval.