Un mes tras la riada: "La mente no descansa porque todo está relacionado con lo que ha sucedido"
- Afectados con los que RTVE pudo hablar el primer día tras la DANA relatan cómo su vida ha cambiado después de un mes
- Un recorrido también en lo emocional, desde el shock inicial hasta "darse cuenta de lo que se ha perdido"
Una marca negruzca de barro parte en dos un antiguo retrato de bodas que reposa sobre una vieja máquina de coser Singer. A su espalda, la misma huella se reproduce en la pared de la vivienda y delata la altura a la que llegó el agua en esta casa de la calle Vinalopó, en Massanassa.
La madera del aparato se ha combado por la humedad y el pedal de hierro con cuidados grabados hechos a mano se tiñe con el color de la tierra. Así es como el agua transformó en cuestión de minutos lo que parecía un inmortal recuerdo en un trasto deteriorado.
En la fotografía, el vestido blanco de la novia revela una pareja adinerada y las manchas de lodo que cubren el marco reproducen una escena irreal, como si antes de posar la mujer hubiera paseado sobre un cenagal con el traje puesto. Por la época del retrato se advierte que tanto ella como él han vivido todas las históricas inundaciones que ha sufrido Valencia en su historia reciente: la riuà de 1957, la de La Safor en 1987 y la pantanà de Tous en 1982.
Pero el destino ha querido que ambos vivan juntos una última riada. Incluso años después de haber fallecido, el agua logró inmortalizar su paso en el marco que hoy evoca su recuerdo y cicatrizó en sus rostros la trágica DANA que azotó Valencia este viernes hace justo un mes.
Es tan solo uno de los innumerables vestigios ocultos en la conocida como zona 0 de la DANA. Son ellos quienes mejor relatan los estragos de las inundaciones, incluso pasados los 30 días desde que el agua anegara l'Horta Sud en la provincia de Valencia. Son las voces de sus testimonios quienes otorgan verdad a la historia.
Haber "normalizado" vivir en una "zona de guerra"
Es como un puzle cuyas piezas dan forma a una escena de terror que bajo sospecha de las víctimas se quedará con ellos durante mucho tiempo. Mireia Quilis tenía previsto un viaje a Galicia el 29 de octubre con su pareja. Esa tarde, volviendo en coche a Paiporta desde Valencia, donde trabaja, no podía imaginar que se dirigía hacia un callejón sin salida. Una pesadilla cercada por el agua.
"Vi cómo un autobús daba marcha atrás en una rotonda y pensé, aquí pasa algo. Llamé a mi novio y me dijo: 'Claro que pasa, se está saliendo el barranco'". El resto del relato responde a una cronología compartida entre miles de valencianos y valencianas. Historias que se deslizan entre un "miedo" atroz durante las primeras horas de la tragedia, un "shock" posterior y el finalmente haber "normalizado" vivir en una "zona de guerra".
Diez personas pasaron aquella noche sobre el techo de un supermercado en Paiporta escuchando gritos que se apagaban en plena oscuridad arrastrados por el agua. Mireia fue una de ellas: "Veíamos a gente dentro de los coches que se los llevaba la riada. Hacíamos luces con los móviles para decir, estamos aquí, no estáis solos".
Un mes después de la DANA, la sensación generalizada responde a un sentimiento de "normalización" de la tragedia. "Es horrible decir que lo tienes normalizado, pero llega un punto en que ya no se te hace extraño verlo así. Es cuando sales, lo ves todo en plena normalidad y vuelves… Ahí es cuando piensas en lo que hay. Encima va para largo", lamenta Mireia. De ese viaje a Galicia programado con su novio, tan solo quedó una enfangada maleta llena de ropa y un coche destrozado.
Huyendo de aquel infierno de barro
Todo portal esconde un pedazo distinto del rompecabezas, cada cual más inquietante que el anterior. En la avenida Josep Alba i Alba, en Massanassa, la presión del agua reventó las persianas metálicas de la óptica de Sonia Muñoz. Sonia todavía no asimila cómo tuvo la suerte de salir con vida de su local aquella tarde de octubre.
Cuando la riada irrumpió sin previo aviso, Sonia se encontraba allí junto a su padre. Huyendo de aquel infierno de barro, ambos decidieron esconderse en los lavabos, pero el nivel del agua no dejaba de crecer y la situación logró superarles. Llorando le dijo a su padre: "Pare, fins ací hem aplegat (hasta aquí hemos llegado)”.
Y en un momento total de desesperación, Sonia logró contactar por teléfono con un vecino que a martillazos consiguió echar abajo parte del muro que separa los baños de la óptica del edificio adjunto.
Este viernes 29 de noviembre de 2024, en la pared del número 12 de la avinguda Josep Alba i Alba, queda grabada una irregular y plateada marca de masilla que contrasta con la pintura blanca del tabique. Hace justo un mes, era un boquete a través del cual Sonia y su padre lograron salvar sus vidas.
"Es como tener una obra permanente debajo de tu casa"
La de Mireia y Sonia son tan solo dos de las muchas historias que deja la DANA tras un mes en el que la vida de miles de valencianos y valencianas ha cambiado por completo. “Aquí la nueva normalidad de normalidad tiene más bien poco”. Adrián Rodríguez trabaja en un supermercado a la vez que prepara unas oposiciones para bombero.
Vive en la Calle Torrent en Massanassa, justo frente al colegio Lluís Vives donde hace pocos días falleció un operario mientras realizaba labores de limpieza. Adrián relató a RTVE.es durante las primeras horas de la tragedia cómo una marea de agua rojiza que se levantaba a dos metros sobre el suelo anegaba por completo su calle y sembraba el germen de lo que sería su vida en los próximos días.
Ahora, la vida allí reconoce que “es como tener una obra constante debajo de tu casa, da igual dónde estés que vas a escuchar máquinas, camiones, tractores, palas… y además es como vivir delante de un hospital porque todo el día están sonando sirenas”.
Para poder estudiar las oposiciones, Adrián se desplaza diariamente hasta la cercana ciudad de Torrent, apenas afectada por la riada y donde sí hay bibliotecas operativas. Describe esta localidad como si se tratase de un país ajeno a las preocupaciones de quienes ahora son vecinos del barro. Salir del municipio se ha convertido en la noción de un preso en régimen de condicional, como quien emprende un efímero viaje a una tierra lejana.
De hecho, lo que hasta hace un mes era un trayecto de apenas diez minutos en coche, ahora es una auténtica odisea: “Tenemos que aparcar en las afueras de los municipios, por lo que hay unos 15 minutos andando hasta el coche cada mañana. Tienes que calzarte las botas, llegar hasta él y ponerte las zapatillas. Una vez llegas a tu vehículo tienes que limpiarlo porque está lleno de mierda, un polvo espeso que no se va".
La tierra se ha federado en estos pueblos, forma parte de cada vehículo, de cada calle y portal. Es prácticamente imposible quitársela de encima y te acompaña como un parásito en simbiosis con el clima de desazón. “Llegas a Torrente y es como si no hubiera ocurrido nada, la gente hace su vida normal”, agrega.
Recuerdos carcomidos por el lodo
Otros ni siquiera son tan afortunados. Esta semana, un grupo de militares cordobeses lograron retirar con ayuda de una retroexcavadora el Renault Modus de Josep Martínez de un anegado garaje, donde ahora se centran los trabajos de los efectivos de emergencia. El coche familiar ha quedado irreconocible.
Cubierto de lodo y prácticamente arrasado, previsiblemente acabará hacinado en uno de los muchos cementerios de vehículos habilitados a las afueras de estas localidades y que resulta imposible no asociar con una distópica escena de ciencia ficción.
Dos días después del paso de la DANA, cuando Massanassa empezaba a recuperar paulatinamente la comunicación con el exterior, Josep Martínez narraba a RTVE.es cómo desde la planta superior de su casa, la familia daba forma en su mente al desastre gracias sonido del agua que invadía sin licencia la parte baja de la vivienda. Quedó todo devastado.
Allí vivía su abuela, Amparo Alonso, auxiliada con el resto de la familia en las alturas. Durante los primeros días después de la tragedia, la mujer reclamaba sus recuerdos carcomidos por el lodo: “Nos decía, pujeu-me les fotos (subidme las fotos) y le tratábamos de explicar, iaia, no queda res, no existeix (no queda nada, no existe)”... Amparo tiene 90 años y lo ha perdido todo. Porque las inundaciones han golpeado con fuerza a los más mayores, quienes ahora afrontan otro reto: adaptarse ante la imposibilidad de recuperar su cotidianidad: "La máxima vida que hace mi abuela son las llamadas con sus amigas".
Pero tampoco es fácil para los más pequeños. La escuela infantil Menuts, ubicada en el polígono de Alfafar, es ahora fronteriza con una morgue de vehículos que se amontonan los unos con los otros y que dibujan un infranqueable muro de armazón. Después de un mes, todavía no han podido reanudar las clases, a diferencia de otros centros que poco a poco sí recuperan su actividad: "Hay gasolina, aceite, baterías de litio y el aire... resulta irrespirable", apunta la directora del centro, Elena Morales.
"La mente no descansa"
Las inquietudes ajenas al barro se han terminado para ellos, si su intención es permanecer en el municipio. Por ejemplo, la música acompaña desde niño a Josep Martínez: "Es una tragedia emocional porque nos encanta pero no podemos practicarla".
También lo es para Sergio Roig, ambos compañeros en el Centre Instructiu Musical de Massanassa. Ahora, este lugar dedicado al cuarto arte, es un tétrico sótano completamente anegado donde el agua apagó la melodía de los instrumentos que albergaba. "La mente no descansa porque todo lo que escuchas, todo lo que ves, todo lo que oyes está relacionado con lo que ha sucedido", agrega Sergio Roig.
Por ello, para personas como Laura Muñoz, acudir a su puesto de trabajo en Valencia se traduce en una vía de escape de esa "burbuja" a la que está sometida: “Para mi ahora ir a trabajar es un momento de paz y de descanso". El día de la DANA, Laura Muñoz describía a RTVE con "impotencia" el crítico momento en el que el agua se presentó en su casa, ubicada frente al barranco del Poio.
Un mes después, Laura admite que la situación es bien distinta: han cambiado las botas de agua con las que los primeros días era imprescindible salir a la calle por viejas zapatillas que ahora sí son capaces de resistir el precario pero mejorado carácter de las aceras.
Sin embargo, el paisaje sigue siendo "desolador", fruto de los vehículos abandonados en las calles y el todavía muy pobre estado de las calzadas. "En la mayoría de calles se puede andar bien pero ahora es el problema el viento", apunta Alejandro Codoñer.
Las corrientes de aire arrastran los despojos de la riada hasta el punto en que la Conselleria advierte con frecuencia sobre medidas que la población debe llevar a cabo para protegerse: "Es como vivir en una tormenta de arena", señala Sergio Roig.
"Ahora es cuando la gente empieza a darse cuenta de lo que ha perdido"
Quienes tuvieron la opción de escapar no se lo pensaron dos veces. Adriana Inarejos, otro de nuestros primeros testimonios, colaboró durante los primeros días en el hospital de campaña habilitado por el Ayuntamiento de Massanassa. Ante la imposibilidad de llevar a cabo su vida con normalidad, Adriana tomó la difícil decisión de marcharse a su pueblo en Albacete.
"Aquí no se puede vivir, es desolador", nos trasladaba entonces. Unos días después, decidió volver al municipio y aunque coincide con el resto de vecinos consultaos en que paulatinamente la vida vuelve a su curso, admite que el recorrido todavía es largo: "Pretenden que volvamos a la vida normal pero no se puede. Todo lo que es ocio se ha acabado, aquí no tienes nada", sentencia.
En el mismo hospital de campaña en el que ayudó Adriana, Toni Adan brindó su apoyo como psicólogo en las horas más tensas tras las inundaciones. Vive en Picassent y el día de la DANA se desplazó hasta Massanassa, donde reside su suegra: "Llegué y vi una situación de caos, la gente estaba aturdida, no reaccionaban. Fui a ayudar a casa de mi suegra y entonces una vecina me dijo que se necesitaban psicólogos en el ayuntamiento".
Para las víctimas de la DANA, la percepción emocional de la situación también ha cambiado. Ese primer estado de shock del que habla Toni Adan, ha evolucionado hasta adquirir la forma de un tormento que se fundamenta en los recuerdos, en aquello que ya no volverá, en todo lo perdido. "Ahora es cuando la gente empieza a darse cuenta", asegura. Forma parte de esa normalización que Mireia Quilis describía a RTVE.
Los primeros instantes con los afectados fueron "fundamentales", asegura el psicólogo, aunque insiste en que el despliegue de medios en este sentido debe seguir para atender a las víctimas de forma continuada.
Y ante todo, el psicólogo destaca el papel de los voluntarios en esta labor: "Abrir la puerta y ver que hay muchísima gente ayudándote y preguntándote ha dado una positividad en la persona muy buena hasta el punto que la ha ayudado a reconstruirse".
"Tenía que irme"
Al igual que Adriana Inarejos, muchas personas optaron en su momento por marcharse para no ser testigos de una de las mayores catástrofes que ha sufrido Valencia en décadas. Otros como Cristina Puchades han decidido hacerlo ahora, justo un mes después de la tragedia. "Me estaba volviendo loca, tenía que irme", lamenta.
Las calles de su pueblo le recuerdan a remotas calzadas de principio de siglo XX por ese castizo revestimiento de fango que las cubre, convertido ahora en rígida piedra que tan solo el viento logra levantar en forma de humareda arenosa. Y como sus bisabuelos, ambos presos en un retrato de bodas salpicado por la riada, un mes después sigue afrontando los estragos de vivir entre cañas y barro.