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Cien años de "La orden de Toledo"

  • Luis Buñuel creó en 1923 un grupo de admiración de la ciudad
  • Lorca, Dalí, Alberti… compartieron locuras y borracheras nocturnas

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Retrato de algunos miembros de la Orden de Toledo
Retrato de algunos miembros de la Orden de Toledo

Era el 19 de marzo de 1923 y Luis Buñuel acordó por escrito la creación de la Orden de Toledo. Le fascinaba la historia de la ciudad y le atraía sin remedio el imprevisible laberinto de sus calles. Su amor por Toledo se contagió a sus compañeros de la Residencia de Estudiantes de Madrid: Lorca, Alberti, Dalí, Pepín Bello, Teresa León y otros muchos más. Uno de los principios de la Orden era emborracharse y perderse por “la callada irrealidad de la penumbra toledana”, como la definió Alberti.

Las corrientes vanguardistas se abrían paso en Europa y esas ideas innovadoras llegaban a la Residencia, al socaire de la Institución Libre de Enseñanza. En este contexto, Toledo ofrecía a estos jóvenes, todavía desconocidos, la posibilidad de vivir nuevas experiencias, de sorprenderse, de encontrar cada noche rincones nuevos. Buscaban la irrealidad que asomaba entre los cobertizos, las plazuelas, los adarves de una ciudad nocturna cargada de historia, de cultura y de personajes relevantes.

Eran jóvenes inquietos que en Toledo no se sentían vigilados y encontraban libertad suficiente para disfrutar de sus locuras

“Eran jóvenes inquietos que en Toledo no se sentían vigilados y encontraban libertad suficiente para disfrutar de sus locuras”, explica Eduardo Sánchez Butragueño, director de la Real Fundación Toledo. O se enfrascaban en tertulias que surgían en una vivienda, en el callejón del Vicario, conocida como la tertulia del Ventanillo. “Por la noche recitaban poemas por las calles, se subían a la torre de la Catedral y escuchaban los coros de los conventos de clausura”.

No podían lavarse nunca

La Orden de Toledo establecía diferentes niveles de implicación: caballeros, escuderos, visitantes y el condestable que, por supuesto, era Buñuel. Sus principios fundacionales eran claros. Para ser miembro había que sentir verdadero amor por Toledo, emborracharse al menos una vez, perderse de noche por las calles del casco antiguo, visitar la tumba del cardenal Tavera y no lavarse nunca durante su estancia en la ciudad. Una treintena de estudiantes y creadores participaron en mayor o menor medida de la Orden, a la que había que pagar diez pesetas para gastos de hospedaje, comida y vino.

Bebían, se reían, hacían teatro, se disfrazaban y se lo pasaban en grande

Los sábados se subían a un vagón de tercera y dos horas después llegaban a Toledo. Se alojaban en la Posada de la Sangre, hoy desaparecida, donde compartían hospedaje con arrieros, mulas y chinches por una peseta el camastro, con las sábanas sucias. Y para comer, el destino era siempre la Venta de Aires, una vieja taberna entonces, convertida hoy en un popular restaurante, lleno de recuerdos. “Bebían, se reían, hacían teatro, se disfrazaban y se lo pasaban en grande”, cuenta la actual propietaria de La Venta de Aires, Cuca Díaz de la Cuerda. Y por supuesto, comían: perdiz toledana y tortilla a caballo. “Con motivo del centenario vamos a recuperar este plato -dice Cuca-. Era tortilla poco cuajada, con un trozo de pan tostado y lomo de orza encima”.

Vestidos de fantasmas en la noche de Toledo

El desvarío creativo llegaba por la noche, en una ciudad de sombras y penumbras… Tras un gozoso recorrido tabernario, se perdían por el enrevesado callejero de la ciudad. Se entregaban a la poesía, alteraban la paz de los conventos y besaban el suelo que antes otros genios habían pisado. Admiraban la cultura de Toledo, su pasado, el siglo de Oro y a personajes como El Greco, Garcilaso, Bécquer e incluso a Pérez Galdós, otro toledano de adopción.

Patio de la Posada de la Sangre, Toledo

Patio de la Posada de la Sangre, Toledo cropper

En una ocasión se disfrazaron de fantasmas, con las sábanas robadas en la Posada de la Sangre y acecharon por los oscuros rincones al recién llegado a la Orden, que no era otro que Rafael Alberti. El propio condestable de la Orden, Luis Buñuel, narra cómo una noche sintió el deseo de robar el cepillo del convento de los Carmelitas. Al monje que le abrió la puerta a deshoras le dijo que quería ingresar en la comunidad esa misma noche, pero el religioso se dio cuenta de que la cara de felicidad de Buñuel no era, precisamente, por un repentino arrebato de fe.

Aquí se impregnaban de esas nuevas tendencias que afloraban por Europa

“En realidad hacían performances, se disfrazaban y jugaban al ritmo de las vanguardias del momento, el dadaísmo, el surrealismo…”, apunta Alicia Gómez-Navarro, directora de la Residencia de Estudiantes. “Aquí se impregnaban de esas nuevas tendencias que afloraban por Europa, visitaban el Museo del Prado, se les animaba a viajar, a crear, a descubrir”. Y todo eso está presente en la Orden de Toledo, en sus principios fundadores, en su actividad nocturna, en la que alternaban ficción y realidad.

Toledo, en deuda con la Orden

Difícilmente en la historia se va a dar una reunión intelectual como la que cobijó la Orden de Toledo. “Es un caso irrepetible, extraordinario –dice Sánchez Butragueño-. Un grupo de jóvenes, con esa capacidad creadora que alcanzaría cotas desconocidas en la pintura, en la literatura, en el cine, y en una ciudad como Toledo, con toda su historia, sus leyendas, su pasado… todo eso junto no se va a volver a dar, eso es irrepetible”.

Pero Toledo apenas evoca hoy las andanzas de la Orden, desconocidas para la mayoría de sus vecinos y también para los miles de visitantes que cada día recorren la ciudad.

Cien años después, Toledo no ha encontrado dónde alojar en su densa historia a estos jóvenes irreverentes, entonces casi desconocidos y que, andando el tiempo, conformaron la edad de plata de nuestra cultura. Porque Toledo… siempre esconde mucho más de lo que enseña.