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Ucrania, un año en guerra (VI)

La ciudad de Chasiv Yar contiene el aliento a 10 kilómetros del frente del Donbás: "Si cae Bajmut, será un desastre"

  • Los habitantes de Chasiv Yar se encuentran atrapados bajo el fuego cruzado y temen convertirse en una nueva línea del frente
  • Los combates en Bajmut, uno de los bastiones de comunicación más importantes en el Donbás, se han intensificado
  • Guerra Ucrania - Rusia, en directo

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La ciudad de Chasiv Yar contiene el aliento a 10 kilómetros del frente del Donbás: "Si cae Bajmut, será un desastre"

En el Donbás, la guerra se libra sobre una tierra carbonizada y bajo un cielo que llora artillería desde 2014. Chasiv Yar es una localidad que, ubicada a unos diez kilómetros al oeste de Bajmut, se ha ido vaciando en las últimas semanas ante el sonido incesante de los combates y el temor a convertirse en una nueva línea del frente. El paso presuroso de un convoy militar, de un tanque y otro después, concentran el tráfico de una de las principales calles de la ciudad. Ludmyla tiene 67 años, lleva un abrigo marrón que protege su cuerpo delgado y esbelto. Pisa despacio con las botas adaptadas a la nieve que baña el paisaje.

Toda mi familia está enterrada aquí”, explica para justificar la decisión de quedarse en este pueblo, próximo al frente de batalla y que en estos momentos está sirviendo a las fuerzas ucranianas como retaguardia en su intento de resistir en Bajmut, uno de sus bastiones de comunicación más importantes en el Donbás. Ludmyla se ha acostumbrado al estruendo de la artillería. “Esa bomba es de salida”, informa con voz experta sobre la trayectoria de un misil lanzado por el ejército ucraniano. Al rato, dos impactos seguidos, “esta otra es de entrada”, afirma impasible. No tiene miedo. Se queda en medio del patio descifrando el sonido de una guerra que desde febrero de 2022 se ha intensificado en esta parte de Ucrania.

No sé qué está pasando con la universidad de Bajmut, alguien me dijo que ha sido destruida

Tengo un sótano, pero no creo en los sótanos”, dice inmóvil ante el cruce de artillería que sobrevuela el cielo. Estudió física en la universidad de Donetsk y ha sido profesora de matemáticas toda la vida. Vivió y trabajó en la ciudad, epicentro de los ataques: “No sé qué está pasando con la universidad de Bajmut, alguien me dijo que ha sido destruida”, asegura. Sabe que si cae, todos los pueblos de alrededor, volverán a ser trincheras. De hecho, una retirada de Ucrania puede hacer retroceder el frente hasta aquí.

Tanque ucraniano desfilando por las calles Chasiv Yar, a unos diez kilómetros de Bajmut

Tanque ucraniano desfilando por las calles Chasiv Yar, a unos diez kilómetros de Bajmut PABLO TOSCO

Los dos ejércitos están peleando calle a calle y el ejército ucraniano reconoce cierta asfixia y el avance del ejército de Moscú. Los mercenarios del Grupo Wagner, al norte de la ciudad donde se desarrollan los combates más cruentos en estos momentos, según ha asegurado el jefe del grupo, Yevgueni Prigozhin. El mismo presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha asegurado que la defensa de esta ciudad es "relevante, pero no a cualquier precio", dando a entender que podrían retirarse por el bien de sus tropas. “Se luchará mientras sea razonable", dijo. Sus filas han sufrido un fuerte desgaste.

El Donbás, a diferencia de las demás regiones de Ucrania, está siendo la más castigada por la guerra. “No estoy sola, tengo a mis tres palomas”, indica señalando una rama donde se apoyan las tres aves grises. “Les doy de comer por la mañana, por la tarde y por la noche”. Se han convertido en su única compañía y dan sentido a su decisión de quedarse. Despeja la nieve de un trozo del patio, coge un bote grande blanco y lo inclina sobre el suelo dejando caer granos de trigo para las palomas. “Es mediodía y ha llegado su hora de comer”, comenta sonriente. Ella vive de lo que le traen los voluntarios, en medio de los cortes constantes de luz, agua y gas.

Tanques, camiones con artillería pesada, ambulancias y vehículos militarizados circulan a toda velocidad por esta ciudad fantasma. Algunos batallones llegan para descansar antes de retomar su trabajo en el frente. “Debería haberme ido hace dos años, pero decidí quedarme”, comparte esta señora de ojos claros, cara arrugada y pendientes de perlas que pretenden alumbrar un rostro cansado. Su casa es todo lo que tiene, además de una petición a Dios: “Si no es mucho, le pido que si me toca morir, no sea con dolor”, se despide.

“Hay un cementerio cerca, alguien nos enterrará”

Tres calles más arriba nos encontramos con Oleksandr. Es electricista y ha convertido el sótano en un taller donde, a la vez que ser refugia, experimenta soluciones para los problemas eléctricos. En una habitación de madera, repleta de herramientas, se entretiene durante las horas muertas del día. “Ahora llevamos dos horas sin luz”, se lamenta mientras conecta la cabeza de un cable pelada de un cable a una batería para encender la luz.

Oleksandr es electricista y ha cambiado el sótano por su propio taller

Oleksandr es electricista y ha cambiado el sótano por su propio taller PABLO TOSCO

Nos cuenta que trabaja en una empresa eléctrica local que ahora se enfrenta a grandes desafíos por los bombardeos. Los ataques provocan cortes de luz, y aunque reparan la infraestructura dañada, la persistencia de los ataques sobre los puntos de suministros hacen que estos se estén deteriorando. “Estamos acostumbrados a los deportes extremos. Mis abuelos sobrevivieron a la guerra, mis padres también. Disparan aquí y disparan en Siria. Conflictos por todo el mundo”, dice con cierta rabia. “El mundo se ha vuelto loco”, concluye. Coincide en que los combates están cada vez más cerca.

Cada vez hay más y más explosiones”. Recuerda que cuando aterrizaron en su localidad los militares ucranianos en 2014 al comienzo de la guerra en el Donbás, bautizaron el lugar como “ciudad del paraíso” por sus bosques y estanques naturales. “Era una ciudad hermosa y vivíamos tranquilos”, dice con nostalgia. Aquí, la gente vive en guerra desde hace casi diez años. “Si llegan, nos esconderemos en el sótano. Hay un cementerio cerca, alguien nos enterrará”, dice con sarcasmo.

¿A dónde vamos? Estoy jubilada. No nos da para alquilar y vivir en otra localidad. No hay ningún sitio mejor que tu propia casa

Tiene 62 años y vive con su esposa Inna. “Ya estamos acostumbrados a los disparos, los distinguimos por el sonido. Ojalá Dios nos proteja”, dice su mujer mientras nos enseña dónde viven. Y vuelve la mirada hacia su marido mientrase el estruendo de la artillería regresa. “Tranquilos, no tengáis miedo”, nos dice. Esta ciudad que, antes de la guerra, llegó a albergar a 12.000 habitantes, ahora apenas cuenta con unos pocos centenares. “¿A dónde vamos? Estoy jubilada. No nos da para alquilar y vivir en otra localidad”, dice. “No hay ningún sitio mejor que tu propia casa”, insiste.

Rusia, en este segundo año de ofensiva a gran escala, vuelve a centrar sus ataques sobre el Donbás, que es uno de los principales objetivos de Vladímir Putin. Aquí la población habla ruso, tienen familiares en Rusia y otros tantos llevan años viviendo bajo la ocupación. “Si cae Bajmut, será un desastre para nosotros”, dice con cierta preocupación. “Cada vez es más insoportable. Lo estáis escuchando”. Suspira para coger fuerzas antes de despedirse con un: “No os preocupéis, sobreviviremos”.

Andriy pasea al perro Boney dos veces al día. Un joven que se ha acostumbrado a este escenario donde los bombardeos interrumpen el silencio.

Andriy pasea al perro Boney dos veces al día. Un joven que se ha acostumbrado a este escenario donde los bombardeos interrumpen el silencio PABLO TOSCO

Un ambulatorio alcanzado por las bombas en Kramatorsk

Andriy pasea a su perro Boney dos veces al día. Un joven que se ha acostumbrado a este escenario donde los bombardeos interrumpen el silencio. Vive con su madre y su abuela y no quiere dejarlas. “Vivimos en el apartamento, pero las cosas más importantes como los documentos los hemos trasladado al sótano”, explica. Reciben ayuda humanitaria una vez por semana por lo que “tenemos suficiente comida y medicamentos”.

Tras varios impactos de misiles se nos recomienda abandonar la ciudad. La carretera, una pista fangosa con inmensos charcos de agua de la nieve derretida, atraviesa un puente improvisado al lado de otro destruido. El camino de vuelta a Kramatorsk no es fácil. Oscurece temprano y el paisaje se asemeja al de una película de terror, salvo por las luces de los vehículos militares que entran y salen del frente.

A la entrada de Kramatosk, sobre las 17:00, se escucha un gran impacto sobre la tierra. Vuelve la calma. Al día siguiente comprobamos la catástrofe. Un ambulatorio completamente destrozado. Los restos del misil están clavados entre medicamentos, recetas y otros materiales. “En 2021 se restauró por completo. Aquí, atendíamos a unos 3.000 vecinos”, asegura Svetlana, la gerente del centro, conmocionada por la destrucción del lugar donde ha trabajado los últimos 26 años. “Era tarde y ya habíamos cerrado, por eso no hay víctimas mortales”, relata, conteniendo la emoción.

Trabajadores del centro y vecinos intentan rescatar lo que queda de medicamentos y otros materiales. Sobre los restos de una camilla rota colocan bolsas que pueden ser llevadas a otro hospital. Puertas y ventanas quebradas. “La puerta principal ha volado y ha atravesado todo el pasillo”, dice el conserje del centro con la mirada perdida entre los escombros. Grandes grietas se dibujan en una pared con un panel de información sobre vacunas, horarios y consejos de salud. “Lo más importante son los informes de los pacientes”. Vitali observa aturdido desde el remolque de una furgoneta donde suben todas las cajas. Svetlana limpia el patio. “Es muy deplorable”, coinciden.

Trabajadores del centro y vecinos intentan rescatar lo que queda de medicinas y papeles tras el bombardeo de un ambulatorio en Kramatorsk

Trabajadores del centro y vecinos intentan rescatar lo que queda de medicinas y papeles tras el bombardeo de un ambulatorio en Kramatorsk PABLO TOSCO