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Festival de San Sebastián

Ana de Armas brilla entre las sombras de Norma Jeane: "La exposición que tenemos los actores no ha cambiado"

  • Blonde, de Andrew Dominik, apabulla con su hiperestilización de la vida de Marilyn Monroe
  • Sigue la ceremonia de clausura en La 2 y RTVE Play a partir de las 21. h.

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Ana de Armas, en el Festival de San Sebastián.
Ana de Armas, en el Festival de San Sebastián.

“Me han entregado ya siete Oscar verbales, los colecciono”. Ana de Armas (La Habana, 1988) ironiza con los elogios que llegan desde que Blonde se estrenó en el Festival de Venecia. La película es un salto meteórico de la actriz hispanocubana, que hace no tanto protagonizaba series de televisión y ahora es una estrella mundial que roba toda la atención en el Festival de San Sebatián, donde ha presentado Blonde.

“No sé si la gente me tomaba en serio entonces, era más un efecto de estar en una serie con uniforme de colegio durante tantos años. No tenía un plan para irme a EE.UU. y todavía tengo esperanza de trabajar en España, solo que no he recibido la oportunidad”. Aclarado su pasado en rueda de prensa, hay que hablar mucho de Blonde, una de las películas-evento del año.

Barroca, fascinante, abrumadora o excesiva. Casi cualquier adjetivo gradilocuente encaja en la propuesta de Andrew Dominik al adaptar la novela de Carol Joyce Oates. Blonde es un desparrame visual que golpea muy duro con puñetazos de belleza plástica. También puede agotar con su permanente lenguaje cercano al cuidado de técnicas publicitarias, pero nadie puede discutirle el riesgo.

Paradójicamente, como sucedía con Elvis, la fantasía parece la forma más honesta de acercase a una figura real, porque aspirar a acariciar el realismo es una entelequia condenada al fracaso o al ridículo. Pero si Elvis tenía mucho de admiración centelleante hacia el mito, Blonde es sumergirse en un pozo de desasosiego. No había otra: desde su infancia con una madre con problemas mentales y el anhelo de conocer a un padre ausente, la vida de Norma Jeane fue moldeada después por el deseo y mirada masculina que la transformó en Marilyn Monroe.

“Mi idea de Monroe antes del proyecto era muy básica: la conocía como actriz y poco más”, confiesa De Armas, que se sumergió en un denso proceso de documentación y de imitación física y vocal. “Ella era una imagen del glamour, éxito, con parejas que eran hombres deseados de gran estatus. Representaba el sueño, lo que todos deseábamos, ¿qué podía ir mal? Conocerla la historia personal del icono me hace respetarla, entenderla, humanizarla y entender lo que pasó”.

Tampoco parece casualidad que la otra gran propuesta de Netflix, Bardo, de Alejandro G. Iñárritu, comparta esa vocación de cine personal de gran presupuesto. Dentro de una industria cambiante y convulsa, hay un pequeño intento a contracorriente de cine de autor como espectáculo exagerado que quizá tenga una salida y encuentre su público, algo que parecía casi desaparecido tras la caída del Nuevo Hollywood a comienzos de los años 80.

Conocer a la invisible Norma Jeane

¿Fue más difícil interpretar a Marilyn o Norma Jeane? “No puedes separarlas. Obviamente Norma está más presente y Marilyn es una persona que ella usaba o hacía desaparecer según la necesitará. El reto era descubrir a Norma Jeane y tener la oportunidad de conocer a esa persona, que ha sido invisible".

Blonde también es un recorrido por sus desastrosas relaciones: malquerida por el machista y rudo Joe DiMaggio, incomprendida por el intelectual de izquierdas Arthur Miller, y abusada y sometida finalmente por el poder absoluto de J.F. Kennedy. Y, sobre todo, el retrato de una mujer zarandeada por la misoginia rampante de la época.

Dice de Armas que, si podía conectar en algo, es con la vivencia de la fama. “El nivel de exposición con el que tienen que vivir los actores no ha cambiado mucho, quizá ha ido a peor. Es imposible que no me haga reflexionar sobre mi propia vida y la forma en la que gestionamos cuánto compartir de nuestra parte privada y pública”.

Dominik replica el ingente archivo visual de Monroe para recrearlo en infinitas texturas, formatos y lentes. Blonde es totalmente posmodernista: canibaliza todo tipo de estilos, y no hay nada realmente nuevo salvo la obstinación de jugar con un lirismo tan apabullante durante casi tres horas en las que cabe todo: hasta planos de embriones dentro del útero de la actriz.

El cineasta defiende que huyó completamente de la imagen hipersexualizada del personaje. “Es justo lo contrario y se utiliza la desnudez para expresar rabia. El movimiento #metoo fue de hecho muy útil para financiar la película porque le dio la vueta a todo: hasta entonces se pensaba que la perspectiva de una mujer machacada por la industria no le interesaba a nadie”.