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Festival de San Sebastián

'Modelo 77', cuando los presos lucharon por una Transición utópica que no fue

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El Festival de San Sebastián levanta el telón con 'Modelo 77', de Alberto Rodríguez

La Transición es un territorio fértil para Alberto Rodríguez. Retrató sus sombras en la celebrada La Isla Mínima y ahora regresa huyendo de la ficción para abordar una historia real: la lucha de COPEL, el 'colectivo de presos en lucha' que porfió por una amnistía total de los presos en el nacimiento de la democracia. Modelo 77 es la mejor apertura que ha tenido el Festival de San Sebastián en años y, otra más, de las grandes películas del cine español en 2022.

Modelo 77 empezó como una investigación minuciosa que pronto se convirtió en una deuda. Alberto Rodríguez y el guionista Rafael Cobos, fascinados por la llamada ‘fuga de los 45’ de la cárcel Modelo de Barcelona en 1977, iniciaron el 2005 una labor detectivesca para buscar sus testimonios. Tras recabar toneladas de información, levantar el proyecto era casi una obligación. Hoy se ha visto en San Sebatián, ha convencido y, en conversacion con RTVE.es, Rodríguez respira tras 'cumplir' su deber.

La amnistía era la gran reivindicación de COPEL: presos comunes que reclamaban vaciar las cárceles. Si los presos políticos habían salido, si incluso etarras fueron liberados, ¿por qué no podían ellos? Si se trataba de resetear el país, ellos, víctimas de un código penal anacrónico, no podían quedarse orillados. “Las cárceles están hechas para separar y, en ese momento lo que imperaba era el miedo, que llegase a haber un movimiento de solidaridad que buscaba la libertad con mayúsculas era una espacie de utopía. Una búsqueda de lo imposible que fue lo que nos atrajo”, explica Rodríguez.

Modelo 77 parta de la realidad histórica pero condensa en la Modelo algún aspecto de lo que ocurrió también en la cárcel de Carabanchel. Miguel Herrán y Javier Gutiérrez dan vida a dos presos comunes que progresivamente se introducen en COPEL. Huelgas de hambre, autolesiones y motines eran su llamada de atención. En la Modelo, 200 presos llegaron a cortarse las venas de los brazos para conseguir que la prensa entrase y sus reivindicaciones fueran escuchadas. El grito de la prisión, situada dentro de la ciudad, no se podía ignorar.

Los rincones oscuros de la Transición

Para Rodríguez, el ambiente carcelario no le era del todo ajeno. Cada año acude con una asociación sin ánimo de lucro, Solidarios, para participar en charlas con presos de una prisión sevillana. “La última vez acabamos hablando de las cárceles del siglo XVI que salen en la serie La peste. Cualquier cosa que rompa su monotonía les va bien”.

Las condiciones penitenciarias, al menos, sí cambiaron gracias a COPEL y la Ley penitenciaria fue la primera ley orgánica de la democracia. Los presos comunes sufrían una legislación anticuada y desproporcionada: el código penal sancionaba duramente y leyes como la de 'peligrosidad social' que castigan conductas más que delitos. Además, estaban las deficiencias de higiene, sanidad, alimentación, y la agresividad de los funcionarios. En los años 70 las cárceles empezaron a saturarse y el hacinamiento y la llegada de las drogas dibujaba un panorama devastador.

“Hay muchos rincones oscuros de la Transición, fuera de la historia oficial”, opina. “Pero no quiero incidir en la crítica a la Transición, sino al contrario: desmitificarla puede ser una oportunidad para cambiar lo que no está bien”.

Las cárceles como fracaso de las sociedades humanas

El proceso le llevó a una reflexión más filosófica de las prisiones como gran fracaso de la sociedad humana. “Vigilar y castigar, de Michel Foucault, es un libro que te abre los ojos inmediatamente. ¿Qué hacemos con los presos? ¿Qué gente está en la cárel? Miras las estadísticas y son pobres en el 80% de los casos. Es la realidad todavía”.

Para el director, la mayor lección de COPEL es el espíritu de lucha. “Tenían una determinación increíble por conseguir lo que consideraban justo. Quizá en estos tiempos adolezcamos de eso: pensar en un bien común e ir a por ello hasta las últimas consecuencias”.

Alberto Rodríguez es un virtuoso de la realización y el ritmo, pero el cuidado hacia sus personajes le llevó a ser más austero que nunca, alargando los planos y manteniéndose cerca de los actores, sin perder nunca su pulso narrativo. ¿Es la película que más cariño muestra por sus personajes? “Es posible, es verdad. No era premeditado, pero es algo que tiene que ver con la propia cárcel, donde las relaciones se vuelven muy afectivas y emocionales”.

Los ‘héroes’ de la filmografía de Alberto Rodríguez tienen como antagonistas a la Historia. Ya sea en Grupo 7 o El hombre de las mil caras sus peripecias están en parte condenadas por un destino trágico que se conoce de antemano. ¿Es un pesimista? “No, pero hay una lucha condenada, de momento, al fracaso: la lucha por la justicia social”, aclara. “Mientras un futbolista se ría de las emisiones de su avión y alguien se muera de hambre es que tenemos un problemón”.

No es el único eco atemporal de la película para su creador. “Era una trama muy estimulante que hablaba de algo mayor: la posibilidad de ser quienes queremos ser, de redefinirnos en cualquier momento”. El cineasta y su guionista, eso sí, piensan volver al presente para próximos proyectos: “Lo estamos deseando”.