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Elecciones en Francia

Macron en el Elíseo: la economía mejora, pero el descontento persiste

  • Su mandato, marcado por las protestas, la pandemia y la guerra en Ucrania, acaba con buenos datos de paro e inflación
  • Sin embargo, el sistema de partidos está dinamitado y no ha frenado a la extrema derecha | Especial elecciones en Francia

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El presidente de Francia, Emmanuel Macron, durate una videollamada en el palacio del Elíseo
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, durate una videollamada en el palacio del Elíseo.

Después de su fulgurante ascenso hasta el palacio del Elíseo, de atravesar una pandemia mundial y de hacer frente a una guerra en Europa, todo apunta a que Emmanuel Macron se convertirá este domingo, salvo sorpresa, en el primer presidente de Francia que logra la reelección desde 2002. Tendrá así cinco años más para mejorar un legado que, por ahora, resulta mucho más prosaico de lo que prometía: la economía ha mejorado notablemente, pero las grandes reformas siguen pendientes y, sobre todo, el descontento de los franceses no sólo no se ha mitigado, sino que se ha acentuado.

Buena prueba de ello son los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, por más que el propio Macron vaya a repetir el duelo de 2017 contra Marine Le Pen en la segunda vuelta. Pese al buen desempeño del presidente, que obtuvo más votos y más respaldo que hace cinco años, la extrema derecha, encarnada en Le Pen y Éric Zemmour, logró su mejor resultado, con 10,6 millones de votos, más del 30% del total. Y en la izquierda antisistema, Jean Luc Mélenchon recibió 7,7 millones, casi el 22%.

"Efectivamente, es sorprendente ver hasta qué punto los resultados de la primera vuelta son tan radicales. Más del 50% de los franceses han votado por candidatos radicales, a izquierda y derecha", admite Bruno Jeanbart, vicepresidente de la empresa demoscópica francesa OpinionWay y autor de La presidencia anómala: las raíces de la elección de Emmanuel Macron, un análisis sobre la llegada de Macron al Elíseo.

"Hay mucho descontento que no está forzosamente vinculado a la situación económica de la gente, sino a un sentimiento de pérdida de identidad, de pérdida del futuro", explica Jeanbart, que cree que la clave está en la constatación por parte de los franceses de que su antes poderoso Estado es cada vez menos eficaz para resolver los problemas. "Hay miedos muy variados: hay gente que tiene miedo al cambio climático, gente que tiene miedo a la inmigración, gente que tiene miedo a la globalización... Cosas muy diferentes que se mezclan y que resultan en esta situación tan paradójica".

La economía, el mayor éxito de su gestión

Porque si solo de economía se tratase, Macron puede presentar una buena hoja de servicios ante los franceses. El producto interior bruto se ha recuperado a buen ritmo y, tras crecer un 1,9% en 2021, está ya muy cerca de recuperar el nivel previo a la pandemia. El paro, que cerró el año en el 7,4%, marca sus mínimos desde 2008 y la inflación, la gran preocupación de toda Europa por la guerra en Ucrania y el encarecimiento de la energía, ha subido bastante menos que en los países vecinos -aunque ya supera el 5%-.

La principal preocupación de los franceses en esta campaña electoral, según los sondeos, es el poder adquisitivo, un indicador que también mejoraba a finales de 2021: creció un 0,8% en el cuarto trimestre. Sin embargo, la percepción de buena parte de la sociedad francesa es que esa mejoría económica no alcanza a todos.

"Hay condiciones materiales para el descontento. La desigualdad ha aumentado y, sobre todo, la precarización de las clases medias y de los jóvenes, un proceso que no solo ocurre en Francia", subraya Raquel García, investigadora del Real Instituto Elcano, que señala que "a la gente que le va bien, apoya a Macron, pero a quien no le va tan bien, se vuelve hacia el radicalismo".

De ahí la enorme contestación con que han sido recibidas algunas iniciativas, como el intento frustrado de reformar las pensiones, aplazado en 2018 ante las protestas de la ciudadanía y retomado en los últimos meses, aunque con mucho menor calado. También en ese malestar se encuadran las protestas de los chalecos amarillos, que, a principios de 2019, pusieron en jaque al Gobierno, hasta que Macron organizó el denominado ‘gran debate nacional’ y anuló la tasa a los carburantes. “Macron no se ha centrado en ese aspecto, no ha abogado por elevar el gasto social”, señala Raquel García, que incide en que “quien ha sabido canalizar el descontento ha sido Marine Le Pen”.

Un presidente polarizador

La pandemia, en ese sentido, sirvió de asidero al presidente: en las crisis excepcionales, un país tiende a agruparse en torno al líder. Y la popularidad de Macron, que tocó fondo durante la crisis de los chalecos amarillos, remontó con la llegada de la COVID-19. Algo similar ha ocurrido en los últimos meses con la guerra en Ucrania, en la que su liderazgo europeo -Francia preside la Unión Europea este semestre- le ha reforzado también en el ámbito interno.

De hecho, Macron termina su mandato con un nivel de aprobación superior al de sus predecesores en el Elíseo, por encima del 40%. Pero también con niveles muy elevados de rechazo: "Muchos franceses respetan su inteligencia, su competencia. No se pone en duda su calidad intelectual. Pero no es muy querido, por esa personalización de un cargo tan especial como es el de presidente de la República y porque no proyecta en absoluto una dimensión afectiva", indica Bruno Jeanbart.

Arrogante, clasista, altivo... son adjetivos que suelen acompañar a Macron, que no ha logrado desprenderse de la etiqueta de 'presidente de los ricos'. Su figura resulta divisiva en Francia, y no solo en el plano personal, sino también en el político: al acaparar todo el centro, todas las opciones moderadas, ha eliminado del tablero a los partidos tradicionales de izquierda y derecha -ni el Partido Socialista ni Los Republicanos han alcanzado el umbral del 5% en la primera vuelta de las presidenciales- y empuja el disenso hacia los extremos.

"Ha contribuido a dinamitar el sistema de partidos tradicional de la Quinta República, que ahora se basa en proyectos personalistas", asegura García, que cita tanto la candidatura de Macron como las de Le Pen, empeñada en limar las aristas del antiguo Frente Nacional para ser presidenta, la de Zemmour, un periodista sin una formación política que le respalde, e incluso la de Mélenchon, que agrupa a una escisión del socialismo gracias a su carisma. "Estos proyectos tan personales y contrapuestos conducen a la polarización, a la división de la sociedad francesa", opina la analista del Real Instituto Elcano.

El auge de la extrema derecha, su mayor fracaso

Esa fractura del espacio político, alimentada por el mismo proceso que le aupó a la presidencia, es quizás el peor legado de su mandato. Sobre todo si se considera que, aunque el domingo consiga ser reelegido, en 2027 él no podrá volver a presentarse y no se atisba un relevo de garantías en las fuerzas moderadas para hacer frente a una derecha radical muy fortalecida. "Una de las promesas electorales de Macron hace cinco años fue hacer bajar a la extrema derecha y nunca ha estado tan fuerte en Francia. Es un fracaso", afirma con rotundidad Bruno Jeanbart.

Muchos de los asuntos que la extrema derecha ha colocado en el centro del debate político, como la seguridad o la inmigración, seguirán ahí dentro de cinco años e incluso el propio Macron los ha incorporado a su ideario, con normas como la reciente ley de seguridad global, la incorporación habitual de medidas excepcionales contra el terrorismo o la ley contra el "separatismo religioso". La izquierda le acusa de escorarse a la derecha, pero Jeanbart opina que "ha sido la sociedad francesa la que se ha inclinado a la derecha", y que Macron solo es un reflejo de esas inquietudes.

En cualquier caso, los sondeos indican que el próximo domingo revalidará sin sobresaltos, aunque con mucho menos margen sobre Le Pen que en 2017, la presidencia de Francia. En junio intentará revalidar la mayoría parlamentaria de La República en Marcha, su partido, en la Asamblea Nacional. Y después empezará lo más complicado, gobernar, sobre todo cuando no hay fuerzas moderadas relevantes con las que pactar, lo que asegura una notable oposición tanto en el parlamento como en las calles. "El riesgo es que tenga muy poca capacidad de hacer reformas profundas", advierte el vicepresidente de OpinionWay.

Raquel García va más allá y señala la dificultad que tendrá Francia para "reconstruir los lazos sociales y generacionales" que se han roto en estos años, además de reestructurar los partidos tradicionales y encontrar un sucesor para el espacio político de centro. Para cuando Emmanuel Macron, el jefe de Estado francés más joven desde Napoleón, haya completado su legado histórico, para bien o para mal.