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Elecciones en Francia

La extrema derecha se acerca más que nunca al Elíseo

  • Marine Le Pen y Éric Zemmour superan el 30 % de intención de voto para la primera vuelta de las elecciones presidenciales
  • Su discurso sale legitimado de la campaña, aunque los sondeos aún den ganador a Macron | Especial elecciones en Francia

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Marine Le Pen se encuentra ante su gran oportunidad de ganar la presidencia de Francia para la ultraderecha
Marine Le Pen se encuentra ante su gran oportunidad de ganar la presidencia de Francia para la ultraderecha

Nunca como ahora el tabú había parecido tan cerca de romperse. La extrema derecha de Francia, aunque dividida, acaricia su mejor resultado en unas elecciones presidenciales y, pese a que los sondeos siguen dando ganador a Emmanuel Macron, por primera vez se atisba la posibilidad real de que un líder ultraderechista, en este caso Marine Le Pen, sea la próxima inquilina del palacio del Elíseo.

Es la consecuencia de muchos años, décadas, en los que el discurso de la derecha radical ha ido impregnando la sociedad francesa, marcando la agenda con sus proclamas de seguridad, control de la inmigración, soberanismo económico y nacionalismo. Y ni siquiera la aparición de Éric Zemmour, el polemista reaccionario que ha acaparado buena parte de la atención mediática, ha perjudicado a Le Pen. Más bien al contrario: por simple contraste, la radicalidad de Zemmour hace que ella aparezca más centrada en el espectro político. Le hace parecer presidenciable.

A pocos días de la primera vuelta, el promedio de encuestas de DatosRTVE da una intención de voto a Le Pen del 21,7%, aunque hay sondeos que le otorgan hasta el 23%, por encima del 21,3% que obtuvo en 2017. Zemmour, que llegó a rozar el 15%, ha perdido algo de fuelle y ahora se queda en el 9,9%. En cualquier caso, la suma de ambos superaría el 30%, un umbral que la extrema derecha nunca ha conseguido rebasar en la primera ronda de unos comicios presidenciales.

Y de cara a la segunda vuelta, en la que se da por seguro que Le Pen volverá a retar a Macron, la ventaja del presidente sobre la candidata de Agrupación Nacional se ha reducido a entre seis y ocho puntos, si bien algún sondeo reciente la deja en apenas tres. En 2017, Macron le sacó 33 puntos a Le Pen y casi duplicó sus diez millones de votos, pero ahora se anticipa un duelo mucho más cerrado. El propio Macron avisaba el sábado durante un mitin en París: "No creáis los sondeos ni a los comentaristas que os dicen que [la derrota] es imposible, impensable. Que las elecciones están decididas, que todo va a salir bien".

El discurso de la extrema derecha, plenamente consolidado

Son numerosos los imponderables que invitan a ser cautos. Por ejemplo, la elevada abstención, que se espera que supere el 30%, algo inédito en unas presidenciales. También la postura del izquierdista Jean-Luc Mélenchon, al que los sondeos dan más de un 15% de los votos y que en 2017 ya evitó pedir el voto para Macron frente a Le Pen. El presidente ya no es una novedad, una promesa de regeneración, sino que acusa el desgaste de un mandato. Y, sobre todo, el hastío que se percibe en la sociedad francesa, que ha sufrido en la última década la Gran Recesión, varios atentados islamistas graves, una pandemia mundial y, ahora, la incertidumbre de la guerra en Ucrania.

"Hay pocas posibilidades, pero sí que hay alguna. Está más cerca ese escenario de una victoria de Le Pen en segunda vuelta, sobre todo porque hay bastante apatía en la sociedad francesa de cara a las elecciones", concede Guillermo Fernández, profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Qué hacer con la extrema derecha en Europa: el caso del Frente Nacional.

Incluso sin atender al resultado, la derecha radical francesa sale reforzada, porque ha consolidado su espacio, logrando que sus ideas estén plenamente insertas en el debate político. Ideas como la necesidad de endurecer la política migratoria, como la defensa de la identidad francesa -entendida como la Francia blanca y de raíces cristianas- frente al multiculturalismo o el proteccionismo económico frente a la globalización. O, en el caso de Zemmour, la teoría del 'gran reemplazo', que denuncia una supuesta sustitución de la población autóctona europea por inmigrantes y musulmanes.

"La extrema derecha sale muy beneficiada de estas elecciones. Aunque esté partida, Le Pen y Zemmour forman parte de un mismo campo político y tienen muchos puntos en común, y hay más de un 30% de votantes que comulgan con ese programa. Hay una validación, una legitimación de ese discurso", alerta Pablo del Hierro, profesor de Historia de la Universidad de Maastricht y especialista en movimientos de derecha radical.

Del Frente Nacional a Agrupación Nacional

Lejos quedan ya los tiempos del viejo líder del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, y el repudio que suscitó que consiguiera colarse en la segunda vuelta de las elecciones de 2002. La sociedad francesa lo interiorizó como una vergüenza democrática y la participación -que en la primera vuelta había sido casi tan baja como la que se espera este año, apenas un 71,6%- se disparó ocho puntos, con un voto masivo de protesta contra la extrema derecha. Jacques Chirac, el presidente menos votado en una primera ronda con menos del 20% de los votos, fue reelegido con el 82%, el porcentaje más alto en la Quinta República.

Marine Le Pen aprendió aquella lección y, cuando en 2011 se hizo con los mandos del partido, inició un proceso que se ha dado en llamar 'desdemonización'. En esencia, se trataba de ampliar la base electoral limando las aristas más controvertidas de su ideario, para sacar al Frente Nacional de su rincón a la derecha del espectro político y convertirlo en un partido transversal, aceptable para una mayoría de los franceses.

Esa transformación comenzó con un cambio de discurso: Marine Le Pen insiste en que no es de izquierdas ni de derechas, se presenta como la "candidata de las mujeres" para defenderlas "en un mundo de hombres" e incluso reivindica una “sociedad ecológica”, con el sesgo nacionalista que aboga por producir y consumir productos locales. Ha abandonado los mensajes racistas y antisemitas, y no reivindica el régimen colaboracionista de Vichy, como hacía su padre.

Aunque mantiene las consignas de control migratorio y mejora de la seguridad, ha suavizado sus mensajes, incluso en asuntos como el aborto y el matrimonio homosexual. En economía, se ha acercado a un populismo social que le ha reportado el apoyo de muchos ciudadanos decepcionados con la izquierda. Y ha asumido cambios programáticos, especialmente la renuncia a abandonar la Unión Europea -pese a que insiste en limitar la libre circulación de ciudadanos- y a salir del euro. La culminación de ese proceso fue el cambio de nombre del partido: desde 2018, es Agrupación Nacional.

Un partido central en la vida política de Francia

A la luz de los resultados electorales, es evidente que la estrategia ha tenido éxito: el Frente Nacional - Agrupación Nacional fue la fuerza más votada en las europeas de 2014 y 2019, al igual que en la primera vuelta de las regionales de 2015 y de 2021. Pero el 'frente republicano' sigue funcionando y cada vez que un candidato ultraderechista se asoma al poder, el resto de partidos se vuelca en impedir que gane la segunda vuelta. Así que no gobierna en ninguna región francesa y solo en una ciudad de más de 100.000 habitantes, Perpignan.

En las presidenciales de 2017, volvió a ocurrir. Marine Le Pen obtuvo 7,6 millones de votos en la primera vuelta, solo por detrás de Macron, aunque fue derrotada con claridad en la segunda vuelta. Sin embargo, el rechazo de los franceses era mucho menor que el que había sufrido su padre: consiguió más de diez millones de votos, casi el 34% del total, una cifra inimaginable dos décadas antes.

El éxito de Jean-Marie Le Pen en 2002 fue consecuencia de la abstención y del derrumbe del Partido Socialista, de forma que en la primera vuelta no ganó en ningún departamento. Pero en 2017 su hija fue la que más votos recibió hasta en 46 departamentos, dos más que Macron, consolidando su arraigo en Occitania y la costa mediterránea, al tiempo que se hacía fuerte en el noreste del país, antiguos feudos de la izquierda por su tradición industrial y minera. También fue significativo su crecimiento en las regiones de ultramar, donde antes era un partido residual por un racismo muy poco disimulado, mientras ahora los franceses que viven fuera de Europa, ya sea en la Polinesia o en Guyana, no se sienten agredidos.

Es uno de los síntomas que revelan que su presencia en esa segunda vuelta de 2017, a diferencia de la de su padre, ya no se percibía como una excepcionalidad democrática: la ultraderecha ya no da miedo. "El partido se ha consolidado, ha aumentado su poder en ciertas zonas de Francia, ha logrado cierta implantación sindical que antes no tenía y tiene unas redes de apoyo totalmente estructuradas... Ha hecho mucho músculo y mucha base social", señala Pablo del Hierro.

La aparición de Éric Zemmour

En esa transformación, por supuesto, también ha asumido costes, en forma de pérdida de apoyos de quienes consideran que la búsqueda de la centralidad por parte de Le Pen abandona a los votantes tradicionales del Frente Nacional. Es lo que opina, por ejemplo, su sobrina Marion Maréchal, que llegó a ser la diputada más joven de Francia, pero que abandonó el partido en desacuerdo con la línea marcada por su tía; en estas elecciones, apoya a Éric Zemmour.

Porque Zemmour ha recuperado el tono duro y beligerante, de forma que muchos antiguos simpatizantes de la extrema derecha se ven reflejados en sus proclamas contra el islam, su reivindicación de los valores judeocristianos, sus críticas por la "feminización de la sociedad" y sus justificaciones del régimen de Vichy -pese a ser judío-. Comparten con él que la abolición de la pena de muerte es un error y, sobre todo, su propuesta de "inmigración cero", con un "ministerio de la remigración" para gestionar la expulsión de quienes lleguen a Francia.

Ese discurso le ha aupado en las encuestas al recoger no solo a los descontentos de la extrema derecha, sino a muchos simpatizantes de la derecha clásica. "Claro que hay apoyos de Agrupación Nacional, pero también muchos de Los Republicanos, el sector más conservador en lo moral y más liberal en lo económico, más de provincias. No es solo derecha radical, es que una parte de la derecha clásica se ha radicalizado", explica Guillermo Fernández.

Zemmour, además, ha disfrutado de una considerable cobertura mediática para un recién llegado a la política, gracias a su condición de tertuliano televisivo, especialmente acunado en los medios del grupo empresarial Bolloré, cuyo presidente, Vincent Bolloré, es un reconocido conservador. Y, pese a todo, su irrupción no ha erosionado las opciones de Le Pen.

La gran, y quizás última, oportunidad de Le Pen

"A Marine Le Pen no le viene del todo mal, porque Zemmour le hace el trabajo sucio. Él ha tenido muchísimo impacto en las narrativas de la campaña electoral, ha marcado la agenda. Eso le beneficia a ella, que no tiene que mancharse las manos con declaraciones racistas como las de Zemmour", asegura Pablo del Hierro. Guillermo Fernández coincide en que "Zemmour, indirectamente, ha centrado a Le Pen, y ella lo ha aprovechado".

Del Hierro cree que la candidata de Agrupación Nacional sube en las últimas semanas porque está aglutinando el 'voto útil' de la extrema derecha y porque está aprovechando la incertidumbre económica que ha provocado la guerra en Ucrania para lanzar un acertado mensaje "de componente socialpopulista, con un programa menos liberal y de protección de los trabajadores franceses que le va a reportar buenos resultados, porque hay mucha preocupación por el futuro económico".

Fernández también percibe que Le Pen está recogiendo lo que ella llama el voto patriótico, además de agitar el ascenso de Jean-Luc Mélenchon, candidato de extrema izquierda y tercero en los sondeos, para movilizar a sus votantes. Y a pesar de sus vínculos con Vladímir Putin -Agrupación Nacional ha recibido préstamos de bancos rusos ligados al círculo presidencial-, Zemmour ha salido más perjudicado por su respaldo a Putin antes de la invasión.

Le Pen se encuentra así ante su gran oportunidad para alcanzar el Elíseo, contando además con recoger la mayor parte de los votantes de Zemmour en la segunda vuelta y con la desmovilización que se aprecia en el electorado de izquierdas. Aunque si vuelve a perder, puede que no haya más: "Es muy posible que esta sea su última oportunidad", admite Guillermo Fernández, que señala que dependerá de cuánto se acerque a Macron: "Ella intentará seguir, diciendo que es su mejor resultado y con una escisión a su derecha, pero es posible que en el futuro se busque una candidatura alternativa de derechas más dura". En las próximas dos semanas, Le Pen también se juega su futuro, como Francia y, quizás, toda Europa.