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Coronavirus

Días de fiebre en Seúl

  • Las autoridades han vuelto a implantar medidas de distancia social y el uso de mascarillas debido a los rebrotes
  • El uso de apps de rastreo les ha permitido localizar a tiempo a las personas infectadas

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Segunda ola del virus en Corea del Sur: 17 casos en 24 horas

En Corea del Sur siguen llamando "Corona" al COVID-19. "Aquí nadie quiere poner en su boca la palabra virus, con su sabor a colchón húmedo, tizones ardiendo y lejía", escribe Andrés Felipe Solano en de Los días de la fiebre (Temas de Hoy, 2020). Hablamos con él en pleno repunte de casos en el país que ha sido modelo de la gestión de la pandemia.

El colombiano Andrés Felipe Solano (Bogotá, 1977), colombiano residente en Seúl desde hace siete años, nos cuenta que "las autoridades están muy pendientes y en las dos últimas semanas se han vuelto a implantar medidas de distancia social y el uso de mascarillas".

Aunque, recuerda Solano, en Corea del Sur no hay un freno en la desescalada "porque tampoco hubo confinamiento", lo que sí se ha visto progresivamente es que la gente ha ido llevando una vida más normalizada. "Estos días estuve en el Parque Lineal que colinda con el río Han, el río que divide toda la ciudad, y había mucha gente haciendo pícnics. Se guarda la distancia social", relata, "pero eso no impide que la gente empiece a disfrutar del verano".

"Aplicaciones, la nueva manera de entender el mundo"

En esta nueva normalidad surcoreana, las fiestas en clubes nocturnos están detrás del repunte de casos que ha llevado a la autoridad epidemiológica surcoreana a alertar de una "segunda oleada" del virus. En la primera se hizo famosa una app que ubicaba con precisión a los contagiados y su estado. Solano nos explica que, lejos de ser una iniciativa del gobierno, el origen de este elogiado software partió de un estudiante universitario:

"El gobierno tenía la obligación de publicar a diario los datos de infectados, dónde estaban, los posibles contactos que habían tenido, etc., pero un chico universitario se dio cuenta de que era muy difícil, a medida en que crecían los casos, leer esos cuadros Excel, porque eran cuadros Excel. Entonces decidió hacer una aplicación donde se veían en el mapa los movimientos que habían tenido los infectados y dónde habían estado. Y si ampliabas el mapa se veía si estaba todavía contagiada esa persona, si ya se había curado, etc. Y cuando empezó a crecer el contagio, que fue a finales de febrero, con algo que también cuento en el libro, que es la infección de varios fieles de una iglesia, un culto apocalíptico cristiano... la app necesitó dinero, y ahí algunas empresas invirtieron, y así este chico, con otro equipo que armó, pudo mantener esa aplicación".

En Corea del Sur, asegura Solano, "a la gente no le ha importado desprenderse de su privacidad o intimidad porque, si tú lo pones en la balanza, y si por sacrificar y no decir dónde estuviste anoche, se va a infectar una persona, y esa persona puede morir, pues es un despropósito pensar así". En todo caso, asegura el escritor colombiano, "lo que hace el equipo epidemiológico es mirar tus contactos y cruzarlos con tus transacciones bancarias; mirar las cámaras de televisión y ver con qué personas pudiste haber interactuado. Pero no les interesa revisar tu teléfono, si tienes fotos de desnudos, o si hay un mensaje diciendo que odias a tu jefe. No tienen tiempo para ponerse a mirar esas cosas".

La paciente 31 y el super contagio de una secta

El primer caso de COVID-19 en Corea del Sur fue el de una mujer de 35 años procedente de Wuhan. "Ardía de fiebre" en el aeropuerto, escribe Solano. Después se conocería el caso de un hombre que había visitado una clínica de cirugía estética. Y por fin explotaría la pandemia en el seno de una secta evangélica y apocalípticaShincheonji "se ha extendido como la hiedra venenosa por todos los rincones", escribe Solano.

Fue también una mujer, devota de la secta que acudió a un culto donde estuvo cantando y rezando junto a cientos de personas durante horas. Días más tarde, "la paciente 31 se hizo la prueba solo en el último momento, cuando no entendió por qué la castigaban con ardores si era tan devota", anota en Los días de la fiebre. Y nos cuenta:

"La premisa de esta secta era que 144.000 almas se iban a salvar llegado el día del juicio final. Entonces, en un primer momento, a la secta se sirvió de los primeros contagios. Podían incluso haber reforzado la premisa y haber dicho, bueno, es hora de donar todo lo que tienen, quizás se acabó el mundo y ya. Pero, claro, digamos que la avalancha de contactos empezó precisamente dentro de la secta y ya se les fue de las manos ese tipo de discurso. Había mucho secretismo, tanto que las autoridades tuvieron que entrar a las oficinas de la secta y confiscar ordenadores, porque la secta no revelaba del todo el listado de fieles -decía que algunos apenas eran principiantes, en fin, que tuvieron que tomarse medidas de ese tipo. Y después otras iglesias cristianas siguieron reuniéndose, digamos unas pocas más mainstream. Y el consejo de la alcaldía de Seúl fue que no se reunieran, pero nunca se les prohibió la reunión, porque eso podía terminar en persecución religiosa".

La presión sobre la secta fue tan grande que el máximo dirigente, el autoproclamado mesías, pidió perdón de rodillas ante los periodistas. Lee Man-hee sigue dirigiendo Shincheonji y ha entregado todos los datos de sus 314.000 fieles, algunos de los cuales ni siquiera habían revelado su pertenencia al culto a sus maridos, esposas o hijos.

Un corte transversal en la sociedad surcoreana

"Los grandes contagios se han dado en lugares que hablan de cómo funciona la sociedad surcoreana", afirma Andrés Felipe Solano: "uno de los clubes donde hubo contactos era un club gay, y a partir de ahí se empezó a discutir cuál es la situación de los gays en Corea, que es un poco difícil. Ser gay es todavía un tabú y salir del closet es muy complicado aquí. Pero también, por ejemplo, hubo contagios en un call-center donde las condiciones no eran las mejores. Y está el asunto de la secta. Creo que, por lo menos, el virus ha ayudado a que la sociedad piense en lo que tiene dentro".

Como su particular relación con los ancianos, que Andrés Felipe Solano resume en la historia de "un hombre de 75 años que dio positivo y por su itinerario su familia supo que pasaba todas las tardes en la Colateque Rainbow, una de esas discotecas visitadas solo por jubilados. El nombre hace referencia a los antiguos clubes para menores de edad de los años noventa, donde no se vendían bebidas alcohólicas, solo Coca-Cola. Y como en cualquier club, en las colateque alguien también comprueba la identificación en la puerta. A los menores de 65 años se les prohíbe terminantemente la entrada".

Está escrito en Los días de la fiebre, relato de tres meses de pandemia en Seúl, una megalópoli que hoy vuelve a ver alzarse la “sombra espesa” de una segunda oleada del virus.