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Colombia, camino de la paz (II)

Bojayá, ciudad de muerte y esperanza

  • La localidad del Chocó vivió en 2002 una de las peores masacres de las FARC
  • 79 personas refugiadas en una iglesia murieron en un choque con paramilitares
  • La guerrilla pidió perdón público y las víctimas aceptaron para apoyar el acuerdo.

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Bojayá, ciudad de muerte y esperanza
Las calles del nuevo Bellavista están plagadas de sueños de paz.

Cincuenta años de conflicto armado en Colombia dan para demasiado dolor. El país está plagado de lugares donde la violencia se ensañó con una virulencia especial, donde la muerte apareció de repente y se quedó para siempre.

El 2 de mayo de 2002, la localidad de Bojayá, en el departamento del Chocó, entró en esa triste lista. Bellavista es la cabecera del municipio y fue tomada días antes por los paramilitares. La respuesta de las FARC no se hizo esperar con un ataque en tromba.

“Empezamos a escuchar disparos de noche. Me cayó un proyectil en el techado de mi casa y tuve que buscar refugio en la iglesia. Por la mente nunca me pasó que podrían tirar esa ‘pipeta’ (un cilindro con explosivos) dentro. Yo me sentía protegida, estaban mi papá, mi mamá, mis hijos, mi hermano el que murió, porque estábamos refugiados ahí”, cuenta hoy con tranquilidad Flora Rosa Caicedo.

Junto a ella, cientos de personas se escondieron de los combates en un lugar que creyeron seguro. Máxima Asprilla recuerda que despertó “con un gran ruido”. Lo siguiente que vio fue la iglesia “sin techo. Todos tirados, despedazados”.

Desperté con gran ruido y vi la iglesia sin techo, todos tirados, despedazados

“Cuando entré, no se podía poner un pie en el piso de la cantidad de cuerpos que había”, asegura Leyner Palacios, que hoy se ha convertido en la voz más reconocida del colectivo de víctimas de Bojayá.

Su denuncia constante le llevó incluso el año pasado a Oslo, como parte de la delegación de víctimas que acompañó al presidente, Juan Manuel Santos, para que recogiera el Premio Nobel de la Paz. Su defensa de los Derechos Humanos le ha valido premios y apoyo de organizaciones como Cáritas Española que, junto a la Diócesis de Quibdó, ayuda a RTVE a recorrer el lugar de la tragedia.

“Querían acabarnos a todos”

El viejo Bellavista es un espacio en ruinas. Abundan los muros pero escasean los techos. La selva que nos rodea empieza a comérselo todo. Lo único que que parece un edificio de verdad es la iglesia, reformada para servir de sede al colectivo de víctimas y con decenas de fotos en sus paredes.

Bojayá, ciudad de muerte y esperanza

El viejo Bellavista está abandonado desde que la población se trasladó al nuevo pueblo. SANTIAGO BARNUEVO

Son los rostros de los 79 muertos, 48 menores de edad, aunque ellos prefieren cifrar los fallecidos en 86 porque siete bebés estaban en gestación cuando fallecieron sus madres.

“Aquello fue una masacre. Querían acabarnos a todos”, nos cuenta en la capilla de las víctimas de la ciudad de Quibdó, Elisabeth Álvarez, a la que todos llaman Lucero. Esta maestra no puede evitar la emoción al recordar, 15 años después, a los jóvenes que eran sus alumnos.

“Cada día me imagino cómo serían ellos hoy. Los rostros de los niños nunca se me olvidan. Los tengo ahí”, afirma antes de suspirar.

Un pueblo nuevo como compensación Del viejo Bellavista se pasó a uno nuevo, más moderno. El Gobierno construyó como compensación otro pueblo unos cientos de metros más abajo a la orilla del río Atrato.

Bojayá, ciudad de muerte y esperanza

La vía 'Panamericana' era la entrada desde el río Atrato al viejo Bellavista. SANTIAGO BARNUEVO

Porque como recuerda Leyner a las puertas de la iglesia, “la foto más terrible es la que muestra como, cinco días después de la masacre, el Ejército llegó no para ayudar a la gente sino para disfrazar de soldados a los paramilitares y sacarlos de allí en sus propias embarcaciones”.

Cada día me imagino cómo serían hoy mis alumnos. Los rostros de los niños nunca se me olvidan

Es sólo uno de los casos de la connivencia de la fuerza pública colombiana con aquellos poderosos ejércitos privados que combatían (y combaten hoy todavía bajo el nombre de ‘Bacrims’) a las guerrillas. Incluso hay quien, como Yemin, que creen que la matanza estuvo planificada por altos mandos del Estado.

Bojayá, ciudad de muerte y esperanza

Leyner Palacios es el líder del comité de víctimas de Bojayá. SANTIAGO BARNUEVO

Aunque aquel día no estaba presente en Bojayá, tuvo que volver para enterrar a uno de sus hijos. “Yo me vine a sacar a mi hijo con la misionera, y tuvimos que lanzarnos al agua porque la guerrilla nos tiró plomo. Tuve que esperar otro día para recoger su cuerpo, llevarlo a Vigía del Fuerte y enterrarlo allá”, señala poco antes de callar y preguntar si “¿podemos parar un ratico?”.

Es difícil no querer abrazar a un gigante que, tres lustros después, ha rehecho su vida, pero que no puede olvidar.

El perdón

Tras muchos años de lucha para ser reconocidos, el momento más duro llegó en diciembre de 2015, en plenas negociaciones de la mesa de la Habana. Las FARC y el Gobierno pidieron perdón a las puertas de la iglesia. Tuvieron que cumplir las condiciones que impuso la comunidad, ver lo que hicieron sus fuerzas.

Bojayá, ciudad de muerte y esperanza

La fachada de la iglesia permanece para recordar el lugar de la tragedia. SANTIAGO BARNUEVO

Mientras Pastor Alape en nombre de la guerrilla reconocía que “sus disculpas no iban a reparar lo irreparable por quienes, ojalá algún día seamos perdonados”. Un perdón que, como recuerda Lucero, no significa olvidar.

“El perdón no es colectivo, es cosa de cada uno”, insiste. “Y no es darlo sólo cuando alguien quiera que se lo dé. El perdón llegará cuando yo me sienta sanada y mientras, hay que mirar al futuro”.

Bojayá dijo 'sí' al Acuerdo de Paz

Las víctimas lamentan que todavía hoy hay restos de los muertos sin identificar, pero apuestan por el proceso de Paz lanzado por el Gobierno.

A pesar del trauma, el 95% de los habitantes de Bojayá votó a favor del primer acuerdo en el fallido plebiscito del 2 de octubre de 2016 porque, según defiende Leyner, “no hemos visto sanción para los paramilitares, Ejército o guerrilla en 15 años. La Jurisdicción Especial de Paz es una oportunidad de que, al menos, este caso se investigue y acabe por fin con una sanción para los culpables”.

Por las calles del nuevo Bellavista se ven muchos menores. Son los que hoy dan esperanza a los que vivieron la tragedia.

Está lejos de todo y depende del río Atrato para todo. Sus habitantes reclaman condiciones de vida más dignas. “El centro de salud es una vergüenza. Si te pasa algo, hay que hacer un trayecto de al menos tres horas por el río hasta Quibdó, y si es grave no llegas”, dice Flora Rosa. “Si el Gobierno quiere de verdad lograr la Paz tiene que estar presente en estos territorios. De lo contrario, y ante los movimientos que hacen cerca de aquí otros grupos armados, igual volvemos a llorar”.