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Egipto, cuando la revolución da el golpe

  • Muchos egipcios se niegan a hablar de “golpe de Estado”
  • Estados Unidos y la Unión Europea han evitado usar la expresión
  • ¿Qué pasa cuando la legitimidad no solo está en las urnas?

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Manifestantes celebran la caída de Morsi en la plaza Tahrir
Manifestantes celebran la caída de Morsi en la plaza Tahrir

“¿Cuándo un golpe de Estado no es un golpe de Estado?”, se pregunta el veterano periodista experto en el mundo árabe del diario británico The Independent, Robert Fisk. “Aparentemente, cuando ocurre en Egipto”, se responde.

“Por primera vez en la historia del mundo, un golpe de Estado no es un golpe de Estado. El ejército toma el mando, expulsa al presidente democráticamente electo, suspende la Constitución, detiene a los sospechosos habituales, cierra las cadenas de televisión despliega los blindados en las calles de la capital. Pero la palabra 'golpe 'no ha salido de los labios del santo Barack Obama”, señala. Tampoco de la organización de Naciones Unidas ni de ningún líder europeo.

El Gobierno turco ha sido de los pocos que ha condenado  abiertamente el golpe, que ha tachado de “preocupante”. Y la Unión Africana ha suspendido a Egipto de la organización hasta que se "restaure del orden constitucional".

El Gobierno español se ha limitado a pedir la restauración de un gobierno civil.  "No caigamos en la magia negra de las palabras", ha dicho esta misma mañana en una entrevista en Los Desayunos de TVE, el ministro de Asuntos Exteriores José Manuel García-Margallo.

Pero las palabras importan y mucho. Calificar como golpe de Estado el derrocamiento del presidente Morsi implicaría para muchos países romper relaciones con Egipto y ese es algo que, sobre todo, EE.UU. no se puede permitir.

Si lo hiciera, Washigton tendría que suspender la ayuda de un 1.500 millones de dólares que entrega anualmente a las Fuerzas Armadas desde  hace décadas. La ley estadounidense prohíbe "cualquier ayuda a un gobierno o país cuyo jefe de Estado democráticamante electo haya sido depuesto por un golpe de Estado o un decreto".

Desde la firma del tratado de paz con Israel en 1979, Egipto ha sido el segundo mayor receptor de ayuda bilateral de Estados Unidos, después del país hebreo. Aunque la Casa Blanca ha ordenado revisar la ayuda que Washington otorga al Ejército  egipcio, ha sido cauta, ya que lo que garantizan las  fuerzas armadas es estabilidad, como apunta el codirector del Instituto sobre Conflictos y Acción Humanitaria, Jesús Núñez. “Que el Canal de Suez siga funcionando sin interrupción del tráfico  marítimo y que la paz con Israel se mantenga”, dos intereses vitales  para Estados Unidos y la comunidad internacional.

Un golpe de Estado...

Para EE.UU. sí fue un golpe Estado el que se produjo en 2009 contra el presidente hondureño Manuel Zelaya.  Entonces Washington sí suspendió temporalmente la ayuda. Lo mismo más ocurrió más recientemente, en abril de 2012, cuando EE.UU. suspendió parte (13 de los 140 millones de dólares anuales) de la asistencia financiera a Mali tras el golpe militar.

La democracia son algo más que elecciones

Hay golpes de Estado con los que los gobiernos y los pueblos extranjeros empatizan. Es inevitable. El de Portugal en 1974 ha pasado a la historia con el nombre evocador y casi romántico de la "revolución" de los claveles.

Obama cuenta, además, para este juego diplomático con el respaldo de los republicanos, que siempre han visto con desconfianza la llegada de los islamistas al poder. "El ejército egipcio ha sido durante mucho tiempo un aliado clave de  Estados Unidos y una fuerza estabilizadora en la región, y es quizás la única institución nacional sólo en la que confiar hoy en día", ha señalado el número de los republicanos en el Congreso, Eric Cantor. "La democracia son algo más que elecciones", ha sentenciado.

Eso opinan muchos egipcios. “No entiendo cómo los medios de comunicación internacionales hablan de  golpe de Estado sin tener en cuenta a los 20 millones de personas que  salimos a la calle para pedir la salida de Morsi,” indica a RTVE.es Karim Al  Hassan, un joven egipcio que ha participado en las protestas.

Lo que, técnicamente, es un golpe de Estado “en la medida en que interrumpe un proceso democrático y se rompe esa legitimidad, para bien o para mal”, como apunta Núñez, es para millones de egipcios “una nueva conquista de la voluntad popular”, como indica Al Hassan. “La intervención del Ejército era la única solución; son los que tienen poder para echar a los Hermanos Musulmanes.”

“Si no hubiésemos salido a la calle, los militares no habrían intervenido,” indica Al Hassan, que también muestra su desconfianza hacia las Fuerzas Armadas. “Continuaremos nuestra revolución hasta que seamos libres, no solo de los Hermanos Musulmanes, si no también del régimen de Mubarak, que todavía es fuerte desde el Ejército. No podemos olvidar la masacre de Maspiro y tampoco que los que representan al régimen de Mubarak intentarán engañarnos y presentarse como héroes”.

... con sabor a revolución

Las particularidades de lo ocurrido hacen que sea insuficiente hablar de “golpe” sin contextualizar el ambiente del que se ha visto rodeado. La intervención militar se produjo tras cuatro días de manifestaciones masivas y más de dos meses de recogida de 22 millones de firmas que pedían la renuncia del presidente.

El hartazgo se reflejaba en la calle y en las encuestas. Tras dos años y medio desde que Mubarak abandonó el poder,  el 63% de los egipcios consideran “estar peor que antes”, según el centro egipcio de opinión pública, Baseera.

La situación económica, la falta de voluntad y la incapacidad de los Hermanos Musulmanes para llegar a consensos en aspectos vitales para el país -como la redacción de la Constitución-, los ataques a periodistas y a ONG -los Hermanos Musulmanes han entrado en la lista de “predadores de la libertad de información” de Reporteros Sin Fronteras-, o los giros autoritarios del presidente –como el decreto presidencial de noviembre que le otorgaba poderes casi absolutos- provocaron un descontento generalizado entre los egipcios, que todavía tienen en la memoria ese sabor a la victoria del pueblo, esa ilusión de construir una sociedad mejor. Ese regusto que les dejó el 11 de febrero de 2011.

El golpe ha contado, además, con el respaldo de gran parte de los sectores políticos y religiosos del país.  El anuncio llegaba de la mano del General del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas, Abdel Fatah Al Sisi flanqueado por uno de los líderes más destacados de la oposición secular, Mohamed al Baradei, el papa copto, el líder de la influyente institución suní Al Azhar y representantes del movimiento Rebelión.

“Es una intervención militar pero con un apoyo social grande porque los egipcios veían que no podían seguir por este camino más tiempo, que iba a ser demasiado tarde por las políticas de la Hermandad y porque la situación económica es desastrosa”, apunta Haizam Amirah Fernández, investigador del Instituto Elcano.

Si esto era democracia, estoy contento de haberme deshecho de ella.  Pero no lo era”, apunta el periodista y bloguero Wael Eskandar, que asegura que “lo que ha sucedido en Egipto no es una revolución ni un golpe. Lo que ha pasado requiere una nueva terminología”.

¿Dónde está la legitimidad?

Los egipcios no quieren tirar a la basura su revolución. Se niegan a aceptar que esa revuelta, que se creía imposible y que derrocó a un dictador después de 30 años, no haya servido para nada. Los jóvenes que han liderado la revolución quieren ver realizados los objetivos por los que se levantaron. “Los egipcios solo pedimos vivir mejor. Solo pedimos pan, libertad y justicia para todos. Solo perseguimos los valores de la revolución. Morsi nos ha fallado. No podíamos esperar tres años más”, sentencia Al Hassan.

El sentimiento de los egipcios que han dicho 'basta' a Morsi encuentra eco en el hartazgo de las ciudadanos europeos más golpeados por los recortes. En Madrid, Lisboa o Grecia, también hay movimientos que cuestionan la legitimidad de gobiernos que han incumplido sus programas electorales y han traicionado la confianza de quienes les votaron. Y aquí se abre el debate de hasta qué punto las urnas "secuestran" o no la soberanía popular.

El reportero Fisk afirma que Morsi ganó las elecciones con más apoyo popular que George W. Bush en su primera carrera presidencial y que David Cameron. “Podemos decir que Morsi perdió su mandato cuando no honró la mayoría del voto sirviendo a la mayoría de los egipcios. Pero, ¿significa eso que los ejércitos europeos deben hacerse cargo de sus países cuando la popularidad de los presidentes cae por debajo del 50% en las encuestas?", reflexiona.

Todas las democracias tienen hoy el reto de legitimarse más allá de las urnas.   Para Egipto, un país de 80 millones de habitantes, con una sociedad totalmente polarizada y que acaba de empezar esta andadura, el peligro ahora es dejar que los enfrentamientos en las calles entre islamistas y  detractores de Morsi ocupen el lugar que debería tener la política.