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El pontífice que rompió el tabú

  • Benedicto XVI es el primer papa que renuncia en seiscientos años
  • Pone fin a casi ocho años marcados por los casos de pederastia y 'Vatileaks'

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Benedicto XVI ha roto un tabú. Así de claro lo ha expresado el presidente de la Conferencia Episcopal francesa, André Vingt-Trois, ante una decisión que también ha calificado de “acto particularmente valiente”No se trata de que un papa no pueda renunciar: es una posibilidad que contempla expresamente el canon 332 del Código de Derecho Canónico. Pero la última vez que sucedió fue hace nada más y nada menos que hace seis siglos: en 1415, cuando otro pontífice, Gregorio XII, renunció a la silla de San Pedro para poner fin al cisma de Occidente.

Los motivos de Joseph Ratzinger son bien diferentes de los de su predecesor. Ya no tiene fuerzas, dice, “para ejercer adecuadamente” la misión que le ha sido encomendada, para la que es imprescindible, reconoce, “el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”. Una declaración que si no estuviéramos hablando del máximo pontífice de la Iglesia católica no debería sorprender en un hombre anciano a punto de cumplir 86 años, que hace dos años abrió incluso en una entrevista la puerta a esa posibilidad.

De hecho, podriamos decir que el estado de salud Benedicto XVI es incluso bueno para un octogenario. Que se sepa, no sufre ninguna enfermedad importante, y quienes le rodean confirman que no dejado de ir ni un solo día a su despacho desde que el 19 de abril de 2005 la fumata blanca anunció que el carismático Juan Pablo II ya tenía sucesor.

Solo el papa sabe qué otros factores, además de la edad, han minado el vigor que echa en falta para seguir al frente de la Iglesia. Seguramente el recuerdo de la larga agonía de su predecesor ha pesado en una decisión que ha conmocionado al mundo en general y al católico en particular. Basta repasar también estos casi ocho años para darse cuenta de la intensidad de un pontificado que se creyó de transición, pero que ha estado plagado de acontecimientos suficientes por sí solos para minar las fuerzas de cualquier espíritu que no fuera sobrehumano.

Los 'otros' motivos de la renuncia

El más destacado, y seguramente el más doloroso, el escándalo de la pederastia. Joseph Ratzinger pasará a la historia por su renuncia, pero también por su empeño en levantar las alfombras del clero y expulsar a las manzanas podridas, empeño ni compartido ni entendido por una parte importante de la curia.

También encontró fuertes resistencias cuando intentó que la banca vaticana, el IOR, Instituto de las Obras de la Religión, adoptará los procedimientos de transparencia financiera internacional, otro terremoto interno menos aireado pero igualmente duro, que se saldó con el cese fulminante de su presidente.

Ha probado también el sabor amargo de la traición. La de Paolo Gabrielle, “Paoletto”, como le llamaba el papa, su supuesto mayordomo fiel durante seis años y uno de los escasos miembros de la llamada “familia” del pontífice, convertido en epicentro del llamado caso Vatileaks, la filtración de miles de documentos reservados del entorno papal. Un escándalo inédito en los dos mil años de historia de la Iglesia no porque desvelara las luchas de poder en el interior del Vaticano, sino porque por primera vez esas luchas aparecían en la primera página de los medios de comunicación.

En todo caso, como muchos han recordado hoy, el alemán Joseph Ratzinger llegó a la silla de San Pedro con la etiqueta de conservador. Lo que nadie discute ahora es que su decisión de renunciar a ella ha añadido otra, la de revolucionario.

* Sylvia F. de Bobadilla es periodista de TVE y fue corresponsal en Roma y el Vaticano de abril de 2012 a febrero de 2013.