Enlaces accesibilidad

Puerto Príncipe, ciudad de caos y esperanza

  • En la capital de Haití viven unos tres millones de personas
  • Núcleos como Martissant y Carrefour carecen de servicios básicos
  • La pobreza extrema es crónica en el barrio de Le Saline

Ver también:Ver también: Especial No te olvides de Haitíen

Por
Campamento de desplazados en Puerto Príncipe.
Campamento de desplazados en Puerto Príncipe.

Como el cuadro de un Bosco caribeño. Así definió Puerto Príncipe Tom Kaellen, de Asuntos Propios. Y es lo más cercano a una descripción válida. El adjetivo surrealista se queda corto. La ciudad arroja a la cara del visitante tal caos de sensaciones, visuales, sonoras y olfativas, que parecen no existir patrones.

Pero los hay. Las bolsas de agua potable sembradas por el suelo, incluso en el campo, en este país sin abastecimiento; las motos asiáticas, imprescindibles para moverse entre el tráfico endiablado (mínimo, una persona, máximo cinco); los edificios derrumbados en el terremoto y sin desescombrar; las montañas de basura; los letreros con invocaciones a Dios; las pintadas políticas de las últimas elecciones; los canales infectos... y el orgullo de los haitianos.

Prohibido pasear

Puerto Príncipe en realidad son cuatro municipalidades distintas, que se han unido sin mezclarse: Pétionville, Puerto Príncipe, Martissant y Carrefour. La injusticia se ha convertido en geografía. En la montaña, Petiónville es una colonia agradable, verde, donde se ubican los mejores hoteles y restaurantes, los locales de jazz en los que se sirve Moët Chandon, las legaciones diplomáticas, las casas de los ricos protegidas por alambres de espino y hombres armados.

Sin tener los bulevares del barrio burgués de una ciudad europea, al menos hay aceras, iluminación, conducciones. Aquí no se encuentran campamentos ni niños desnudos. "Si dices que eres de Petiónville te miran bien", dice Andy, que se gana la vida como conductor.

El atasco está garantizado, porque dada la inseguridad rampante, todo el que puede (esto es, los extranjeros y los ricos) va en coche, lo que explica el contínuo tufo a gasolina y humo de tubo de escape. Los blans (extranjeros, en kryol) no recorren ni la más mínima distancia a pie: observan a los "locales" desde sus todoterrenos, verdaderas peceras cuatro por cuatro, como si fueran en el "papamóvil". Si el viajero intentara recorrer la ciudad y se viera implicado en algún tipo de violencia, ya sea manifestación política o delincuencia, ¿quién le atendería?. No hay un policía en la esquina, no hay emergencias, ni ambulancias.

La carretera sinuosa de Canapé Verd, una de las rutas que como un cordón umbilical comunica (o separa) Pétionville de la zona baja, desciende punteada de puestos de artesanía popular: pinturas, hierro reciclado, loas (espíritus vudú) de madera, una mina para los buscadores de recuerdos, y un ejemplo de la inmensa creatividad haitiana, que aprovecha cualquier grieta para salir a la superficie. En la colina opuesta, los bidonvilles, las favelas de Puerto Príncipe, que engañan al observador y le invitan a lamentarse de la miseria ajena, sin saber que la miseria le espera aún colina abajo.

Tiendas de campaña bajo las estatuas

Mientras los altos muros que protegen las villas de Pétionville resistieron el temblor, el Palacio Nacional, residencia del presidente y símbolo de la nación, ubicado en la zona de Campo de Marte, se vino abajo como una tarta aporreada por un niño. Tres obreros, armados de simples martillos y una escalera, trabajan en el desescombro. Es de suponer que a este ritmo les llevará años.

Casi todos los edificios oficiales y ministerios se derrumbaron. Cerca de aquí, a escasos 200 metros, se encuentran el museo nacional y el mausoleo de Jean Jacques Dessalines, el primer gobernante de Haití independiente. Los otros padres de la emancipación de los esclavos, Touissant de Louverture y Henri Christophe, observan desde sus pedestales los campamentos de los desplazados que han crecido a su alrededor. Muchas de las chabolas están vacías: sus habitantes han comenzado poco a poco a marcharse, pero no hay un censo fiable de los que quedan.

Antiguamente los haitianos venían a este parque a pasear. Un monumento horrible, un pebetero de hormigón de 20 metros pensado por el presidente Aristide para celebrar el bicentenario de la independencia, se mantiene en pie como un símbolo del fracaso. Al igual que las tapias de las mansiones, ha sobrevivido al seismo.

Martissant, Carrefour

También Carrefour fue alguna vez diferente. Según cuentan quienes están ya en la madurez, en los 70 había pizzerías y bares, era la zona de paseo de los jóvenes. Ahora cuesta imaginar esa época dorada.

No existe carretera digna de tal nombre, ni queda casi ningún edificio sano ya sea en Carrefour o en Martissant, en la ruta de salida de la ciudad hacia el oeste. La gente se asea en la calle, entre restos de camiones abandonados, gallinas y desperdicios podridos. Los canales están tan llenos de basura que casi se podría andar sobre ella. Otro de los problemas de Haití es la cantidad de plástico que se consume y no se recicla: aquí no hay recogida de basura, ni tratamiento de aguas negras.

En este nivel urbano, los tap-tap (camionetas colectivas) y los autobuses sustituyen a los cuatro por cuatro. La decoración prolija de estos vehículos incluye, muy a menudo, la cara de Messi, el jugador del Barcelona, cuya efigie cuelga también en las peluquerías. Si Carrefour impresiona a pleno sol, cuando llueve se transforma en un infierno de barro. Y ahora es época de lluvias. El agua desborda los canales, distribuyendo la basura por toda la calle, y le llega a los viandantes hasta la rodilla. Quien puede busca refugio. Quien no puede se deja calar mansamente. Sin techo y sin apenas ropa es muy difícil oponer resistencia a la tormenta del Caribe.

Le Saline

El agua que baja por los canales se dirige al mar, que junto a la costa tiene un color ocre y terroso. Avanzar hacia el mar significa descender en la escala social.

Los pobres compran en el mercado de Croix des Bossales. Cualquier espacio libre es bueno para extender una esterilla y vender cuatro tomates, diez pepinos, trozos de carne o racimos de plátanos. Hay que abrirse paso con el coche aunque para ello sea necesario pasar por encima de las cebollas y los mangos. En algunas partes el abigarramiento humano se mezcla con los desperdicios. La muestra de olores es completa: desde la intensidad del cangrejo a la suavidad del plátano.

Cerca del aeropuerto está Cité Soleil, gueto de chabolas de cinc, antaño feudo de los seguidores más radicales del partido izquierdista Lavalas y un lugar considerado como de los más peligrosos el mundo. Filas y filas de "casas" que acogen a miles de personas. Una ciudad dentro de la ciudad.

Es entonces, cuando uno piensa que ya ha descendido el último peldaño de la escala social de Puerto Príncipe, que ya lo ha visto todo y que no se puede estar peor, es entonces cuando hay que bajar hasta Le Saline.

Las chabolas han perdido toda estructura definida, como si fueran arbustos de madera y hierro brotados de un barro negro y pestilente. Una pasta que repta por personas y objetos. Sus habitantes visten harapos y defecan en el canal junto a los cerdos que se revuelcan en el agua verde. Da pavor pensar que muchos han emigrado del campo a la ciudad, buscando una vida mejor.

Una oportunidad para avanzar

Los haitianos tienen la esperanza de que Le Saline desaparezca algún día. Los niños que van a la escuela con sus uniformes impecables son el mejor ejemplo del futuro que desea el país. Y muchos creen que es ahora o nunca, ahora que la comunidad internacional se ha volcado con la antigua colonia que una vez enriqueció a Francia e Inglaterra, y por extensión a Europa.

El terremoto causó una catástrofe humana (300.000 muertos) pero creó también la necesidad absoluta de renovación. Perviven, sin embargo, las viejas costumbres de los poderosos: muchos proyectos de reconstrucción están parados o se abandonan porque un propietario no cede los terrenos o un cacique político se opone. La oligarquía mulata sigue controlando buena parte de la riqueza.

Michel Martelly tiene una gran responsabilidad, ya que si fracasa y no consigue un mínimo avance las consecuencias pueden ser imprevisibles. En los campamentos hay pancartas que saludan al nuevo presidente y le advierten: "Recuerda quién te ha dado el poder".