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Análisis: ¿Qué hacer ahora que el Congreso ha rechazado el plan de rescate?

  • Es urgente aprobar el plan de rescate, y la alternativa parece más costosa
  • Las elecciones en EE.UU. y apoyar el plan compromete a los congresistas
  • La credibilidad de Paulson se ha resentido al intentar impedir las cortapisas a los directivos
  • Pese a que los bancos centrales disponen de músculo, la restauración de la confianza es urgente

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Y ahora ¿qué? Una pregunta que merece una respuesta honesta: nadie lo sabe. Estamos en territorio desconocido, cada crisis es diferente y con la que está cayendo, hacer predicciones es temerario. Entre otras muchas cosas, el vendaval financiero se ha llevado por delante todas las previsiones. Aún así, hay varios patrones que se repiten en el caos.

El breve discurso del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, deja dos mensajes. Es urgente aprobar el plan de rescate y la alternativa es mucho más costosa. Cierto, las pérdidas del lunes negro en Wall Street, superan el billón de dólares. Un 50% más que el coste inicial del plan. Y cierto también, es urgente. Cuánto más tiempo se deje sin extirpar el coágulo en el sistema financiero, peores serán las consecuencias. Y más larga la convalecencia.

El problema para hallar una solución rápidamente es doble. La crisis ha estallado en el momento más inoportuno: a pocas semanas de las elecciones en Estados Unidos. No sólo eligen presidente, también renuevan toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. En otras palabras, los congresistas se juegan su escaño el 4 de noviembre, y apoyar el plan supone para ellos un enorme riesgo político.

La inmensa mayoría de los votantes lo rechazan. Les parece inmoral que se rescate a ricos banqueros, precisamente los responsables del desaguisado. Es mucho más difícil transmitir que también están en juego sus ahorros, sus planes de pensiones, sus pequeños negocios.

Salvadores con poca credibilidad

Pero no sólo ha sido un problema de comunicación. Los artífices del plan son también en parte responsables de la crisis. Ni el presidente Bush, ni el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ni el secretario del Tesoro, Hank Paulson, hicieron gran cosa por atajar el problema a tiempo.

El caso de Paulson es paradigmático: viene de Wall Street, de Goldman Sachs, y hasta la semana pasada intentaba frenar una de las enmiendas demócratas: ni un centavo para los ejecutivos de las empresas que se acogieran al rescate. Con estas credenciales, la credibilidad de los salvadores se resiente.

El Congreso hará un nuevo intento a partir del jueves. Suficiente para moderar las pérdidas de este martes en los mercados. Y los diputados votarán entonces con un vivo recuerdo: lo que ha sucedido el lunes es un aperitivo de lo que puede pasar. Aún así, también es posible que la votación fracase de nuevo. Y quizás haya que esperar hasta después de las elecciones, sin la presión que impone la campaña.

Con plan o sin él, conviene poner algunos datos en su contexto. Las caídas de las bolsas el lunes han oscilado entre el 5 y el 7%. Es un buen varapalo pero no llega ni de lejos a las referencias en esta crisis. En el crack del 29, la peor jornada sufrió unas pérdidas de casi el 13%. En el crack del 87, Wall Street sufrió un desplome del 22,6%, el mayor de la historia.

Restaurar la credibilidad y la confianza

En segundo lugar, aún sin plan, los bancos centrales conservan buena parte de su artillería para combatir la crisis. Pueden seguir inyectando liquidez y hacerlo a más largo plazo. De hecho, la autoridad monetaria europea ya está en ello. Pueden también intermediar para rescatar entidades financieras en apuros, con el concurso de gobiernos y consorcios de bancos. Y pueden sacar todo el partido de su condición de prestamista de última instancia. Al fin y al cabo, ellos son la máquina de hacer dinero. Teóricamente sin límites. En la práctica ceñidos por el meollo de toda la crisis: la credibilidad, la confianza.

De eso se trata, de restaurar la base de todo el sistema. Un banco presta porque confía en que recuperará el crédito. Mientras esté en cuestión este principio, el dinero no circulará e irá estrangulando poco a poco el resto de la economía. La real. El capital se refugia en los valores más seguros: oro; letras, bonos y obligaciones del Tesoro; y sorprendentemente, el dólar. Pero no se expone dónde precisamente es más necesario: en las empresas y consumidores.

Mientras no se extirpe el virus de la desconfianza, cualquier entidad financiera es sospechosa. No tiene necesariamente que estar contaminada por los activos tóxicos. Basta con que le falte liquidez para ser blanco del miedo y de los especuladores. Por eso es urgente la solución. Si se aplaza, la caída de un banco puede arrastrar a muchos otros y desencadenar el pánico.