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Los Oscar 2019

Actores: Inspirados en personajes reales o no

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Rami Malek es el favorito por su interpretación de Freddie Mercury
Rami Malek es el favorito por su interpretación de Freddie Mercury

La mayor parte de los nominados en las categorías masculinas de interpretación de este año encarnan personajes reales y casi todos de gran proyección pública. Otra cosa es hasta qué punto se mantienen fieles a la verdadera naturaleza de sus respectivos personajes y hasta dónde fabulan o se toman libertades en su recreación. Las diez nominaciones de este año, a protagonistas y a secundarios, se concentran en tan solo siete títulos, dado que tres de ellos acaparan las dos categorías.

Christian Bale se convierte en Dick Cheney

Entre los protagonistas nominados destaca, por la dimensión política de El vicio del poder, el siempre sorprendente Christian Bale en el papel de Dick Cheney, aquel político de perfil aparentemente discreto, curtido en la estela de Donald Rumsfeld durante la administración Nixon, que alcanzó impresionantes cotas de poder e intervino decisivamente en algunos de los asuntos más delicados y determinantes de la política norteamericana, y por extensión planetaria, y acabó convirtiéndose en vicepresidente del segundo de los Bush en esa etapa especialmente convulsa, fundacional de la que ahora vivimos, que culminó con el atentado de las Torres Gemelas y sus inmediatas consecuencias, trufadas de inconfesables intereses que el todopoderoso Cheney manejó en la sombra.

Bale, poco menos que irreconocible una vez más, sin duda, el más camaleónico de los actores en activo, con permiso de Viggo Mortensen, luego veremos por qué, se parapeta aquí tras una auténtica barricada de maquillaje para llenar de inquietante verdad y desarmante humanidad este personaje infinitamente ambicioso que tuvo que resignarse a jugar en primera línea desde un, por momentos humillante, segundo plano, subvirtiendo gozosamente, de paso, algunas convenciones, como la presunta objetividad, del muy trasnochado género del biopic.

De manera perfectamente simétrica, la cara más pública de aquel momento histórico, la del presidente George W. Bush, aparece encarnada en la misma película por un Sam Rockwell en estado de gracia; muy meritoriamente nominado en la categoría de mejor actor de reparto, en la que ya ganó el año pasado por su personaje de atrabiliario policía local de Tres anuncios a las afueras; abundando en lo que o ya sabíamos o intuíamos de tan peculiar inquilino de la Casa Blanca, en su faceta de payaso sin criterio ni voluntad propia, más allá de un desmedido gusto por escenificar los rituales del poder con gestos ampulosos, recurriendo a resortes característicos o cercanos al género de comedia propiamente dicho, lo que viene a prolongar lo que el mismo Adam McKay, el director, había esbozado ya en La gran apuesta, también con Christian Bale como protagonista, en la que establecía un certero y mordaz diagnóstico sobre la grave crisis económica de 2008. Lo de Rockwell se queda en un ambiguo medio camino entre la caricatura y un escrupuloso hiperrealismo, al gusto de cada espectador.

Rami Malek, el favorito

En un universo radicalmente distinto se sitúa la interpretación, sin duda meritoria, que hace Rami Malek de la estrella planetaria Freddy Mercury en Bohemian rapsody, dirigida finalmente, aunque no totalmente, por Bryan Singer, pues fue despedido antes de finalizar el rodaje.

Malek , apoyándose sobre todo en la prominente y característica dentadura del portentoso vocalista, se entrega a dar credibilidad al discutible itinerario biográfico que la película le atribuye, desde los momentos preliminares a su integración en el grupo Smile, antecedente inmediato de Queen, con el que se hizo universalmente popular, hasta su muerte, poco después de su participación, con el grupo reunido para la ocasión, en el multitudinario concierto de Wembley de 1985, conocido como “Live Aid”, celebrado simultáneamente en el estadio John Fitzgerald Kennedy de Filadelfia, para recaudar fondos contra la hambruna de África Oriental.

Malek llegó al proyecto después del intento fallido de Sacha Baron Cohen para encarnarlo, derrochando energía y vehemencia en la interpretación de las canciones y en el sinfín de peripecias argumentales, de discutible autenticidad al parecer, la mayor parte asociadas a su trayectoria profesional, junto a los componentes de Queen y en solitario, y también a sus relaciones, sobre todo sentimentales, por una parte con Mary Austin, la única mujer de su vida, encarnada por Lucy Boynton en la ficción, y por otra con lo que su atormentada condición sexual y sus adiciones psicotrópicas le depararon en su intensa existencia.

Rami Malek sale airoso y convertido en una estrella con futuro de una de las películas más rentables de las estrenadas en 2018 y paradójicamente más denostada por la crítica en general. La excelencia de su trabajo acaba siendo casi lo único que suscita un consenso generalizado.

'Bohemian Rhapsody'

La cuarta nominación de Willem Dafoe

Demos por bueno que Van Gogh es un personaje real, aunque, a estas alturas, dado lo mucho que el cine le ha representado, bien podría considerársele de pura ficción. Esta enésima encarnación, de título rimbombante, nada menos que Van Gogh, a las puertas de la eternidad, a cargo de Willem Dafoe se apoya en datos biográficos perfectamente documentados pero bien puede definirse también como la encarnación del artista obsesivo, maldito y atormentado acuñado por el imaginario colectivo y de paso la que surge específicamente de Julian Schnabel, en la que pesa y mucho su propia condición de artista, aunque nada maldito ni náufrago económico, quién sabe si atormentado.

Dafoe, que llena de algo más que de autenticidad todo lo que toca, asume aquí al pintor en su época más tortuosa, invistiéndole de toda la fragilidad, el dolor, la vehemencia e incluso la ferocidad atribuible al personaje en esa etapa final de su vida, que bien podría definirse en la frase: “pinto para dejar de pensar”. Discutible por las licencias que el guion en el que participa Jean-Claude Carriere se ha permitido respecto a la muerte del artista y algunos otros aspectos. Por encima de las dudas o las posturas encontradas que pueda suscitar la lectura interiorizada y sensorial del cineasta, quedará como memorable el trabajo de este actor que con la edad parece cada vez más abierto a encarnar emociones complejas, repletas de sutiles matices.

Bradley Cooper y Sam Elliott

Bradley Cooper se lo había puesto difícil a si mismo en Ha nacido una estrella con el doble desafío de añadir la canción y la música a su condición de actor protagonista, además de colocarse detrás de la cámara para debutar como director. Desde un punto de vista puramente industrial solo puede felicitarle por el resultado, sumando también el honor de descubrir a la extravagante Lady Gaga como verdadera actriz de profundo calado dramático, haciendo de pigmalion dentro y fuera de la pantalla. Paradójicamente, la buena estampa del actor juega en contra de la credibilidad de su personaje como estrella en decadencia autodestructiva en la enésima versión de este drama ambientado en los sugerentes y a la vez restrictivos ambientes del mundo del espectáculo.

Parece incuestionable que como intérprete musical Cooper resulta bastante más que convincente y que los inconvenientes de la película surgen de la excesiva previsibilidad del guión, que se regodea sin rubor en su faceta de artista atormentado y doliente, así como del ego invasivo y descontrolado del actor, que abusa de su posición de poder como director para favorecer su propia presencia en pantalla, con momentos de llamativa autocomplacencia, como en esa bajada a los bajos fondos de los tugurios de transformistas en busca de cualquier brebaje que llevarse al gaznate, y sobre todo ninguneando en buena medida a su meritoria compañera de reparto en algunos momentos decisivos.

En “Ha nacido una estrella”, la nominación a mejor secundario ha recaído en la figura reconocible de Sam Elliott, rostro asociado inevitablemente a la virilidad seca del western, género en el que se ha prodigado generosa, incluso abusivamente, desde sus inicios hasta bordear lo autoparódico, tras debutar en la ya legendaria Dos hombres y un destino.

El actor, de la escuela hierática y contenida, asume aquí el discreto papel de hermano mayor de la rutilante estrella que encarna Bradley Cooper, protector en la sombra desde la remota infancia, combatiendo desde siempre la alargada y siniestra influencia de un padre alcohólico e irresponsable, al que llena de humanidad y de sutiles matices apoyándose en su característica y eficaz austeridad interpretativa.

Días de cine - 'Ha nacido una estrella'

Viggo Mortensen y Mahershala Ali

Junto al espectacular transformismo de Christian Bale sobresale este año la apariencia, en un primer momento desconcertante, de Viggo Mortensen en su papel de rudo italoamericano en Green Book, contratado como chofer y acompañante de un virtuoso pianista negro para una gira de actuaciones por el profundo y racista Sur.

Mortensen, en un “ahora o nunca” que puede salirle bien, se aventura en un registro verdaderamente novedoso, casi inimaginable, cerca de las antípodas de los que ha venido frecuentando, personajes más contenidos, física y verbalmente, volcados hacia adentro, sigilosos o parcos, duplicando aquí su envergadura física para asumir uno aparentemente primario, encarnado a un hombre rudo pero afable y a su manera sentimental, contundente y resolutivo pero buen tipo, apegado a la familia y a las cuestiones más elementales de la vida, en un relato que se sobrepone con originalidad a una historia perfectamente previsible, que a muchos a hecho pensar en Paseando a Miss Daisy, siguiendo el periplo de esta pareja quijotesca por los hoteles y tugurios recomendados en ese Libro verde del título, una guía indispensable para sobrevivir como negro en los viciados ambientes racistas de los estados sureños.

Si Viggo Mortensen bien puede pasar por Sancho Panza en esta Green Book del mayor de los Farrelly, la encarnación del pintoresco hidalgo recae en la figura de Mahershala Ali, meritoriamente nominado por ello como actor de reparto, que viene a renovar así el amplio abanico de registros que ha derrochado en una carrera en permanente ascenso, culminada en sus apariciones en Figuras ocultas y Moonlight, con la que ya ganó en esta misma categoría en 2016, o su protagonismo en la tercera temporada de True Detective.

Mahershala Ali inviste de exótica dignidad a un pianista casi caricaturesco, de modales remilgado y exquisitos, no solo sentado ante el piano, que acepta un baño de realidad, y de humildad, al contacto con la inhabitual figura protectora de Viggo Mortensen, con momentos que bordean la comedia y el melodrama estilizado, a lo largo de este más que apreciable intercambio de sabidurías.

"Green Book" es una comedia con tintes dramáticos que está dirigida por Peter Farrelly (uno de los responsables de "Algo pasa con Mary") y protagonizada por Viggo Mortensen y Mahershala Ali, ambos nominados al Oscar por su interpretación, con una química que traspasa la pantalla. La película se basa en la vida real de Tony Lip (Mortensen), cuyo nombre real era Frank Anthony Vallelonga, un duro italo-americano que trabajaba como agente de seguridad en el club Copacabana de Nueva York y que en 1962 se convirtió en el chófer de un magnífico pianista negro, Don Shirley (Ali), durante su gira por el sur de Estados Unidos.

Adam Driver y Richard E. Grant

Como versos libres en la categoría de secundarios han quedado Adam Driver y Richard E. Grant. El primero, Driver, se suma a la candidatura del propio Spike Lee como director, por la oportuna y muy apreciable Infiltrados en el KKKlan, donde presta su físico inclasificable al agente de policía Flip Zimmerman en Colorado Sprit, judío que se introduce temerariamente en los círculos supremacistas del Ku Klux Klan a finales de los setenta, como la mitad visible de una única identidad que completa el único policía negro del departamento, interpretado por John David Washington, junto al que burla a la cúpula de ese trasnochado pero peligroso movimiento racista, de inquietante actualidad.

Inspirado en una historia real, el rocambolesco argumento parece ideado para poner en pie una gran broma o una comedia en toda regla, como es el caso, un patrón atípico en el que encaja a las mil maravillas este intérprete desgarbado, de considerable tamaño, que aporta un plus de pintoresca originalidad a cada nuevo personaje que le confían.

Por último pero no por ello menos convincente, Richard E. Grant, que resuelve con desenvuelta eficacia el personaje consorte del amigo gay, perpetuo perdedor con atisbos de oportunista, de la descomunal Melissa McCarthy en la fascinante, como de otra época, ¿Podrás perdonarme alguna vez?, apunte biográfico más o menos fidedigno de la escritora y falsificadora ocasional Lee Israel.

Rostro recurrente en la etapa más inspirada de Robert Altman, Grant salta aquí a una desacostumbrada popularidad con un papel inimaginable sobre el físico de casi cualquier otro actor, sumando a su estilizada figura y a su amanerada sofisticación y elegancia, unos convincentes destellos de melancólico patetismo que vienen a subrayar la naturaleza de marginalidad congénita que le atribuye el apreciable guión que dirige Marion Heller, como estafador subsidiario en obsesivos ambientes literarios. Esta puede ser, sin duda, su gran oportunidad para inscribir su nombre en la preciada lista de los ganadores.

'Infiltrado en el KKKlan'