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Kaurismäki, héroe de Berlinale con su humor extraseco aplicado a un refugiado

  • El cineasta finlandés denuncia a la fría Europa en una declaración de amor al ciudadano que ayuda

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Aki Kaurismaki en la rueda de prensa de 'The Other Side of Hope'.
Aki Kaurismaki en la rueda de prensa de 'The Other Side of Hope'.

El finlandés Aki Kaurismäki se convirtió en héroe de la Berlinale con un filme de humor extraseco, aplicado a un refugiado y donde confluyen la denuncia a la fría Europa y una declaración de amor al ciudadano que se arriesga y ayuda. Toivon toulla puolen (The other Side of Hope) plasmó con la contundencia y parquedad habituales en el cineasta el calvario de un sirio de Alepo llegado al puerto de Helsinki que, en lugar de escabullirse a la autoridad, formaliza su solicitud de asilo.

En cuatro frases relatará Khaled (Sherwan Haji) a la funcionaria los bombardeos sobre la ciudad donde perdió a su familia, el dinero que ha pagado a sucesivas mafias desde la frontera con Turquía a Grecia o los golpes sufridos en la ruta de los Balcanes.

Un caso idéntico al de cientos de miles de sirios, cuyo destino depende no solo de si se les reconoce el derecho a "protección subsidiaria", sino también de si se topan en un garaje con un neonazi de los "Verdaderos Finlandeses" o si acude a defenderlo un mendigo. "Quisiera ser un gran manipulador para cambiar el mundo. Pero soy demasiado vago, me contento con tratar de cambiar Europa", explicó, para criticar luego a la Europa que cierra sus fronteras.

"A Finlandia, país relativamente pequeño, llegaron 20.000 iraquíes y la gente temió que venían a atacarnos, como lo hizo Rusia años atrás. Que nos robarían el coche o nos lo rayarían", explicó, en el mismo tono de humor extraseco y sarcástico de sus filmes.

Inteligente e irónico, Kaurismäki atajó como una broma una pregunta la presunta islamización de Europa -"¿islandización? No, no, Islandia no invadirá Europa", simuló entender-, para zanjar que no hay indicios de tal cambio cultural, como pregona la ultraderecha.

Puso como ejemplo la Sevilla de Al Andalus, donde convivieron cristianos, judíos y musulmanes, "hasta que decidieron expulsarlos" y lamentó los "crímenes" de la Europa de hoy ante los refugiados, para salvar de ese contexto a la canciller Angela Merkel, "que al menos aborda el problema", mientras el resto de líderes lo ignora.

En su filme, como en la Europa más burocratizada y egoísta, sí existe quien ayuda y Kaurismäki lo recuerda volviendo su película hacia estas personas "que aún tienen sueños y esperanzas", como el viajante convertido en dueño de restaurante -Sakari Kousmanen-.

Surgen ahí algunos de los rostros habituales en el cineasta, en una de esas constelaciones con perfiles de familia, formada por una camarera, el cocinero, el camarero y un perro asimismo asilado.

Kaurismäki imprimió su sello en la lucha por el Oso de la Berlinale, con un filme exponente al 100 por cien de un estilo imposible de clonar desde tiempos de la Chica de la fábrica de cerillas (1991).

Son películas de rasgo simple, como lo es la manera de hablar del director, generadas por una genialidad lógicamente intransferible. A su constelación de personajes e inefables músicos callejeros de rostros impertérritos -"no quiero que mis actores agiten los brazos como molinos de viento, me gustan sus rostros como son", bromeó- se incorpora ahora el refugiado, espejo de la realidad actual.

"Qué diablos somos, si no somos capaces de comportarnos como seres humanos", lanzó el cineasta, quien acudió a Berlín con toda su batería de actores, pero compareció ante los medios solo con Haji, el refugiado, y con Kuosmanen, el viajante soñador.

Este actor se ganó unos minutos de gloria al entonar a pleno pulmón una canción en finlandés en la rueda de prensa, merecedora de la segunda ovación de la jornada, tras la recibida por su director.

La otra figura de la jornada a competición fue Joseph Beuys, el artista alemán que revolucionó el concepto de arte y convirtió en acontecimiento todo acto público suyo, al que el cineasta Andrés Veiel dedica un documental apuntalado en material de archivo.

Es un filme apologético, a 30 años de la muerte de un artista por el que muchos alemanes sienten una mezcla de orgullo e incredulidad, por la repercusión internacional que alcanzó un concepto del arte que no todos compartían.

Beuys es la segunda película alemana a concurso, tras Helle Nächte, ayer, y ante el estreno de Return to Montauk, de Volker Schlöndorff.