Enlaces accesibilidad

Pablo Larraín: "La Iglesia parece tenerle más miedo a la prensa que a las penas del infierno"

  • El cineasta chileno estrena El club, Gran Premio del Jurado en Berlín 2015
  • Una crítica al oscurantismo de la Iglesia católica
  • RTVE.es entrevista al director

Por
Tráiler de 'El club'

De obra maestra en obra maestra, el cineasta chileno Pablo Larraín es ya uno de los grandes autores contemporáneos. Tras el zambombazo de No (2013) y su nominación al Oscar a Mejor película de habla no inglesa incluida, ahora estrena en España El club, película que obtuvo el Gran Premio del Jurado en la última Berlinale.

El club es un retrato del oscurantismo de la Iglesia católica. Cuatro curas viven aislados en un deshabitado paisaje costero chileno bajo el cuidado de una monja. Sus normas son estrictas: no pueden comunicarse con los vecinos. Han sido enviados a una casa de retiro donde purgan con aislamiento sus pecados.

“La Iglesia católica funciona con lógica de cónclave, que en latín significa con llave. Cada vez que tienen que tomar una decisión importante, como elegir un papa, se meten en una habitación, cierran las puertas, hablan y deciden cosa. ¿Qué pasa si metes una cámara dentro? Ese es el intento de esta película”, explica Larraín en una entrevista para RTVE.es durante el último Festival de San Sebastián.

Los sacerdotes aislados forman un compendio de delitos asociados a la Iglesia como la pederastia o el robo de niños. Sin embargo, una víctima les localiza y la jerarquía toma medidas enviando a un jesuita para investigar la situación de la casa de retiro.

“Hay una pugna entre la vieja Iglesia, que lleva 2000 años funcionando y que es secretista y desvinculada de sus fieles, y la nueva iglesia que quiere el papa Francisco, que es una Iglesia más abierta, más cercana a sus fieles, más humilde, en la que la compasión es importante. De alguna manera, esa nueva Iglesia se da cuenta de que es muy difícil o imposible, y ese es ejercicio de la película”, describe.

Azote del pasado y presente chileno

Larraín, educado en el catolicismo, hijo de un senador y una exministra de la UDI (partido político chileno de derecha), lleva toda su filmografía azotando la visión que Chile tiene de su pasado y presente.

“Es un país que pretende ser laico, pero en el fondo es muy católico porque la Iglesia está muy arraigada en el poder. Sigue siendo una institución sumamente influyente a la que le cuesta adaptarse, no solo en Chile, sino en el mundo. Se produce la paradoja de parece tenerle más miedo a la prensa que a las penas del infierno. La gran paranoia y amenaza son los medios de comunicación. Y eso hace que la Iglesia as parezca mucho a una corporación”.

Si en No Larraín rodó con las cámaras de vídeo de los años 80 para capturar la textura de la época, en El club acierta de nuevo con una estética brumosa recurriendo a cámaras soviéticas de los años 60. “Creo que el cine tiene que intentar identificar una narrativa que soporte la estructura dramática porque el tono es también esencial”, afirma. “Para lograr una caligrafía visual para esta historia utilizamos una óptica muy antigua que, junto a filtros y otras técnicas, logran ese aire mística, religioso, de penumbra, luz y sombra”.

En una combinación afortunada, Larraín suma a la lógica de ese tono el personaje de la víctima: un torturado, alocado e incontinente verbal que fue abusado por curas en su juventud. Sus heridas han condenado su existencia y también sufre dependencia hacia sus verdugos. Un personaje improbable en esa narración que Larraín extrajo de un monólogo que escribió para el teatro, Acceso, que interpretaba el mismo actor: Roberto Farías. “Cuando empezamos a armar esta película, nos trajimos a este personaje, que aporta muchísimo porque viene de otro mundo”, sostiene.

La industria ya está rendida a los pies de Larraín. Mucho ojo a la ambición de los proyectos que vienen: ha finalizado una película sobre Pablo Neruda con Gael García Bernal y prepara otra sobre Jacqueline Kennedy Onassis: con Natalie Portman. Casi nada.