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Francis Ford Coppola, un hombre y su sueño

  • Lideró la nueva generación de cineastas de los 70
  • Megalómano y apasionado, ha conocido el éxito y la ruina en su carrera
  • Ha sido galardonado con cinco premios Oscar y dos Palmas de Oro

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Francis Ford Coppola, Premio Princesa de las Artes 2015

Si hubiera que elegir dos películas para explicar la carrera del nuevo Premio Princesa de Asturias de la Artes, la primera sería Corazones en tinieblas, el documental, codirigido por su mujer Eleanor, sobre el demencial rodaje de Apocalypse Now: un testimonio de la megalomanía creativa del director. Y, la segunda, Tucker, un hombre y su sueño (1989), la historia de un constructor de automóviles (interpretado por Jeff Bridges), innovador, adelantado a su tiempo e incomprendido: su película más personal.

Es lugar común alabar los rasgos de estilo reconocibles de los grandes directores. Y es inútil buscarlos en Coppola porque es el director del más difícil todavía. Capaz de narrar con un clasicismo pictórico la historia de la mafia, con lenguaje vanguardista una historia de pandilleros o recrear primorosamente un clásico del terror. Hay muchos Coppolas y todos son geniales.

Ahora podría discutirse, pero en los años 70 no había duda de que Coppola era el capo de la nueva generación de directores que revolucionaron el cine estadounidense en los años 70 (Scorsese, Spielberg, De Palma, Cimino) que respondían a un nuevo perfil: universitarios, cinéfilos y fogueados en la serie B y televisión.

Coppola aprendió el oficio en la factoría de Roger Corman. Alcanzó rápido reconocimiento en su carrera de guionista (¿Arde París?) que compaginaba con sus primeros largometrajes (Dementia 13, Ya eres un gran chico y El valle del arco iris) y su lado emprendedor con la fundación de su productora Zoetrope.

En 1969 gana la Concha de Oro en San Sebastián con la road movie íntima Llueve sobre mi corazón y, en 1970, el Oscar a mejor guion adaptado por Patton. Suficientes méritos para que la Paramount le ofreciese la adaptación de un best seller que ya habían rechazado Elia Kazan, Arthur Penn y Costa-Gavras.

El Padrino, origen de la leyenda de Coppola

Con 32 años, Coppola convirtió El Padrino en una narración atemporal sobre el crimen organizado que sirvió para engarzar a Marlon Brando con una nueva generación de actores del método (Al Pacino, Robert Duvall y John Cazale) y reflotar los estudios Paramount. Los orígenes italoamericanos de Coppola, su noción de clan, le ayudaron a componer un fresco familiar que, con la fotografía de Gordon Willis, se convirtió en un monumento inmediato de la historia del cine.

El descomunal éxito taquillero de la cinta (además de Oscar a mejor película y guion adaptado) le abrió de par en par las puertas de la industria. Con La conversación (1974), historia de espionaje y privacidad protagonizada por Gene Hackman, obtiene su primera Palma de Oro en Cannes.

Contrariado por la fascinación que El Padrino provocó en medio mundo, profundizó en la psicopatía de Michael Corleone con una segunda parte de cuatro horas de metraje que, igualmente, fue un triunfo de taquilla y galardones (Oscar a mejor película, dirección y guión).

Apocalypse Now y Corazonada, apoteosis de la megalomanía

En la cima de su éxito, se jugó su prestigio y dinero a una baza suicida: la traslación libre de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, a la Guerra de Vietnam. Rodada durante tres años, el resultado de Apocalypse Now (1979) va más allá del absurdo bélico y escarbara en la locura humana. Con Apocalypse Now obtuvo su segunda Palma de Oro. Al presentarla en Cannes, la resumió en una frase: “Esto no es una película sobre Vietnam. Es Vietman”.

Apocalypse Now supuso el punto de inflexión de su éxito comercial. Una caída que fue estrepitosa con su siguiente cinta: Corazonada (1980). Del horror saltó a un melancólico y ligero musical romántico con banda sonora de Tom Waits. Decir que estaba ambientada en Las Vegas es quedarse corto: Coppola recreó en un enorme estudio la ciudad de Nevada para divertirse a placer en una colorista fotografía e innovadores movimientos de cámara. El plató fue tal vez el mayor juguete que un director se ha regalado a sí mismo. Porque Coppola pagó de su bolsillo la fiesta y, aunque Corazonada ha sido vindicada con el paso del tiempo, la ruina fue total.

De los pandilleros al nuevo Padrino

Tras subastar su productora, Coppola adapta dos novelas juveniles de S.E. Hinton: Rebeldes (1982), punto de partida de otra generación (Tom Cruise, Matt Dillon, Patrick Swayze, Rob Lowe), y la fascinante La ley de la calle (1984) de gran influencia en el lenguaje del videoclip en los años 80.

Ya como director contratado, prueba el musical en Cotton Club (1982) y la comedia sobre viajes en el tiempo (Peggy Sue se casó). Su vida personal entra en barrena: su hijo Giancarlo fallece en un accidente de tráfico en 1986 y sus negocios inmobiliarios también fracasan.

Tras la mencionada Tucker, un hombre y su sueño, cumple el sueño de los cinéfilos de medio mundo con la esperada El Padrino III (1990). Vuelve a saborear el éxito y acomete una fiel adaptación de Drácula que le sirve para homenajear a los trucos de la historia del cine.

Drácula es su última obra maestra. Ninguna de sus películas de los 90 (Jack, Legítima defensa) alcanza la brillantez y su carrera se detiene en seco por un reconocido parón creativo. Su vida personal se centra en su negocio de vinos, y solo retoma su actividad artística con las desconcertantes El hombre sin edad (2007), Tetro (2009, rodada parcialmente en España con Maribel Verdú y Camen Maura) y Twixt (2011).

En una alineación poética, Francis Ford Coppola ha recibido el Premio Princesa de Asturias en el centenario del nacimiento de Orson Welles, otro megalómano cuya primera opción para debutar en el cine fue una (frustrada) adaptación de El corazón de las tinieblas. En 1979, sin embargo, Coppola soñaba con lo contrario: que la aparición de nuevas teconlogías democratizaran el cine y que “una niña gorda de Ohio fuera de repente la nueva Mozart del cine”. Los cinéfilos, mientras, esperan que, aunque sea solamente una vez, Coppola vuelva a abrir su tarro de las esencias.