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Fernando Marías: "Me arrepiento de no haberle preguntado a mi padre cuáles fueron sus sueños"

  • El escritor bilbaíno publica La isla del padre, su primera novela autobiográfica
  • Fruto de una promesa a su padre en el lecho de muerte, indaga en su vida
  • "Me ha cambiado como persona. Ahora me da miedo qué escribir", dice

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Leonardo Marías Barreras, el padre de Fernando Marías, en una fotografía tomada en Bremen en 1961.
Leonardo Marías Barreras, el padre de Fernando Marías, en una fotografía tomada en Bremen en 1961.

"Te quiero mucho. Y nunca te lo he dicho. Te quiero y te admiro". Esta confesión le hizo Fernando Marías (1958) a su padre de 93 años en su lecho de muerte en junio de 2013. Una confesión y una promesa: la de escribir un libro sobre él. "Mi padre dejó de mirar al techo y se volvió a mirarme, y en su último instante de vida trató de hablar y poner su último aliento en decir una palabra que no le salió", recuerda el escritor bilbaíno, que acaba de publicar ese libro, La isla del padre. "Yo he escrito el libro, que ha servido como mínimo para crear esa especie de conversación en la nada con mi padre".

Ganadora del Premio Biblioteca Breve, La isla del padre (Seix Barral, 19€) es la primera novela autobiográfica de Marías, una obra catártica en la que el autor se desnuda para homenajear la figura de su padre, Leonardo Marías, un hombre que sacrificó el compartir el día a día con su familia y se hizo marino mercante para darles un futuro mejor, a la vez que también "eludía a Franco de alguna manera" pues pasaba largas temporadas lejos de la España dictatorial. "He intentado desentrañar su misterio para contarlo en el libro, pero no lo he logrado", reconoce el escritor en una relajada entrevista con RTVE.es.

En realidad, la idea del libro nació en 2009, cuando su padre enferma y le operan a vida o muerte, aunque aguanta cuatro años más, el último ya con demencia senil. "Entonces sentí la necesidad de indagar en mi relación con él, y cuando murió esa sensación fue irrenunciable", explica Marías añade que en esa última conversación pidió a su progenitor que "se quedara" con él durante la escritura de la novela, que además redactó en la casa familiar donde transcurrieron todas esas vivencias, un ático centenario del centro de Bilbao. La casa, que había quedado vacía tras el fallecimiento de Leonardo Marías al mudarse su madre con su hermana Ana, se vendió y se entregó nada más terminar la novela.

"Un regalo de la vida"

"Los recuerdos de esa casa iban viniendo con una intensidad especial y la escritura se convirtió en vital, y casi salió sola. De pronto el libro fluyó y yo me dejé llevar por él. Para mí ha sido un regalo de la vida; más allá de cómo haya quedado la novela, fue una experiencia tremenda", reconoce Marías, que subraya la "honestidad" y "veracidad" con la que está escrita y la ausencia de cualquier tipo de regla narrativa.

Una obra que cuenta con el aval de sus dos hermanos, sus primeros lectores antes de publicarse -"cuando me dijeron que les había emocionado, supe que iba por buen camino"-, pero que, por contra, su madre no quiere leer "por si encuentra algún elemento perturbador" en el final de su vida respecto a la relación que mantuvo tanto con su marido como con su hijo.

Marías cuenta que más que dolor sintió "gran melancolía" al cerrar la puerta de la casa familiar a la que su abuela llegó con 22 años a vivir con su marido y acabar este libro, una novela que le ha servido "como aprendizaje para observar que la muerte no es tan tremenda" y que admite que le ha "cambiado como persona". "Lo único que me da miedo es qué voy a escribir ahora, aunque quiero pensar que encontraré nuevos caminos que seguir", apunta.

Construido sin haber tomado notas convencido de que "los recuerdos que importan son los que están anclados en la memoria" y rescatar también aquellos que la "intuición" le decía que debía contar, la novela narra cómo el "Miedo Mutuo" se instaló al comienzo de la relación con su padre, cuando este regresó a casa tras una de sus largas travesías, y le preguntó a su madre quién era ese señor y si se iba a quedar. "Aquello tuvo que ser tremendo para él", dice Marías, que a lo largo de la novela va desgranando otros momentos de desencuentro y otros de reconciliación con su padre gracias al cine o a la historia -por ejemplo la de la Revolución rusa contada por un hombre que se alistó para luchar por la República en la Guerra Civil-, temas sobre los que conversaban en sus excursiones al monte Pagasarri de Bilbao, el tercer gran protagonista de La isla del padre.

"Todos aquellos paseos fueron mejorando mucho nuestra relación. El libro tendría que estar dedicado también al Pagasarri porque sin él este libro no sería", admite el escritor bilbaíno, que tras completar su obra la metió en un USB, subió al monte y lo enterró en la cima, tal y como le prometió a su padre que haría en el lecho de muerte.

El cine, "la salvación"

La novela es también un homenaje al séptimo arte, ese que le ayudó a acercarse a su padre y que también abrió los horizontes de una generación que vivía los últimos coletazos del franquismo en una ciudad de provincias y educada en colegios de curas. "El cine fue la salvación. Nos abrió las puertas de otro mundo que era posible", confiesa un hombre cuyo primer amor fue Candice Bergen y a quien ver Grupo salvaje (1969), de Sam Peckinpah, le convenció de que de mayor no quería ser otra cosa que narrador de historias.

Con esos héroes del cine jugaba a compararse el niño y adolescente Fernado Marías -Stewart Granger o Kirk Douglas- y también a su padre, sobre todo con el Steve MacQueen maquinista de El Yang-Tsé en llamas (1966).

"Los héroes han cambiado mucho. Los de mi época eran los de verdad. Eran grandes actores con raza de estrella", opina el autor, que se queda con Clint Eastwood como "el último clásico" y el cineasta que enlaza con esa época del Hollywood glorioso. "¿Mi padre? También sería el Gary Cooper de Solo ante el peligro, una persona que con tranquilidad y sin aspavientos decía esto es lo que hay que hacer y jamás renunciaría ni transgrediría su código moral".

Precisamente el cine fue lo que hizo a Marías abandonar con 17 años su casa y Bilbao natal para embarcarse hacia Madrid con la intención de convertirse en director de cine. Algo que, por cierto, nunca logró -"ahora prefiero seguir escribiendo libros porque veo, por amigos, que puede ser muy frustrante el hacer películas"-.

Las preguntas no realizadas

Instalado en Madrid desde entonces, hace 40 años, Fernando Marías se lamenta de no haber preguntado mientras pudo a su padre por la etapa en la que él también vivió en la capital, "qué hacía, dónde comía o si frecuentaba Tirso de Molina", la zona donde el reside, por casualidad -la "fascinación por los pequeños actos del azar" también está muy presente en la obra-. Son cosas que nunca preguntó a su padre, igual que tampoco le dijo que le quería hasta su lecho de muerte.

"Si este libro sirve para que la gente reflexione sobre que hay que aprovechar la oportunidad de hablar con los seres queridos, de algo habrá servido. Yo lo desaproveché y creo que es una pena, me arrepiento de ello. Me arrepiento de no haberle preguntado a mi padre qué hacías cuando estabas en Madrid, cuáles eran tus sueños de joven, de haber dado por supuesto que mi padre era ese hombre que estaba ahí y no haberle preguntado qué soñaba, qué quería ser, a dónde le habría gustado llegar, o cuál era su mayor frustración…", reflexiona.

No obstante, admite que el haberlas dejado escritas estas preguntas en La isla del padre es una especie de liberación: "Digamos que el esfuerzo que tuve que haber hecho en vida de mi padre, lo he hecho después de su muerte, con lo cual me siento bien, tranquilo".