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Los jazmines de 20.000 tunecinos acaban con el saqueo de Ben Alí

  • Las manifestaciones nunca fueron masivas, pero hicieron efecto
  • Lo que saqueó su familia, lo han saqueado después los tunecinos

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En portada - La cólera de Túnez

Llegué a Túnez el día 13 de enero y ese día presencié una gran manifestación contra Ben Alí frente a la sede del Ministerio del Interior, en la famosa avenida Habib Burguiba de la capital. 

El día 14 por la mañana hubo otra gran manifestación en la que se pedía la marcha del dictador, y por la tarde se supo que el expresidente había huido del país. La “revolución de los jazmines” había conseguido echar al sátrapa que había gobernado Túnez con mano de hierro durante 23 años.

Con todo, esas grandes protestas no reunieron, a lo sumo, a más de 15 o 20.000 personas en las horas de mayor afluencia. 

Y las protestas posteriores frente a la sede del Gobierno, en la que se reclamaba la marcha de los ministros vinculados a Ben Alí del Gobierno interino, fueron bastante inferiores en número de manifestantes, aunque éstos fueran muy activos.

Es algo que me sigue pareciendo sorprendente, porque en la plaza Tahrir de El Cairo las concentraciones llegaron a ser de más de un millón de personas, y en Europa estamos acostumbrados a movilizaciones mucho más potentes. 

Aunque es cierto que Ben Alí cayó después de tres semanas de protestas en todo el país, en las que hubo disturbios importantes, esas protestas no eran masivas en el sentido en que estamos habituados en España. ¿En qué otro país una manifestación de 15.000 personas haría caer un gobierno y mucho menos un régimen?

El descrédito de Ben Alí y su familia

El sistema de poder montado por Ben Alí estaba tan desacreditado, su mujer y su familia eran tan detestados por el pueblo, sus apoyos en las fuerzas de seguridad, en el ejército y en su entorno político eran ya tan reducidos que ni siquiera hizo falta manifestaciones masivas para desalojarle del poder

Todo el mundo estaba convencido de que había llegado su hora. Y él, aunque en un principio se resistió, tuvo que rendirse a la evidencia y huir a Arabia Saudí.

Los Trabelsi, la familia de la mujer de Ben Alí, despertaban entre los tunecinos un odio visceral.  

Todo el mundo era consciente de que se habían apropiado sin escrúpulos de las riquezas del país, actuando como una cuasi-mafia, como reflejó la embajada estadounidense en un famoso cable revelado por Wikileaks.

Todo era suyo, tenían intereses en todos los sectores económicos: Cadenas de supermercados, concesionarios de coches, hoteles de lujo, urbanizaciones, terrenos, bancos. 

Además se comportaban con una ostentación digna de cualquier clan mafioso de película: Tenían mansiones repartidas por todo el país, en las mejores urbanizaciones de lujo, y famosas era las hileras de coches de marca que adornaban los aparcamientos de esas viviendas de fábula. 

Quizá por eso en cuanto Ben Alí huyó y con él sus hijos, cuñados y sobrinos enriquecidos, esas mansiones pertenecientes a los Trabelsi fueron saqueadas de forma inmediata y con saña.

El saqueo de las propiedades del expresidente

Los saqueadores arrasaron con todos los objetos de lujo que encontraron y los coches de marca aparcados en las puertas fueron pasto de las llamas. Igual ocurrió con los concesionarios de vehículos y con los supermercados. 

Todo el mundo sabía dónde estaban las mansiones y de hecho, como pudimos comprobar, junto a las viviendas saqueadas y quemadas, las mansiones vecinas de otros propietarios habían quedado absolutamente indemnes.

Cuando visitamos las mansiones de los Trabelsi unos días después, ya no quedaba nada en ellas. Sólo restos chamuscados de algunos muebles y cristales rotos. 

A nuestro alrededor, paseaban decenas de tunecinos, familias enteras con niños que, como si se tratara de un parque temático, visitaban las mansiones con enorme curiosidad, comprobando cómo habían vivido aquellos que durante años habían mandado en el país: 

Habían sido grandes mansiones de tres plantas con vistas al mar, con ascensores entre planta y planta y con imponentes piscinas. Ahora eran sólo casas en ruinas con las paredes chamuscadas y llenas de cristales rotos.

Todos, absolutamente todos los tunecinos, jóvenes y mayores con los que hablamos esos días, justificaron los saqueos de la misma manera: Ellos robaron el dinero del pueblo, y ahora el pueblo ha recuperado lo que era suyo. 

Una sentencia que resume a la perfección el final que tarde o temprano tenía que llegar para un régimen que había hecho del robo y la rapiña su forma de vida.