Enlaces accesibilidad

Los cuatro protagonistas de la macabra operación Kova comparecen ante el tribunal

  • Un policía canadiense vio un billete de Cercanías en un vídeo
  • La pista se centró en España, en la zona del extrarradio de Madrid
  • Ante el tribunal se sientan tres pederastas y un encubridor
  • Los tres buscaban el contacto con bebés como canguros a los que violaban

Por

Álvaro Iglesias, más tristemente conocido como Nanysex, fue detenido el 25 de mayo de 2005, tras una complicada operación contra la pornografía infantil que empezó en Canadá.

Había empezado la operación Kova, como se hacía llamar a veces Iglesias. Un policía de Toronto infiltrado como agente encubierto en una red de intercambio de pornografía infantil hizo el macabro hallazgo. La legislación del país permite a la policía infiltrarse en las redes e intercambiar archivos con los delincuentes.

Al principio era una red más sin saber muy bien de dónde provenían las terroríficas imágenes, pero todo cambió el día que Iglesias grabó la agresión a un bebé en la que se podía ver un billete de Cercanías Renfe, lo que permitió al agente contactar con la Brigada de Investigación Tecnológica de la Policía Nacional.

Los tres pederastas

La operación desembocó en la detención de Iglesias, de 22 años entonces; de Eduardo Sánchez Moragues, Todd, de 24, y José Gómez Cansino, Aza, de 23.

Álvaro Iglesias fue detenido en Murcia, a donde había llegado desde la ciudad madrileña de Collado Villalba.  había montado una tienda de informática junto a su hermano. Antes había pasado por la localidad costera de Lo Pagán, donde abusó de un niño de tres años en el cibercafé en el que trabajaba.

Iglesias intentó ir más allá y envió un currículum a Televisión Murciana, una emisora local, con la intención de presentar y dirigir un programa de informática con contenidos infantiles, tal era su afán de estar cerca de los niños.

En el currículum detallaba que era un apasionado de la informática que además trabajaba como canguro. El fiscal solicitó para él 36 años de cárcel por ocho delitos de abusos sexuales. Aunque hubo sodomizaciones, el código penal exige desde 1995 que haya violencia o intimidación para considerarlas violaciones.

Un profesor de universidad y un estudiante

Eduardo Sánchez, alias Todd, vivía en Barcelona y estudiaba Geografía en la Universidad de Lérida. Era el que más disponibilidad tenía para viajar y en uno de sus viajes llegó hasta Collado Villalba, donde abusó de un bebé de tres años en compañía de Álvaro Iglesias.

Sánchez conoció a Iglesias en Madrid cuando tenía 16 años. En el encuentro Iglesias obligó a Sánchez a mantener relaciones con otro hombre. En el momento de la detención era profesor auxiliar de universidad, y tenía pensado abrir una guardería.

El tercero es José Gómez, alias Aza, un orensano que estudiaba biología en la Universidad de Vigo. Sus compañeros lo describen como un hombre tímido de estética gótica. Está acusado de un delito continuado de abusos de dos hermanos que tenían siete y nueve años en el momento de la detención. Se cree que pudo haber tomado su alias del nombre Azazel, que significa demonio.

El cuarto es José C.C., es socio de Álvaro Iglesias en la localidad murciana de Lo Pagán. José C.C. tenía un videoclub en el local contiguo al cibercafé de Iglesias. Ambos decidieron juntar sus negocios y asociarse. Un día, Iglesias le dio a su socio la cinta equivocada.

La cinta contenía la grabación de uno de los abusos de Iglesias. Su socio, en puesto de denunciarlo a la Policía, chantajeó a Iglesias para que le cediera una parte del negocio. El pederasta abandonó la Región de Murcia para encaminarse hacia Madrid de nuevo.

Dedicatorias mutuas

El grado de depravación entre ellos llegó a tal punto que al colgar los vídeos en las redes de intecambio que crearon colocaban en sobreimpresión una dedicatoria a sus compañeros de fechorías.

Los grupos eran estrictamente cerrados entre ellos y sólo admitían a nuevos miembros si éstos aportaban material nuevo. No había ningún interés económico que los motivase, tan sólo una malsana enfermedad.

Ahora comparecen ante el tribunal para responder por unos crímenes que en su día la Policía consideró los peores que habían tenido que investigar.