El caso de Navalny no es el primero. El Kremlin ha sido apuntado en muchas ocasiones como responsable de asesinatos y otros envenenamientos. Hay algunas muertes misteriosas que rodean la figura de Putin, como la del ex espía Alexander Litvinenko, intoxicado en 2006. Este oficial de la antigua KGB tomó en Londres una taza de té con un amigo, que no era tal. Le habían puesto polonio en la bebida. Se llevó a la tumba lo que sabía de las relaciones de la mafia rusa con España, y la muerte de Ana Politkovskaya, una periodista muy crítica con el régimen.
Otro ex agente de la KGB, Sergei Skripal, había huido de Rusia y se había instalado en Reino Unido con su hija. Ambos fueron envenenados y sobrevivieron.
Pero el veneno no ha sido la única herramienta para tratar de eliminar a los detractores. En otras ocasiones se ha utilizado el tiro por la espalda. El opositor Boris Nemtsov paseaba por un puente cercano al Kremlin una noche de febrero de 2015, abarrotada de cámaras. Curiosamente ninguna grabó lo que pasó: una bala acabó con su vida.