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Claves ocultas del impacto ambiental de la IA que quizá no conocías

  • Los centros de datos consumen energía y agua a un ritmo creciente con cada clic
  • El número de Data Center en el mundo sigue creciendo, mientras los bancos alertan de una burbuja de la IA
Claves ocultas del impacto ambiental de la IA que quizá no conocías
Máquinas IA
Dunia Ramiro

Aunque nos han vendido la idea casi romántica de que los datos flotan en una nube sobre nuestras cabezas, la realidad es muy diferente: los datos se alojan en enormes servidores, unidades de almacenamiento y equipos de red ubicados en gigantescos edificios que sostienen el mundo moderno. Son los data centers, o centros de datos.

La inteligencia artificial no “vive” en una nube etérea. Cada búsqueda, foto o mensaje que enviamos depende de estos colosos tecnológicos, repartidos por todo el planeta. El mayor de ellos se encuentra en Hohhot, China, y ocupa más de un millón de metros cuadrados. Sin embargo, ya existen más de 8.000 centros de datos en el mundo, y su número crece a un ritmo vertiginoso. Actualmente, se habla de centros hiperescala, instalaciones masivas diseñadas para expandirse rápidamente y satisfacer nuevas demandas de crecimiento.

Estos centros no se instalan al azar: pueden estar en desiertos, bosques, ciudades e incluso bajo el agua, siempre siguiendo una estrategia que combina costos, conectividad y recursos disponibles.

Más allá de la fascinación por la IA, cifras reveladas en “Sed Digital” del programa Escarabajo Verde muestran un dato impactante: la huella ecológica del sector digital se acerca a la de la industria de la aviación, consumiendo millones de litros de agua y megavatios de energía en operaciones cotidianas.

Cómo funciona realmente la “nube”

Los centros de datos procesan millones de operaciones por segundo. Para ello, necesitan un suministro eléctrico constante y sistemas de refrigeración sofisticados que eviten el sobrecalentamiento de los servidores. Cada nuevo modelo de IA implica un incremento exponencial de potencia, y con ello, un mayor consumo de energía y agua.

Incluso cuando realizamos una simple consulta a ChatGPT, se genera un gasto directo de electricidad y agua que, multiplicado por millones de usuarios, se convierte en un consumo significativo. Esto permite visualizar un impacto que suele percibirse como intangible.

El Escarabajo Verde entra en el centro de datos de Digital Realty

El Escarabajo Verde entra en el centro de datos de Digital Realty

El agua, un recurso crítico

Los macrocentros de datos no solo demandan energía: la refrigeración de los servidores requiere grandes cantidades de agua. En zonas con escasez hídrica, esto puede tensionar los recursos locales. Ya ha ocurrido en México, Chile y Estados Unidos, donde la instalación de centros en regiones semiáridas ha afectado el suministro a las comunidades cercanas.

En España, proyectos como el gran centro que Meta planea abrir en Talavera de la Reina han generado preocupación entre agricultores y activistas. Los expertos advierten que estos proyectos podrían comprometer el riego agrícola y la biodiversidad local. La preferencia de las empresas por suelos baratos y buena conectividad, a veces a costa del medio ambiente, junto con la falta de transparencia sobre el consumo de agua y energía, subraya la necesidad de regulación y responsabilidad corporativa.

Una cadena global que empieza bajo tierra

La IA depende de recursos estratégicos como minerales extraídos en países como Congo, China o Chile para fabricar microprocesadores y chips. Este proceso requiere enormes cantidades de energía y agua, y su transporte y procesamiento amplifican la huella ambiental.

Esta cadena global hace que la IA sea una tecnología compleja y con impactos poco visibles: desde la explotación de recursos naturales hasta las emisiones de CO₂ derivadas de su producción, almacenamiento y refrigeración.

Hacia centros de datos más sostenibles

Existen posibles soluciones para mitigar su impacto: reutilización del calor residual para calefacción, uso de energía solar, apagado de servidores inactivos, chips más duraderos y construcciones de menor impacto ambiental. Algunos proyectos innovadores contemplan centros submarinos o subterráneos para aprovechar la refrigeración natural, aunque sus efectos sobre los ecosistemas aún no están claros. Incluso se habla de centros de datos en el espacio, aprovechando la energía solar y el frío extremo.

La conclusión de los expertos es clara: no se trata de renunciar a la IA, sino de usarla con conciencia y responsabilidad, exigiendo transparencia, eficiencia y regulación en su infraestructura. La verdadera pregunta para la ciudadanía es: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a asumir el crecimiento de la IA sin replantear nuestra forma de usar y generar datos?