Comprometidos y transgresores: la escena literaria de los Balcanes
- La literatura balcánica nace de la reconstrucción tras la caída de los grandes imperios y la consiguiente tensión social
- Autores como Maja Haderlap, Slavoj Žižek, Priscilla Morris o Rumena Bužarovska firman una obra inconformista
El conflicto en los Balcanes es, en cierto modo, un espejo de las tensiones que han dado forma a Europa en los últimos tres siglos. En ese territorio de geografía escarpada conviven serbios, bosnios, croatas, eslovenos, macedonios y montenegrinos, sumados a comunidades étnicas minoritarias (húngaros, italianos, búlgaros, rumanos, eslovacos, checos, austríacos, ucranianos, sefardíes, askenazis, turcos), con otros tantos idiomas y religiones distintas: católica, ortodoxa, judía, musulmana.
El final de la Guerra Fría y del comunismo marcó el destino de la región, con políticos y élites corruptas que no tenían la cultura y la convivencia identitaria como prioridad. En este reportaje, el equipo de 'Página Dos' reúne algunas voces de las generaciones más recientes de autores de los Balcanes, con ciertos rasgos de estilo en común como la iconoclastia, la sobriedad, la mordacidad y la franqueza.
Tragicomedia postcomunista
En las novelas de Maja Haderlap —una austríaca que, como Peter Handke, tiene raíces eslovenas— se habla de ese territorio fronterizo de Austria y Yugoslavia; un mundo rural poético y familiar, de tiempo lento, que se expresa en esloveno y apenas se defiende en alemán. La editorial Siglo XXI acaba de recuperar una de las primeras obras del filósofo Slavoj Žižek, El sublime objeto de la ideología (1989), que expone la idea de un mundo posideológico «en el que, aun cuando no nos tomemos las cosas en serio, seguimos haciéndolas».
Al sureste de Eslovenia, en Croacia, encontramos uno de los nombres destacados de la región: Robert Perišić y su sátira tragicómica. En El último artefacto socialista (Impedimenta) dos empresarios buscavidas se frotan las manos ante la llegada del capitalismo. Ambos luchan por mantener el orden en la fábrica, que con la desconocida prosperidad resucita viejas rencillas.
Bora Ćosić, por su parte, narra en El papel de mi familia en la revolución mundial (Minúscula) la crónica disparatada de un niño de Belgrado durante los años cuarenta, con un delirante collage de personajes: un abuelo cáustico, una madre hipocondríaca, un padre que empina el codo y unas tías enamoradas de Tyrone Power.
Mariposas de Sarajevo (Duomo / Periscopi), de Priscilla Morris, es una carta de amor a Sarajevo y al espíritu humano. Ambientada en la primavera de 1992, narra la historia de una profesora de Bellas Artes que ve que todo lo que ama —los paisajes vespertinos, la alegría de las calles, los colores, las colinas— va a verse cubierto por una nube de ceniza.
El reportaje acaba con Rumena Bužarovska, que en No voy a ninguna parte (Impedimenta) habla de la imposibilidad de alcanzar la felicidad para aquellos que escaparon de su país, pero también para los que se quedaron. Un manual de supervivencia para nuestros días: un conjunto de historias oscuras que diseccionan las complejidades de las relaciones de pareja y las tensiones cotidianas con una lucidez implacable y un humor tan afilado como desestabilizador.