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La fiesta más desmadrada de Irán terminó con el sah

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El Condensador de Fluzo - Irán 1971, la fiesta que terminó en revolución

Hay fiestas que pueden salir mal y otras que pueden terminar en revolución, lo cuenta la historiadora Laia San José en El Condensador de Fluzo.

Irán 1971, el último sah de Persia, Mohammad Reza Pahlaví, decidió celebrar por todo lo alto el 2500 aniversario del nacimiento del Imperio Persa. Según explica Laia, la planificación del evento se prolongó por más de un año y al festejo, que duró cinco días, del 12 al 16 de octubre de 1971, asistieron más de 600 personas. Para semejante celebración, el sah escogió un lugar emblemático, las ruinas arqueológicas de Persépolis, capital del Imperio persa durante la dinastía aqueménida, entre los siglos VI y IV a. C.

La Ciudad Dorada

El lugar elegido, se encontraba en un enclave desértico y sin infraestructuras para el que el sah mandó construir un nuevo aeropuerto, una autopista de 1000 km y hasta compró 250 limusinas para desplazar a los invitados.

Una vez habilitadas las rutas que conectaban con el lugar, hubo que construir al lado de la antigua Persépolis, una nueva ciudad, “La Ciudad Dorada”. La construcción de esta nueva urbe se hizo a partir de tiendas de campaña cuyo diseño se inspiraba en ‘El campo de la tela de oro’, construido cerca de Calais para el encuentro diplomático entre Enrique VIII de Inglaterra y Francisco I de Francia en 1520.

En el centro de la Ciudad Dorada instalaron una carpa de 68x28m donde se llevaron a cabo los banquetes y se colocó una fuente de la que salían cinco avenidas que le daban forma de estrella, a lo largo de las cuales, se levantaron 50 tiendas de campaña para los invitados, tiendas que eran auténticos apartamentos de lujo.

Laia San José relata cómo para darle un aspecto más bonito y acogedor quisieron convertir la zona en un jardín en medio del desierto y que incluso trajeron de Europa aves cantoras y gorriones que no soportaron el clima extremo y tardaron pocos días en morir. El diseño del complejo estuvo a cargo de arquitectos y diseñadores de una prestigiosa firma parisina.

Además, el sah decidió que para garantizar que el festejo transcurría sin incidentes, el servicio nacional de seguridad (SAVAK) arrestó y puso bajo detención preventiva a cualquiera sospechoso de aguarles la fiesta.

La magnitud del evento

Tal y como explica Laia, durante cinco días se llevaron a cabo todo tipo de eventos y ceremonias; espectáculos de luz y sonido frente al templo de Dario I en Persépolis.

Incluso se realizó una visita a la tumba de Ciro II el Grande, fundador del primer Imperio persa en el mausoleo de Pasargada. Se realizaron desfiles militares en los que más de 1500 efectivos de las fuerzas armadas iraníes pasearon ataviados con trajes históricos para repasar los 2500 años de historia del imperio persa y se inauguró la Torre Azadi, emblema del Irán moderno.

Todo fue retransmitido por radio y televisión y se contrató a un equipo de Hollywood para crear un documental que narró el mismo Orson Wells.

Hasta la Ciudad Dorada se desplazó la flor y nata de los dirigentes mundiales y consortes del momento: emperadores, reyes, dictadores, primeros ministros y hasta mariscales. En representación de España estuvieron en la fiesta los futuros reyes: Juan Carlos I y Sofía. Aunque también hubo sonadas ausencias, como la del presidente de Estados Unidos Richard Nixon o la reina Isabel II de Inglaterra.

El momento cumbre fue el banquete que se celebró en la carpa principal la noche del 14 de octubre y que coincidía con el 33 cumpleaños de la tercera esposa del sah, Farah Diba. Un banquete que entró en el Libro Guinness de los Récords por ser el más multitudinario y el que duró más tiempo, cinco horas y media.

Las consecuencias

Aunque la fiesta dejaba claro el poderío económico del sah, también sucedía que todo lo que la rodeaba era extranjero. Se conmemoró el 2500 aniversario de un pueblo… sin su pueblo, buena parte del cual vivía bajo el umbral de la pobreza y al que no habían llegado las mejoras prometidas con la modernización. La ciudadanía iraní solo pudo seguir el evento a través de la tele o la radio, mientras el sah se gastaba lo que hoy serían 300 millones de dólares; aproximadamente.

Esto supuso el aumento del descontento de la población, que lo percibió como un acto de frivolidad y sintió la enorme brecha y desapego que había entre el monarca y su pueblo. Un descontento popular que la oposición al sah, especialmente los extremistas islámicos, supieron aprovechar.

En 1971 Irán era una monarquía constitucional donde el sah, llamado shahanshah (rey de reyes) tenía el poder y el control absoluto: designaba al primer ministro, tenía potestad para disolver el parlamento, controlaba el ejército y la prensa, podía declarar guerras o firmar tratado de paz… En una entrevista de 1974 el Sha dijo: tengo una misión que viene de Dios, una orden divina. Era un autócrata con tintes progresistas que quería modernizar y occidentalizar el país a través de un programa de secularización y distanciamiento del islam.

No había opción a la oposición dentro del país, así que muchos, como el ayatolá Jomeini, habían sido exiliados. Fuera del país desde 1964 aprovechó esta “fiesta del diablo” como la llamó y el descontento para iniciar una campaña que tuvo mucha repercusión y le llevó a liderar la oposición.

Todo ello dio lugar a la Revolución iraní que terminó con la deposición del sah en 1979 y al recibimiento entre vítores del ayatolá Jomeini como líder supremo. Comenzaba así la historia de la República Islámica de Irán.

En su relato, Laia San José evidencia cómo, por sí misma la fiesta no fue el desencadenante directo de la Revolución, pero sí fue la gota que colmó el vaso y la paciencia de una población y una oposición que ya venía calentita.